VI. Reconciliación.

193 24 5
                                    


Pasaba la pelota entre mis manos, dándole un impulso hacia arriba y atrapándola. 

La rana se recostó sobre mi hombro desde hace media hora, lleva tomando mi brazo poco de dos minutos, y no me he movido demasiado para evitarme deportarlo. Se puede dar el lujo de dormir, le queda una semana de vida todavía.

Yo no puedo hacerlo, perdería horas. 

Quedan todavía 26 horas para que vengan los guardias, me saquen y por ultima vez, vea el sol. 

El corto brazo de Bullfrog me rodea el pecho. 

Tendré que soportar el sueño, unas horas más. Decidiré si tomar una siesta corta, lo bastante para que no sienta que moriré con la fatiga de ver una pistola en la frente, no quiero quedarme medio dormido en media ejecución.

¿Será coherente que ahora este preocupándome por fallecer, cuando en los últimos años nunca me importó? Ya no me lo creo.

No olvido la conversación que tuve con la rana, hace un par de horas.

—¿Alguna vez te has enamorado?

La pregunta hizo que la pelota le rebotara en el ojo.

Al menos fue la pelota que cayo al suelo y no su ojo. No me hubiera sentido mal, pero no quiero  medio matarlo.

—¡Ah, arruine el juego! —patalea de una forma infantil, que me hace querer arrojarle un zapato.

Literal le lance un zapato.

—¡Oye!

—Ya estas grande para berrinches. Te hice una pregunta simple, ¿sabes?

—La respuesta es sí, y no juzgues mis berrinches.

—No los juzgo, los aborrezco.

Se hiere.

—¿Tú te has enamorado? —me pregunta él.

—No.

—Con razón eres tan gruñón.

—¡Yo no soy gruñón!

—Si gritas me lo afirmas.

Sin ni una respuesta que contradiga, regresa mi zapato y la pelota contra mi pecho, rebotando ambas.

Vuelvo a colocarme el zapato.

—Sí estuve con mujeres y hombres pero nada serio —maniobro gestos con las manos—, cosas pasajeras. ¿Qué hay de lo tuyo?

—Estuve con una lagartija.

Silencio.

—Una lagartija. 

—Bromeo —se frota el ojo. Se le esta haciendo un morete—. Hace años estuve con un hombre toro enorme. Nos conocimos antes de que me convirtiera en asesino, y nos la pasábamos juntos la mayoría del tiempo. Él esperaba afuera del orfanato para que escapara conmigo. Cuando cumplí dieciocho fui a vivir con él en el peor departamento de todos. A veces nos caían trozos del techo, y una vez cayó una rata en el sillón. 

—Desde niños se conocían —supuse.

—Le disgustaba que saliera solo por mi baja estatura, no quería que me hicieran daño, menos en el barrio donde vivíamos. La mayor parte de los híbridos teníamos que refugiarnos en un sector de bajos recursos, a veces iban humanos a molestar. Una vez me aventaron a un hidratante contra incendios. Ricky tuvo que llevarme al hospital porque se me dislocó el brazo. Él siempre fue cuidadoso conmigo, más considerando su estatura. Dormíamos todo el tiempo abrazados y las veces que me tocaba estar solo, me abrazaba a mí mismo esperando a que volviera a casa.

T R O U B L 3 - [  RAYFROG ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora