Mi nombre es Enriqueta pero todos me dicen Queta y desde que empezó el Apocalipsis viajé por todo el país junto a mi madre, estuvimos vagando durante un par de años, encontramos a Michonne y hasta hace unos meses llegamos a Woodbury, un pueblo fantasma liderado por alguien que se hace llamar Gobernador.
-Queta, ¿Puedes conseguir ayuda? El agua caliente se terminó.- dijo mi madre desde otra habitación.
-Si, má.
-No olvides tus armas.
-Mamá, estamos seguras ahora, no te preocupes por eso.
Salí de la pequeña casa que nos habían dado, caminé por las calles de este pueblo hasta encontrar a Milton.
-Hola, que gusto verte por aquí...
-¿Sabes con quién puedo hablar para solucionar el agua caliente de la casa?
Dudó un momento y me mandó con alguien más, se lo pedí e inmediatamente fue, yo me quedé observando las murallas, entré a lugares muy angostos, de alguna manera podía mirar hacia el exterior, muertos a lo lejos, calles vacías, llenas de hojas de árboles en el piso.
-No deberías estar aquí.
Una voz rasposa susurró a mis espaldas, los vellos de mi nuca se erizaron, volteé lentamente y ahí estaba, el Gobernador. Cruzado de brazos, es de piel blanca y es bastante alto.
-Sólo quería conocer más este lugar...
Apenas salió un hilo de voz.
-No deberías andar sola, si te llegara a pasar algo nadie podría ayudarte.
-Pensé que era un lugar seguro.
-Lo es, pero no sabes qué o quién podría hacerte algo.
La plática se tornó oscura, caminamos lentamente, aún nos mirábamos a los ojos.
-No creo que alguien quisiera hacerme daño.- contesté. Aparté mi mirada de él, seguí observando mi alrededor, rozando con las yemas de mis dedos lo que habia a mi alrededor, hice esto hasta darle la espalda.
Su mano firme tocó mi cintura y la apretó suavemente, después la mano libre también tocó mi cintura, me jaló lentamente hacia él.
-No dije hacerte daño...- susurró en mi oído.
Sus manos subieron a mi busto y poco a poco jugaba con mis pechos, sentía su respiración en mi cuello, todo su cuerpo pegado totalmente al mío, podía sentirlo todo.
Su mano izquierda bajó hasta mi entrepierna, y apretó, suave, de pronto sus manos recorrían todo mi cuerpo, me volteó hasta quedar frente a frente, nuestras respiraciones estaban agitadas, nos miramos y después nos besamos. Primero lento y luego subió la intensidad.
(...)
Desperté, estaba en la habitación del gobernador, la culpa invadió mi interior, sentía que de alguna manera estaba escapando de algo acostándome con gente como él.
Cuidadosamente tomé mi ropa, me cambié y salí de ahí sin despertarlo.
Al entrar a casa, mi madre estaba en uno de los sillones, mirándome fijamente.
-¿Estabas con el Gobernador?
-Nop.- respondí
-Ana Enriqueta Escobedo Martínez, te he dicho muchas veces que no quiero que te metas con ese señor, básicamente está abusando de ti, ¡eres una niña!.
Mamá mexicana, regaños mexicanos. Cómo buena latina usó mi nombre completo para darme a entender que estaba enojada. Se puso de pie y me miró a los ojos.
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Lo Prohibido || Rick G. & Tú
Ficção AdolescenteVen, déjame verte, déjame conocerte, déjame aspirar a poseerte y tenerte para mí. -Anónimo