Ella

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Escuchó la puerta cerrarse y una sonrisa iluminó su rostro. Aquella noche superó sus expectativas de una manera monumental.

Frotándose con ambas manos su rostro giró hacia donde ella, minutos antes, lo contemplaba. Su olor inundó, cual brisa marina, sus fosas nasales haciéndole recordar cada espacio de su piel.

Aquel chico, de rizos caoba y mirada cálida, ya había puesto el ojo en esas curvas marfil. Hacía tiempo que la vislumbra de lejos, gustaba de su sonrisa que siempre iluminaba, cual luna, el sombrío alrededor que la muchacha solía acudir.

No se acercaría a ella de impulso, trató de estudiarla todo lo posible. Semana tras semana observaba sus delicados movimientos, su figura diferente a todas aquellas que la rodeaban y su rostro tan blanco que hacia resaltar aquellos ojos donde un mundo marino se podía ver. Tan azules, tan profundos; comenzó a vivir en ellos al instante, siendo su perdición, su obsesión, el motivo por el cual, se propuso, la tendría.

Se incorporó buscando sus prendas abandonadas por doquier, un pantalón, un par de calcetines, y una playera donde, debajo de esta, reposaba una fina cadena con un dije en forma de girasol. Pertenecía a ella, supo al instante, ya que lo había visto varias veces reposar sobre su clavícula, aquella que recorrió con su boca de lado a lado, delineando cada curva, cada espacio que su pálida piel cubría.

Sabía, de antemano, que ella no era flor de un solo jardín. Prefería compararla con una mariposa que va revoloteando de lugar en lugar, frágil, ligera, pero decidida y astuta.

En diversas ocasiones tuvo que guardar los demonios que imploraban salir como fieras cuando la veía irse con alguien tan ajeno a ella. Sin embargo se contenía, guardaba aquello que sentía pues, sabía, llegaría el momento adecuado para hacerla ver que no era necesario ir de boca en boca.

Colocándolo sobre su cuello, el frio metal hizo contacto con su piel erizándola como el primer toque que ella hizo en él.

Se encontraba decidido, aquella noche era la indicada para hacerse presente, hacerse notar frente a sus ojos. El lugar favorecía su cometido, la vio tan sola que no dudó en actuar, no habría vuelta atrás; fingiendo ser la primera vez que la observaba se acercó a paso firme llamando de inmediato su atención, sus miradas se encontraron y ahí supo que esa noche la demora habría valido la pena.

No hubo mucho diálogo, el deseo que ella emanaba se asemejaba al que él había guardado por tiempo. Cada célula y poro de su piel anhelaban el contacto con aquella muñeca de porcelana que tenia frente a él.

Las paredes fueron testigo de algo sin igual, el calor que surgía de aquellos cuerpos juntos inundaba el lugar haciendo mezcla de deseo, pasión y un toque de amor. Tenía experiencia y la demostraría cubriendo cada mínimo espacio de su piel, tan suave y delicada. Besó, mordió, lamió centímetro a centímetro la extensión de su ser. Tenía la convicción de impregnarse bajo su alma; reconstruirla al menos por esa noche, recompensar cada caricia, dada por extraños, con las suyas.

Ella por primera vez se sintió amada, querida. No entendía como podía ser posible que aquel varón tan apuesto, sin mucho esfuerzo, la hiciera virar de una forma que antes no experimentó.

Juntos consiguieron saciarse, llegar al punto máximo de placer agotando cada energía que existía dentro de cada uno.

Recostados uno al lado del otro presos del cansancio él fingió ser vencedor, cerrando sus ojos sentía la mirada de aquella muchacha recorrer su rostro.

Reproducía en su mente cada facción de ella, cada toque que lo congelaba y encendía al mismo tiempo. Tanto tuvo que aguardar para llegar a esto, sin embargo en todo ese tiempo no pudo hacerse conocedor de su nombre y eso lo encolerizaba. Ella había despertado deseos que ninguna otra pudo, las curvas que aquella mujer poseía encajaban perfectamente con su cuerpo. De todas las que era conocedor ninguna contenía lunares tan exquisitos como los de ella.

Si su reloj interno no lo engañaba habrían pasado algunas horas, ya no sentía la pesada mirada sobre él. Pestañeando, adaptándose a la fina luz que la luna le otorgaba, giró para encontrarse un rostro cubierto por una pequeña capa de sudor, unas mejillas salpicadas por un rosado sutil. Embelesado se quedó apreciándola lo que restó de la noche. Tan bella, delicada, tan suya.

Cuando los rayos de sol comenzaban a colarse tras la cortina cayó en cuenta que regresaba a la realidad. Los respingos que ella daba, anunciaban su despertar, aquel joven en contra de sus deseos volvió a recostarse, a fingir estar en un sueño imposible de despertarlo pero en lo único que su mente se concentraba era en aquellos majestuosos ojos que habían iniciado todo.

La sintió mirarlo de nuevo, preparándose para marchar, escuchó cada respiro que ese frágil cuerpo evocaba, cada suspiro que soltaba con cada paso en dirección a la puerta. Quería preguntar su nombre, pedir algún detalle para recordarla pero sabía que no era correcto.

Él esa noche se convirtió en otro más, otro que olvidaría en su próxima aventura. Esa era una reputación que aquella mujer sostenía.

Mantenía la esperanza de, si quiera, haberse colado en un diminuto espacio de su frágil ser, sin embrago, para su infortunio jamás sabría si lo había conseguido. Dudaba que aquellos labios carmesí le hubiesen dedicado una sonrisa sólo para él, pero aquel dije disipaba las dudas.

Salió de aquella habitación, el pasillo se sintió frio y desolador.

Por años se dedicó a recorrer curvas en busca de las que encajaran con su ser y cuando por fin las encontró supo que aquellas jamás serian para él.


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