Capítulo 3; Cían

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Era tan sumamente aburrido seguir ahí dentro, viendo, sintiendo alrededor sin poder hacer casi nada, a cualquiera el encierro le habría vuelto loco, pero en mi caso, recibir los estímulos diarios de aquellas brujas de pacotilla me mantenía medianamente cuerdo.

Pero esa niña, pues a comparación mía lo era, una cría aprendiendo a dar sus primeros pasos, esa, era la más torpe de todas. Aun flotando en la oscuridad infinita y rodeado por las estrellas y todos los demás astros del universo, podía reconocer la estupidez de esa pelirroja. Cerré los ojos un momento, se habían puesto en movimiento de nuevo, podía notar el traqueteo de ser llevado en sus brazos, maldita jaula, yo también quería ir al pueblo a destruir cosas.

─── Vamos niña, abre la puerta de una vez ─── El frío me calaba los huesos, seguramente ya era invierno de nuevo ¿Cuántos inviernos llevaba allí? Perdí la cuenta después de los cien. Echaba de menos mi reino, mi mundo, el destierro a mi parecer siempre fue totalmente innecesario, yo era el rey, el que daba las ordenes el que dirigía todo a mi gusto, pero parecía que no era conforme para nadie más que para mí ¿No se supone es lo que hace un rey?

Siempre me terminaba perdiendo en mis pensamientos y recuerdos, la verdadera soledad se conoce en silencio, el vacío. Estar a solas con mis pensamientos era la peor tortura a la que me podrían haber sometido, un rey caído, un rey destronado, ya no sabía que era y mucho menos sabía si alguna vez iba a volver. Por años intenté persuadirlas, una a una de que abrieran esa maldita tapa de piel y me liberaran de mi castigo, pero claro ¿Cómo iba a conseguir que mis propias captoras me liberasen? Brujas, desgraciadas. Había tenido el tiempo suficiente para inventar y lanzar miles de insultos hacia ellas, algunos conocidos y otros de mi propia cosecha, pero no todas escuchaban, unas eran más capaces que otras y la que me llevaba en brazos ahora, corriendo como una tonta por un bosque helado, era mi última esperanza.

─── Romina, puedo ayudarte a encontrar a tu aquelarre, vamos, sabes que puedo ser muy útil ─── Hablé, esta vez par que me escuchara, ella y la otra humana a la que podía oír respirar agitadamente por el trote. ─── Yo tengo todo lo que necesitas.

"Pica el anzuelo, perra."

CIÁN y el sello liberadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora