Capítulo 9 ; Cían

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─── ¿Otro más? Se te está alargando la lista, bruja. ─── Me quedé viendo como discutían esos dos, en parte sorprendido porque Romina iba en serio cuando me dijo que me iba a poner un perro guardián en el baño.

No sé bien como lo hizo, pero tardó mucho en convencerlo de que lo mejor era que yo no estuviera a solas desnudo y remojándome en un baño termal, al parecer en este mundo eso era algo altamente peligroso o eso dieron a entender. Ella misma me dio algunas toallas y se ofreció a lavar mi ropa, no es que no pudiera lavarla por mí mismo con el chasquear de mis dedos, pero la sola imagen de ella restregando mi ropa interior como una sirvienta me hizo aceptar.

Bajé con Alastir pisándome los talones y resoplando como quien hace un trabajo a fuerzas y aburrido aunque lo era, traté de convencerle varias veces que podía irse, que sería nuestro secretillo y que no le diría nada a la bruja pero al parecer ese mercenario era más fiel que el más leal de los perros.

─── Y bueno, Alastir, ya que vamos a pasar este rato tan íntimo juntos ¿Por qué no me cuentas un poco de ti ─── Me desnudé sin darle más importancia, para mí no es que fuera vergonzoso que alguien como él me viene, le di mis ropas húmedas y sucias mientras le regalaba una bonita sonrisa.

─── ¿Vamos a ser amigos ahora? No estoy seguro de querer meterme en tu mundo o en tus líos, Cían ─── Abrió la puerta lo suficiente para dejar mi ropa fuera.

─── ¿Tú no te desnudas? ─── Arqueé una ceja ¿De verdad de iba a quedar mirándome todo el tiempo?

─── ¿Es que quieres verme desnudo? Vaya, no esperaba que fueras así de lanzado ─── Se llevó las manos a los bolsillos y sonrió como si hubiese ganado una especie de batalla.

─── Muy gracioso, pero no eres mi tipo.

─── Qué pena ─── Me di la vuelta sin querer ver más de esa expresión socarrona. Tras una puerta vieja de madera se abría paso el baño, era como una pequeña laguna rodeada de piedras, el vapor emanaba en gran cantidad y dejaba poco que ver. Había algunos cubos y jabones para usar, con eso fue suficiente para meterme en el agua y sentarme ahí en total tranquilidad, al fin estaba fuera, al fin estaba en el mundo, aunque ese no fuera el mío. ─── ¿De dónde se supone que vienes?

Alastir me hizo abrir los ojos y ver como se sentaba en una de las rocas frente a mí, se había abierto un poco la camisa, pero no se le veía con intención de meterse en el agua, mala decisión el calor era asfixiante fuera de ella.

─── De un lugar, muy, muy lejano.

─── ¿Cómo el principio de los cuentos? ─── Se encendió un cigarrillo y e hizo las trenzas a un lado, por primera vez me pregunté si tendría unos veintitantos o ya rozaba los cuarenta, era confuso.

─── Parecía sacado de un cuento, en su época buena claro, antes de que las brujas lo jodieran todo ─── Me alzó una ceja y supe que empezaba a sentir curiosidad ─── Los aquelarres no traen nada bueno amigo, su magia, sus reglas, su odio a los hombres... Terminaran con la existencia de ellas mismas. Como si no necesitaran a los hombres para tener a sus brujitas.

─── Suenas como un borracho despechado ─── Se encogió de hombros cuando lo miré con dureza ─── No tengo esas referencias, en este mundo casi no existe la magia ya, nadie teme a las brujas y ellas han optado por mezclarse con los demás, tener vidas normales y no aspirar a mucho más.

─── Con más razón, si la magia casi no es conocida ahora ¿Por qué no usar el poder en crecer y gobernar el mundo que las desprecia y hace menos?

─── Supongo que habrá de todo, pero la mayoría son muy pacíficas, si sabes de ellas conocerás que siempre están atadas a un dios, al que sirven y veneran y según sea ese dios suelen actuar ellas ─── Apagó el cigarrillo en una de las rocas húmedas, fumaba con tal rapidez que me hacía pensar que ya llevaba años haciéndolo. Lo más curioso es que tenía razón, dependiendo al dios que servían las brujas aprendían cosas diferentes y enfrentaban la vida de manera distintas también. Romina servía al dios del destino, del que lo único que se sabía era que siempre fue un dios neutral, casi como un gran tejedor que tenía en sus hilos el destino de cada ser con vida que habitase el mundo ─── De todas formas sólo se lo que dicen las leyendas, algunos libros y el boca a boca.

─── Pero supiste enseguida que Romina era una bruja.

─── Tío, tiene el pelo rojo y esa vestimenta mística, iba llena de anillos y con un libro que tenía un ojo que se movía, no sé, creo que era muy evidente ─── Le señale con el índice a modo divertido, realmente tenía un punto ahí.

Terminé por hundirme hasta la boca en el agua, dando así por terminada la conversación, pareció que Alastir lo entendió pues soló se acomodó y se pasó el tiempo dormitando, lo agradecí, mi cabeza se empezaba a mover entre recuerdos pasados y presentes, tal vez futuros, cuando fui lanzado al libro no supe en que mundo había caído, al menos los llamábamos así de forma coloquial, pero sólo los que nos podíamos mover entre ellos conocíamos su verdadera identidad. No existían esos mundos, solo caminábamos entre dimensiones, los niños estrella fuimos entrenados para ello. Pero si yo fui obligado a ser lanzado por mi falta ¿Qué fue de los demás? ¿Completaron su entrenamiento y ahora podían moverse libres entre planos? Me habría gustado poder tranquilizarme con ese pensamiento, pero yo mismo sabía cuán absurdo era.


El día de mi sentencia todos se opusieron, peleamos contra el ejercito de mi propio reino, no todos, pero si nosotros cinco. Mavek, mi hermano, del que tenía recuerdos desde que comencé a tener uso de razón, Caleb, el grandullón que parecía que nos quería torturar durante todos los años de entrenamiento y Sophie, la que de todos cuidaba y a la par de todos se quejaba. Los extrañaba de una forma que me aprisionaba el pecho, siempre fuimos nosotros, los que vimos la realidad del reino, los que comprendimos el juego en el que nos habían metido obligatoriamente, los que teníamos la certeza de que no sobreviviríamos si nos descubrían.

Pero lo hicieron, y no me dolió ni temí al dar la cara por ellos, al culparme de todo y proclamarme como la mente maestra, el castigo fue para mí, o al menos eso creí, hasta que pue pies en tierra y les sentí, como un hilo delgado, fino y débil meciéndose al viento a punto de quebrarse, esa pequeña parte que aún nos unía. Por eso deseaba encontrarlos, por que si habían sobrevivido tantos años sólo era por una razón y esa, es la que nos haría volver a casa y luchar. De matarla.

─── Hey, no te duermas ahí, no quiero saber qué hará la bruja conmigo si te me ahogas, pero seguro nada bonito ─── Le miré con gesto de fastidio antes de salir del agua.

Ese "mundo" era una basura, todo parecía antiguo, como si no hubiesen avanzado nada, le recordaba al medievo, en casa tenían electricidad, edificios altos y la magia solucionaba todo, lo extraño era quien careciera de ella.

─── Deberías darte otro baño, creo que el primero no te ha relajado lo suficiente, Alastir.


. . .

Llegamos a la habitación en total silencio, por lo visto ni Alastir ni yo teníamos mucho mas que decirnos, y eso en parte me agradaba, era un hombre que sabía cuándo debía preguntar, pero también cuando callar, lo que lo hacía muy peligroso. Las personas inteligentes que no llaman la atención siempre suelen ser las que manejan los hilos a su alrededor, lo sé por que una fui el artífice de una gran revolución.

─── Ya traigo al prisionero ─── Había mucho silencio al entrar y nos dimos cuenta de por que enseguida, Aelin estaba arrodillada al lado de la cama de Renny, con los brazos cruzados y su cabeza reposando entre ellos, dormía, pero era evidente que tenía los ojos hinchados y rojos de haber estado llorando, el chico en cambió se veía con mejor color que la noche anterior.

Sentada en el quicio de la ventana estaba ella, con la larga melena roja a un lado, tapando parte de su rostro, no se digno a mirarnos cuando asintió, pero pude intuir que seguramente tendría los ojos igual que su amiga, y no entendía porque eso me causó tristeza a mí, cuando yo debería odiarla. Debería querer despedazarla a cada minuto que pasara con ella por todo el daño que había provocado. Apreté los puños entre las toallas usadas, notaba como estaba apretando los dientes mientras mis ojos no dejaban de verla, deseando que se girara, ver esos ojos llorosos y disfrutar de ese momento, pero esa sensación de júbilo jamás llegó.
Ambos nos quedamos callados, yo estático sin saber muy bien que hacer, Alastir se limitó a sentarse en su cama y acomodarse sin decir nada, la neutralidad de ese hombre esa asombrosa ¿Sería así en ese mundo? ¿Sería una debilidad, un problema hablar de los sentimientos de los demás o preocuparse? ¿O tal vez era por falta de confianza entre unos y otros? Y parte de mis compañeros tampoco me había relacionado mucho con las personas, teníamos prohibido sentir, pensar por nosotros mismos, tener ideales que pudieran interferir con nuestro objetivo, pero en este lugar había mucha más libertad, al menos para todos ellos, aquello me dejó tan confuso que me empezó a dar jaqueca.

La vi limpiarse las lágrimas con la manga del vestido oscuro que había escogido, forzar una sonrisa y dirigirse a nosotros, o más bien a mi pues a Alastir no le regaló mas que una sonrisa débil y un movimiento tenso de cabeza.

─── Si ya estás limpio, yo estoy lista para hablar de lo que dejamos atrás ─── Me tensé ¿Lo que dejamos atrás? ¿Qué tanto sabía? Ladeé el rostro haciéndome el tonto ─── Lista para que me digas que había detrás de casa.

Eso no me hizo sentir para nada aliviado.


CIÁN y el sello liberadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora