Capítulo 10 ; Romina

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Me quedé cuidando de Renny en lo que Aelin volvía, sabía que vendría directa aquí y a mí no me costaba nada quedarme viendo que el bello durmiente siguiera, pues eso, durmiendo como un tronco. Aunque ese silencio me hiciera dar vueltas a la cabeza, vueltas que solo me traían una ansiedad que no quería demostrar, odiaba el hecho de haberme atado a Cían, detestaba la manera en que mi mente solo había encontrado esa solución, y podría haberme excusado en que fue un momento de tensión, que no tenía tiempo para decidir o que estaba desconcentrada por sentir la vida de mi amiga en peligro, pero se suponía que estaba preparada para esas cosas, que mi tía y mi madre se habían encargado de ello.

Si me vieran seguro estarían decepcionadas, hice todo lo que me prohibieron, abrí el libro y me uní al ser dentro de él, había puesto mi vida sobre la mesa, a merced de alguien que ni siquiera sabía que quería de este mundo. Estaba sola en algo que no tenía idea de cómo afrontar.

Me alisé la ropa y traté de cambiar el semblante cuando mi amiga entró con algunos frascos llenos de hierbas y agua en una jarra. Me miró por un instante y frunció el ceño, eso me recordó que a ella no había forma de engañarla.

─── ¿Qué te pasa? ─── Preguntó, volviendo la vista a Renny, lo zarandeó levemente para despertarlo en lo que ella prepararía la infusión. Pobre Renny, Aelin tenía muy buena mano preparando medicamentos, eran efectivos y duraderos, pero estaban realmente asquerosos.

─── Todo, me pasa todo... Tengo miedo ─── Confesé.

─── Yo también, pero ¿Qué hacemos? ¿Nos echamos a llorar sobre nuestros vestidos? Sabes que tú y yo lo último que somos es damiselas lloronas ─── Le alzó la cabeza al chico y le obligó a beber el mejunje que acababa de preparar, puso cara de asco y trató de escupirlo varias veces, pero claramente Aelin no dejó que eso sucediera.

─── Hoy me gustaría permitirme ser una de esas damiselas ─── Reí con suavidad, aunque me detuve cuando me di cuenta de lo fría que sonó mi risa.

─── Pues hazlo, llora, grita, haz lo que necesites Romina, no me hace falta que te mantengas fuerte por mi ─── Me miró cuando dejó a Renny recostado de nuevo, pero sus ojos estaban casi tan tristes como los míos.

─── ¿Y si dejamos las dos de fingir ser fuertes por un rato? ─── Me acerqué a ella, y la tomé por la cintura apoyando mi mejilla en su nuca, agradecida que se hubiera recogido la maraña de pelos revueltos que solía llevar.

Suspiró, dejando caer los brazos a los lados, y entonces supe que al fin se había rendido, que estando solas por fin podríamos respirar, pensar con claridad y tal vez encontrar un camino mejor a las cosas.

─── Echo de menos a mi padre ─── Dijo al fin, con la voz entre cortada, no necesitaba verla para saber que seguramente también tendría los ojos llorosos ─── Romina tú sabes lo que dijo Cían...

─── Él estaba metido en su libro, no le voy a creer ─── Sentencié de forma abrupta. No quería oír eso, no quería saber cómo ella pensaba lo mismo que yo, las manos me temblaban alrededor de su cintura de tan sólo imaginar que las palabras venenosas de cían pudieran ser ciertas.

─── Pero Romina, él sabía cosas de ti, de tu familia, eso me dijiste, si veía y escuchaba tal vez... ─── La solté de inmediato, como si quemara, como i u cuerpo ardiese tanto como sus palabras, porque lo peor era que yo también lo había pensado, llevaba pensando en ello desde que él lo dijo, sus palabras afiladas aún no habían dejado de atormentarme y dudaba mucho que lo hicieran.

─── ¡Basta! ¿Pretendes torturarme con eso tu también? ─── Aelin se llevó el índice a lo labios, indicándome que callase o Renny podría despertarse, a mi ya me escocían los ojos, el lagrimal resistiéndose a rendirse ante mis temores.

─── Vayamos al jardín por favor ─── Le hice caso, aunque llevaba los puños apretados, el cuello y los hombros tensos ¿Por qué me negaba tanto a esa posibilidad? ¿Por qué tenía tanto miedo a no tenerlas nunca más junto a mí? No estaba lista para estar sola, esa posibilidad nunca había bailado entre las demás, y ahora parecía ser real.

El sol de la tarde empezaba a caer, a fundirse con los árboles que nos rodeaban. En inverno los días eran tan cortos en el reino norte que parecíamos vivir en una noche casi constante, no me desagradaba, pues rodeados de tanta naturaleza el cielo podía disfrutarse a la perfección cuando estaba despejado, todo un río de colores celestes y rosados cruzaban el cielo, como una carretera de estrellas que se precipitaban unas sobre otras, a las brujas les gustaba la luna, tenían leyendas sobre ella, sobre su poder o como influía en ciertos hechizos, yo la detestaba, porque cuando ocupada su lugar en medio del cielo nocturno su reflejo opacaba a las demás estrellas y eso me hacía echarlas de menos, como si una parte de mi perteneciera a ese mundo tan inmenso sobre mi cabeza.

─── Romina te estoy hablando ─── Aelin sonaba preocupada, la miré desconcertada, casi avergonzada por perderme en mis pensamientos en un momento como ese ─── Siempre te ocurre, si vieras como te brillan los ojos cuando miras al cielo...

─── Estoy bien, trato de estar bien ─── Metí las manos en los bolsillos del vestido, nuestras respiraciones comenzaban a formar un ligero vaho.


CIÁN y el sello liberadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora