02: October

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     ¿Cómo estoy tan seguro? Empezará a cuestionarme ahora.
No se preocupe, pronto entenderá.

     Resulta que cierta noche de otoño, el año anterior a su desaparición, quedé con Tsumiko para cenar en un prestigioso restaurante occidental cercano a nuestro distrito, de esos que son excesivamente elegantes con la única excusa de contentar las opulentes miradas de la alta sociedad (ella disfrutaba de gran soltura económica gracias a su matrimonio, y a veces proponía estos planes para que pasáramos tiempo juntos).

     Para ser claro, me convenció de acompañarla cuando dijo que debía contarme algo de urgente importancia, porque Tsumiko nunca me agradó mucho, (menos, desde que se casó) y también porque hacía ya meses que no la veía, a pesar de que vivíamos relativamente cerca. Fue así como arreglamos nuestras agendas y nos encontramos aquella noche en la que las grietas que sutilmente adornaron los cimientos de nuestro mundo por años comenzaron a estremecerse y a hacer ineludible su existencia.

     Al principio, creí que envejecería al menos 3h de mi vida en otra velada fraternal rutinaria, pero cuando vi a Tsumiko entrar con Mizoguchi Hisae, su mejor amiga, entendí que había adivinado mal y que en efecto solo quiso reunirse conmigo para decir algo en concreto. Esto aumentó mi interés sobremanera. Pensándolo bien, no podía imaginar qué asunto exacto tendría ella que consultarme a mí de forma presencial, con compañía, y en un lugar tan público.

     Pensándolo mejor, sí había algo.

     Le confieso, Dr. Forense, que yo lo veía venir desde el instante en que me resultó imposible mirarle a la cara, cuando llegó sola a sentarse frente a mí. Nunca sentí vergüenza en realidad, pero actuar como tal era difícil, porque los humanos normalmente sienten vergüenza en estas situaciones, y muchas veces el cuerpo actúa de formas que la consciencia no aprueba.

     La cena comenzó bien, hablamos brevemente de cosas triviales como el trabajo, o las vacaciones de Navidad que se acercaban, fingiendo que este era un encuentro normal. Sin embargo, después de recibir nuestros pedidos, Tsumiko no hizo el menor intento por comer.

     Inmóvil en su sitio, lucía como si estuviera recogiendo el coraje necesario para decir algo. Miraba a su alrededor de forma inquieta, jugaba con el borde de la servilleta de tela a su lado y cambió su patrón respiratorio. Fue la primera y última vez que la vi en este estado.

     Minutos después, su expresión se ensombreció exageradamente y me dijo, casi en un susurro, que su marido estaba teniendo una aventura con otra mujer.

     No tuve que pedirle explicar tal suposición porque Tsumiko, como yo, tenía tendencia a contar cosas que nadie le había preguntado, así que enseguida pasó a relatar las típicas razones que se ponen de evidencia en estos casos, como que su esposo se estaba comportando diferente, y otros detalles que no escuché atentamente (que si joyas y prendas de vestir que nunca llegaban a ella aparecían registradas en su cuenta bancaria, que si no quería hacerle el amor tanto como antes, etc), aunque luego aclaró que todavía le faltaba dar con algún número telefónico o dirección que confirmara lo planteado. Mi primer pensamiento después de escuchar aquello fue: "¿Ahora es que lo nota?"

     Ella sospechaba.

     Yo tenía la certeza de que estaba siendo engañada.

     Sinceramente, nunca he entendido a la gente que traiciona en esta época. Si el amor es voluntario, ¿cómo puede ser una pasión impulsiva e ilícita más importante y arrasadora que la tranquilidad y confianza que tarda años en construirse con la persona amada? ¿Acaso de algo valen las promesas, la honestidad y el tiempo invertido? Mis relaciones nunca fueron sólidas, pero siempre he condenado la infidelidad.

     Odio todo lo que conduce a ella y odio las consecuencias que trae consigo.

     Mi sangre hirvió desde el maldito momento en que Tsumiko abrió la boca para contar aquello, y había comenzado a buscar alguna forma de largarme antes de que pudiera pedir mi opinión en el asunto. Ella estaba a punto de romper en llanto, intentando explicar algo a lo que no presté atención, y yo en un intento descuidado de terminar aquel circo, espeté interrumpiéndole:

     "No entiendo por qué me estás contando esto, pero estar con un hombre como él va a destruirte, Tsumiko-nee. Déjalo y divórciate. Por tu bien."

     No hablé con más intención que no fuera librarme de ella para salir de allí, y en principio me alegró mucho el ser capaz de articular una idea tan elocuente en el acto, porque desde siempre estuve en contra de ese condenado matrimonio; pero no fui capaz de recordar un pequeño, fatídico detalle: Mi hermana se aferraba a ese hombre como si fuera la última tabla de madera flotando tras un naufragio. Probablemente estaba muy enamorada de él.

     Y créame cuando le digo que la familia Zaika cuando ama, es aterradora. Y no existe fuerza terrenal que nos haga soltar un fruto después de haber hundido nuestros colmillos en él.

     Sentí su mirada de cuchillas atravesar mi frente y le vi intentando contenerse, como si estuviera a punto de lanzarme el agua de su vaso a la cara y empezar a gritar, pero con mi postura le hice saber que no estaba dispuesto a discutir esto con ella. No quería involucrarme más en sus problemas, no quería saber nada de sus problemas matrimoniales.

     Ella dijo que seguiría investigando y que me mantendría informado. También dijo que solo si atrapaba a una "amante", expondría todo y se divorciaría. Podía entender la rabia en su tono, pero no entendía la condescendencia.

     Fue así como a modo de cierre aburrido de esta escena novelesca, Tsumiko suspiró amargamente y se levantó para marcharse con Mizoguchi, que había estado acechando desde la entrada, lista para venir y degollarme al mínimo indicio de tensión que percibiera.

     Antes de salir, Tsumiko volteó para verme y ahí estaba de nuevo aquella expresión que pretendía que entendiera algo sin necesidad de palabras, pero yo estaba harto, y no soy telépata, así que la ignoré otra vez y no hice ningún movimiento.

     La última vez que la miré, sus ojos contenían una furia que nunca intenté comprender hasta que me sentí exactamente igual, un año después.

(...)

Hanzai no ShitaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora