23 de diciembre - AU Angel/Demonio

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Los tonos en la discoteca subían y bajaban, así como los cuerpos en movimiento. Todos se balanceaban los unos contra los otros en un vaivén voluptuoso. Torsos descubiertos, brazos en alto sin mangas que los cubran, más de un compañero, que sean varios. Fuera de la pista de baile hay sillones a media luz, en uno de esos un algodonoso joven con mirada angelical observa a todos bailar embelesado. No es viajero recurrente de esos ambientes, pero la curiosidad es fácil de saciar. A él se acerca otro joven, acaba de moverse entre la multitud en aires tales como si sus pies no tocaran el piso, si solo estuviese él en la pista y no compartida con cientos de festejantes del 28 de junio. El joven es rubio de mirada astuta, lo ha visto desde el otro lado del recinto, trae una copa roja en su mano enguantada de cuero y lo deja frente del chico de mirada oscura contraste a su apariencia.

Hay una extraña energía magnética rodeándolos cuando conectan sus miradas, ambos se convierten en esclavo de la mirada del contrario.

— ¿Qué tal? No te había visto por aquí antes—el rubio se sienta a su lado, hay un tono dulzón rodeándolo que penetra por la nariz del chico de cabello blanco. Todo él es blanco inmaculado, lo contrario al rubio.

—No acostumbro venir a lugares así—el chico se alejó un poco, aquello el rubio lo tomó como una invitación para cercarse más. Ninguno de los dos apartaba la mirada. El de apariencia más joven se mordía los labios dejándolos rojizos, tentadores.

—Que alivio, significa que esta vez tuve la mejor de las suertes y sólo yo podré disfrutar tu compañía—no parecía que tomara alcohol, pero sí había algo embriagante en su aliento tan cercano al suyo.

— ¿Disfrutarme? —abría la boca tratando de probar en su lengua ese dulzor.

—Entero. Soy Mihaa, pero puedes llamarme Mello—pronto la conversación se llevó en susurros que derivaron en mojados besos.

—Me llamo Nate—gimió en la oscuridad de una habitación en la parte trasera del bar. Sus manos entrelazadas tras el cuello de Mello al igual que sus piernas a las caderas escurridas, sentía un placer imposible de ignorar desde el centro de su ser. El otro jadeaba mordiéndole el cuello, a instantes se quedaba tenso y sin respiración, como en un jadeo prolongado hasta el momento que ninguno de los dos pudo más.

[...]

—Debo irme, se supone que venía cuidando de un amigo y lo perdí completamente de vista—se puso a toda prisa los pantalones de cuero con los guantes que jamás se quitó—quisiera volverte a ver, pero...creo que no debemos. Te siento tan único que no quiero manchar la imagen que tengo ahora de ti—acarició los mechones blancos fuera del rostro medio escondido en la almohada, se veía angelical pese a las lágrimas de abandono.

—No te preocupes, estoy seguro que la vida se encargará de reunirnos—esos ojos oscuros brillaron dejando a Mello una mirada de sí mismo. Negó con la cabeza y salió a buscar a Matt.

[...]

Un pelirrojo se movía seguido de Mello, balanceándose de derecha a izquierda, bebió demasiado, al inicio luego de perder su copa unos jóvenes se acercaron a él alagando sus pasos de baile y le invitaron a beber. Y eso hizo toda la noche hasta las dos de la mañana que cerraron el establecimiento y los chicos lo despacharon solo a casa.

—Maldita sea...muévete más rápido joder, puede pasarte algo caminando por este barrio—gruñía Mello entre dientes, iba descalzo, sin guantes mostrando sus uñas pintadas con un agujero en cada palma de la mano. Colgado de su cuello iba un rosario con un particular candor santo. Y a su cadera pendía una espada dañada con el correr de sí frente los celestiales. Podríamos decir que Mello, Mihael, el mismo que glorifica el nombre del máximo, era el ángel protector del chico Mail Jeevas.

La razón por la que el mismo arcángel príncipe de los cielos era puesto por su justo padre al cuidado de aquel joven era sencilla: su idea flexible del amarse los unos a los otros. Él amaba tanto que en ocasiones ocultaba su divinidad tras un disfraz carnal para amar a los hombres y mujeres de la creación lo distraía de sus deberes.

Pronto sus sentidos estuvieron alerta, sacando al momento su espada en dirección a un callejón de basura, al fondo vio una sonrisa dentada. Sus ojos se abrieron al reconocer aquel hedor dulzón de azufre y flores de miel. De las sombras salió aquello que los ángeles temen, un demonio: vestía traje blanco con los cabellos ocultando iris rojizos, iba descalzo como él con la diferencia de estar sus pies cubiertos de una inmundicia negra que daba una imagen a los pecados del hombre.

—Nate...No, Nataniel—su espada temblaba, fue burlado, cuando perdió a Matt de vista fue a causa de aquel tentador de la carne. Matt caminaba por esos callejones oscuros completamente alcoholizado por distraerse con uno de los traidores de su padre.

—Mihael, te dije que la vida nos encontraría de nuevo—le dijo abriendo los brazos, mostrando sus manos inmundas en carmín—Y esta vez no me dejarás tumbado desnudo y destruido. Esta vez serás tú quien me vea irse...y con tu querido Mail—sonrió.

—Sólo si pasas sobre mí, bestia—empuñó su espada apuntando al cuello que hacía unas horas besaba. 

—Oh Mihael, querido...pero si ya lo he hecho...—se relamió los labios con un sonrojo de inocencia corrupta.

N/A: necesito explorar más el tema para darles algo bueno. Disculpen el retraso.

Mes Meronia 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora