08 de diciembre - Bosque encantado

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— ¡Mello, date prisa a encerrar a los borregos!

— ¡Ya voy mamá! —un joven hijo de pastores de no más de quince años corría arreando a todo su rebaño, la tarde salpicada de nubes que amenazaban con lluvias. Vivían a las afueras de Jerusalem's Lot, pueblo que se decía acosado por las brujas que gritaban desnudas por el bosque, aquellos duendes que salían de bajo las rocas o se descolgaban de árboles tan viejos como el mismo bosque. Su madre, una santa mujer que lo criaba a él y a Linda sin un hombre en casa. El padre de Mello los dejó hacía tres inviernos, una enfermedad venció sus fuerzas y este durmió el sueño eterno. Sin hombre en casa que colocara las cruces de palma o enterrara los palos de sauce al rededor de la casa por las noches, ella protegía a ambos niños con rosarios de plata colgados de sus cuellos y la promesa de no salir fuera de la casa cuando el sol ya estaba oculto.

Esa tarde vio a lo lejos a una familia llegando con una carreta tirada de dos caballos de tiro, venían una mujer de hermosa cabellera gris, un joven muchacho de cabellos negros igual que sus ojos con la cabeza dormitando en el hombro de su madre y un hombre de cabellos blancos con mechones negros. A galope un joven quizá cuatro años menos que él, completamente blanco, desde la cabeza hasta los pies. El chico se detuvo un momento a ver al ovejero. Era una mirada gélida que aún con la diferencia de edad Mello dio un paso atrás.

—Near, ayuda a tu padre y Elle a descargar.

—Voy madre—sin duda los nuevos vecinos. Una lástima que llegaran en temporada de brujas, las muy arpías no dudarán en robar los animales o que se pierda su hijo pequeño.

Pero eso no ocurrió. Al parecer el padre e hijo mayor se dedicaban a domar caballos, no necesitaban de animales y siempre tenían dos o tres caballos en sus corrales. Al rubio le daba un poco de envidia, él en cambio debía despertar antes del primer rayo del sol y llevar a sus ovejas a pastar lo más lejos que pudiera para tener pasto largo y luego antes que el sol se ocultase volver y encerrar bien a los animales.

Una tarde un cordero no aparecía, tuvo que internarse en el bosque bañado de luz naranja del crepúsculo llamándola. Escuchó ramas moverse en las profundidades donde la luz ya no alcanzaba, creyó que sería su cordero cuando al acercarse distinguió a las tres bestias más grandes que pudiera ver. Eran tres lobos, uno tan grande como un caballo de oscuro pelaje con guantes blancos y pecho inmaculado, otro echado en el hierbajo negro azabache y uno más que olisqueaba bajo un arbusto blanco sin mancha. A Mello se le fue el alma del cuerpo al ver lo que el lobo blanco tenía en el hocico, era su cordero aún vivo. El rubio tomó bastón y esperó. Las orejas de los tres animales se movieron a su dirección, para su suerte el alfa, el más grande llamó a los otros dos y el cordero se quedó allí abandonado por las bestias, en brazos de su pastor. Corrió todo el camino con carga en brazos, a la mañana no podía levantarse. Su madre le dio santa reprimenda por lo tarde que llegó, su hijo dándole el susto de la vida.

Por el pueblo corrían historias de niños desaparecidos y animales encontrados por el camino a la siguiente ciudad hechos girones, destrozados como si una manada de lobos corriera por allí. Y Mello sabía que era así, esos animales fácilmente podían destrozar una vaca si quisieran. Una noche escuchó pisadas tras su pared y una respiración pesada de algún animal. Asomándose a la puerta lo vio, era el lobo blanco, se escabullía por entre el corral y la casa, olisqueaba las puertas, se sorprendía que las ovejas no hicieran ruido. Cuando corrió a buscar el rifle de su padre el animal ya no estaba.

—Mañana iremos a pasar día de acción de gracias con los River, Catherine nos invitó, se ven muy amables y tienen un hijo de la edad de Linda—dijo su madre una noche con los tres sentados, Mello inmediatamente captó la indirecta, aquella sería una noche aburrida pensó.

—Me alegra que aceptaran nuestra invitación, los presento, mi esposo Van Hallen, nuestro hijo mayor Elle y Nataniel, pero le decimos desde pequeño Near —luego de las presentaciones coloridas se sentaron todos a la mesa, los River eran una familia humilde más no ignorante, el hombre antes de ser domador se interesaba de la medicina y al parecer su hijo mayor quería perpetuar ese deseo, el más joven era también el más desinteresado, no dijo palabra alguna hasta que su padre le llamó la atención a los modales, el niño miró a Mello con detenimiento un candor amarillento por la luz de las velas lo descolocó, luego a Linda y de vuelta al hombre de la casa.

—Salgamos a cabalgata.

—Esa me parece una buena idea, Elle ¿por qué no los acompañas?

—Near ya tiene suficiente pelo para salir sin que deba seguirle las huellas—respondió el mayor continuando con su postre.

Así que allí estaban, una cabalgata nocturna hasta el rio, no estaba mal, le gustaba la compañía tranquila y callada del albino. Hacía que hablar recayera en él y no le desagradaba del todo, aunque hacía bastante que notaba al chico...nervioso, demasiado alerta como si esperara algo, como si se arrepintiera a último momento de proponer ir al rio y eso no le gustaba a Mello, quería que disfrutara de su compañía tanto como él lo hacía.

—Deberíamos volver—no bien empezaba a enfilar su caballo escucharon carcajadas dentro del bosque, un frío subió desde la columna hasta su espalda, ambos caballos relincharon. Sacó la escopeta de su padre y comenzó a apuntar en dirección de las risas—No dispares, sino saben dónde estamos podemos regresar.

—No, no podrán pequeño.

Escucharon una voz a las espaldas y el rubio disparó. El caballo se alzó sobre las dos patas traseras tirándolo y es cuando todo se puso oscuro. No pasó mucho tiempo antes que recobrara el sentido, los sonidos llegaban apagados, las imágenes borrosas y oscuras con la luz de la luna como única guía. Venía una sombra oscura cernirse sobre él y luego blanco. Blanco siguiendo la sombra que trataba de escapar para no desaparecer, el blanco, la cosa blanca se llegó a manchar de carmín y allí todo regresó de golpe. La bruja tirada en un manojo de ropas oscuras y frente a él se distinguía la misma criatura que se apareció noches antes por sus establos, con los colmillos en reste. Buscó el rifle con mucho cuidado, el animal igual se fijó en él sus ojos negros brillaban amarillos en la penumbra. Sujetó con fuerza el rifle, sus fuerzas le fallaron al ver a esa cosa acercarse lo suficiente para olerlo, su cabello se movía con los olisqueos. La bestia se alejó lo suficiente para verlo a los ojos. Una mirada animal con un brillo muy humano de inteligencia. Lo olfateo pegando la fría nariz a su cabello y luego se fue corriendo. Mello alcanzó a disparar y escuchó un chillido canino, aunque la bestia no se detuvo.

—¡Allí está! —las antorchas fueron un alivio para su cansado cuerpo.

—¡Mello! Gracias a dios, cuando vimos que regresaron los caballos sin ustedes comenzamos a buscarlos.

— ¡Mamá, nos atacó una bruja! ¡Nos atacó una bruja, salió de la nada de entre el bosque y....!— allí faltaba alguien — ¿Dónde está Near? ¿No está con ustedes?

—No te preocupes por Near, hijo, su hermano ya fue a buscarlo —las palabras tan tranquilas de la mujer no lo contagiaban, pero no le quedó más remedio que aceptar su palabra. Se desmayó en su cama, esa noche soñó con niños y lobos albinos.

[...]

—Mello, Near te busca, Linda se encargará hoy del rebaño —su santa madre sonriente le dio un atado con carne, queso y pan junto un beso para que se fuera. Estaban subidos a unas rocas desde las que se veía el rio y como cruzaba por la ciudad de Jerusalem's Lot.

—¿Dónde estabas anoche?

—Corriendo por el bosque.

—No deberías, debiste correr de vuelta con nuestros padres —lo miró con detenimiento, en el medio tenían los alimentos que la madre de Mello les dejó, Near ignoraba el pan y el queso por la carne que sostenía con una mano apretada, la otra estaba vendada — ¿Qué te pasó allí? No lo tenías anoche.

—Tienes muy buena puntería —se desató el vendaje para que le diera un vistazo, era una herida de bala, sanaba muy bien. Mello comenzó a hiperventilar, era absurda la idea que cuajaba en su cabeza, tan absurda que era lo único que explicaba por qué ese vendaje, la aparición repentina de ese animal y que no atacase a Mello—. Tú eres el que no debería correr como si fuese un bosque encantado y tú un duendecillo—y le dio una lamida a la mejilla, la lengua estaba caliente.

N/A: me quedó medio extraño pero no pude mejorarlo mucho, igual con algo de suerte se le podría sacar más historia...ummm día ocho listo.

Mes Meronia 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora