III

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Harry había estado completamente irritable, decir que estaba solamente molesto era un eufemismo, intentaba en lo posible no demostrar que la situación le ponía de malas pero simplemente no podía y el ambiente había estado remotamente pasable hasta un día en el que las cosas simplemente explotaron.

Harry se encontraba como de costumbre preparando el papeleo en su oficina, completamente en silencio y con relajo enfocaba su atención en el caso de los Malfoy, había enfrascado su tiempo en ello ya que si conseguía solventar la situación, ya no iban a requerir más cuidados y no era sólo por ello, si había algo que enojara a Harry más que nada era que hubiese gente que todavía tuviese algún tipo de discriminación con quién sea, ya bastante habían tenido con la época de Voldemort y todo su ideal para acabar con las personas que a su manera de ver, eran inferiores y ahora que había paz en el mundo mágico, ellos decidían tomar la misma mentalidad que Voldemort y ni siquiera se daban cuenta. Habían ciertos patrones que Harry notaba en dicho caso, como por ejemplo las horas en las que usualmente las protecciones se veían afectadas y era alrededor de la media noche, poco más de eso no lograba tener pero sabía que tendría que ser alguien que le guardara rencor a los Malfoy y su primer pensamiento fue conversar aquello con él.

—¿Sigues aquí? Creí que ya te habías ido. —Hermione había tocado la puerta y entrado sin esperar respuesta cosa que ya ella acostumbraba a hacer y Harry no le molestaba en lo absoluto.

—Sí pero ya me voy, quería comprobar un par de cosas antes de irme. —Dicho aquello, se puso de pie con un suspiro cansado y se dirigió hacia la salida junto a Hermione.

—¿Siguen odiandose? Pensé que con el tiempo eso se iría pero parece que no. —No sonaba molesta ni tampoco con afán de burlarse, simplemente como una pregunta trivial.

Pero a Harry en el fondo se le erizó la piel y no sabía por qué, realmente ya no odiaba a Malfoy y tampoco cree haberlo hecho en algún momento, simplemente eran polos opuestos y el rubio sabía cómo sacar de quicio a Harry cada vez que se encontraban, sin mencionar el historial que tenían que por más que intentaba no lograba superar y tampoco era algo que pudiese explicarle.

—No nos odiamos, Mione, o al menos de mi parte, simplemente es complicado.

Dicho aquello ambos se alejaron, Hermione tomó otro camino dentro del ministerio y Harry se dirigió hacia la mansión Malfoy donde como era de costumbre, permanecía hasta entrada la noche. No era molesto para nada el ambiente y la mansión estaba mucho más colorida y cálida a como la recordaba, claramente la última y única vez que Harry estuvo en aquella mansión se contaba con la presencia de Voldemort en ella, incluso la decoración era algo sutil y reconfortante, jamás esperó que Malfoy tuviese aquellos gustos, más bien creía que sería de los que tuviese decoraciones estruendosas, grandes y lujosas pero nuevamente, eso era lo que creía de un Malfoy joven, el adulto lo dejaba por mucho confundido.

Se había deshecho mirando la decoración que no notó cuando unos pasos se acercaron a él con disimulo y tocaron la parte baja de su uniforme.

—¿¡Eres Harry Potter!? —Cuando Harry se giró se encontró con un niño no más grande que Albus, incluso diría que de la misma edad con el cabello rubio, piel pálida y los ojos entre un azul grisáceo, sin duda tenía que ser el hijo de Draco porque era simplemente idéntico a él.

—Lo soy, ¿y tú eres? —Inquirió Harry con calma.

—Mi nombre es Scorpius, mi padre me ha hablado sobre usted y bueno, no hace falta que me hablen sobre ello porque todos saben que es el héroe del mundo mágico, fue increíble lo que hizo. ¿Es verdad que tenía trece años cuando logró conjurar un patronus corpóreo y venció a un centenar de dementores? ¡Yo amo esa parte de su historia! Incluso tengo un juguete que me compró mi madre a escondidas de padre porque él dice que usted es un poco torpe. —Scorpius hablaba completamente emocionado e incluso divagaba hasta que al parecer se dio cuenta de lo último que dijo y aquello le hizo ruborizar sus pequeñas mejillas.

El amo y el siervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora