Capítulo 4: 15 de septiembre de 2003

27 5 2
                                    

Hace mucho tiempo que no escribo. Ha estado mal, lo sé. Lamento haberte dejado sin palabras, anécdotas ni pensamientos, pero la verdad es que no te hallaba por ningún sitio. Después de semanas y semanas de haberte buscado, finalmente encontré tu distinguible empastado debajo del colchón (estabas en uno de los lugares más clichés del mundo, lo admito, pero lo cierto es que tampoco recuerdo haberte metido allí dentro).

De cualquier forma y aun cuando no te hubiese perdido de vista, el caso es que ni siquiera habría tenido el tiempo suficiente para contarte lo que ha ocurrido en estos últimos días. Lo resumiré para ti en unas cuantas oraciones para ahorrarme la sofocante tarea de recordar: un funeral es más costoso de lo que creía, Wilhelmine se ha llevado la labor de tramitar todo lo referente al testamento de papá, mamá ha tenido que trabajar todos los días sin falta y, aparte de todo, las habitaciones de casa ahora se encuentran tan vacías que me es difícil no sentirme completamente abandonada.

¿Tienes idea de lo agobiante que, a veces, puede resultar la soledad? Y no hablo de tomarte un tiempo para disfrutar de la tranquilidad de una estancia, o de encerrarte en tu recámara durante horas porque sencillamente no deseas conversar; no, me refiero a sentirte sola, a no contar con nadie, a creer que si algo sucede contigo los demás ni siquiera lo notarían. Era esa clase de soledad la que más detestaba, pero también era consciente de que no era culpa de ninguna de las tres. Wil y mamá también debían estar pasando por lo mismo y, para colmo, sabía que la causa no era el aislamiento en sí, sino la sensación de que nos habían arrebatado algo tan importante que el simple concepto de "normalidad" se volvía por sumo impensable.

Eso no es todo, pues ahora me da la impresión de que el destino desea burlarse de nosotras una vez más: con el transcurso de los días, ha sido mamá quien parece haberse llevado la peor parte de esta tragedia. Primero empezó con dolores de cabeza. Mi hermana aseguró que los motivos no serían más que estrés y cansancio, aunque, con el paso del tiempo, sus leves mareos se convirtieron en pesadas e interminables migrañas. Las cosas continuaron empeorando hasta que la fiebre vino a intensificar cada uno de sus síntomas. ¿Preocupante? Lo fue en cuanto comenzó a tener dificultades para respirar.

Fue aquí cuando las cosas se tornaron en un completo desastre, pues además de mi angustia por su enfermedad, también está mi frustración tras verme obligada a sustituirla como "recurso terapéutico de fastidiosos niños ricos atípicamente desagradables". Me lo ha dicho hoy por la mañana: no se siente capaz de asistir a la consulta, pero está convencida de que Lukas necesita algo de compañía. Puedes deducir la agobiante propuesta que no tardó en adquirir tono de orden, ¿cierto? Quiere que vaya en su lugar, pero esa idea me incomoda por una razón en particular.

Era obvio: desde aquel primer día, no tuve intenciones de volver a pisar el suelo de tan perturbadora mansión. Y eso mamá lo sabía. No tenía que ser muy inteligente para intuir que Lukas era del tipo de personas que no encajaban conmigo. Por el modo en que había decidido evitarnos, no podía más que tomarlo por un chico arrogante y desconsiderado.

No voy a mentir diciendo que no me quejé cientos de veces. Supliqué a Wil que intercambiara sus labores conmigo, pero fue mamá quien se apresuró a negarme tal posibilidad, argumentando que había sido la mismísima Isabel quien había sugerido mi "intromisión" en el asunto:

"Ella llamó por teléfono, Yvonne —repuso con el gesto serio—. Dice que prefiere tenerte a ti como apoyo.

—Vamos, mamá —prostesté al instante—, ni siquiera hay que pensarlo dos veces para saber que es ridículo.

—Encontrar otro trabajo tan bien pagado como ese sería prácticamente imposible, cariño. —Me miró a los ojos mientras tomaba asiento a las orillas de su cama—. No voy a rechazar su propuesta, en especial porque estoy segura de que puedes manejarlo mejor de lo que imaginas.

Mi secreto es inhumanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora