Capítulo 3: 13 de agosto de 2003

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—¡Ya es tarde, Yvonne! —gritó mamá desde lo lejos—. ¡Tenemos que irnos ahora!

Le eché un rápido vistazo a mi reloj de muñeca: 3.27 p.m. cerca de convertirse en 3.28.

—¡Ya voy, mamá!

Me apresuré a dejar mi habitación para unirme a ella cerca de la puerta.

—Perdona, no encontraba mi mochila y...

—¿Para qué necesitas la mochila, cariño? —me cuestionó al instante.

—Voy a llevar mi diario.

La vi ladear la cabeza con algo de incertidumbre.

—¿Pasarás el tiempo escribiendo? —inquirió—. Pensé que querrías conocer la casa, Yvonne, hace unos días dijiste que te emocionaba ver el interior de una mansión.

«Pues ya cambié de opinión»

—Sí me emociona, es solo que... —Bajé la vista para evitar que mis ojos se cruzaran con los suyos—. No lo sé, simplemente quiero llevarlo conmigo.

—¿Estás segura de que no prefieres quedarte con Wil?

—Cien por cien segura —decreté con firmeza—. Quiero ir contigo.

Créeme, querido diario: su leve sonrisa fue suficiente para intuir lo mucho que, en realidad, anhelaba oír aquella respuesta.

—Claro, entonces... —hizo una pausa para buscar las llaves en su bolso— será rápido, ¿de acuerdo? No tardaremos ni más de una hora.

Asentí para hacerle saber que no tendría que preocuparse por mí. Mamá lucía cansada y distraída; los párpados hinchados y las manchas oscuras debajo de los ojos eran una señal clara de las pocas horas de sueño que había conseguido conciliar en los últimos días. Pretender ser fuerte y fingir que esto no me lastimaba parecía una mejor opción que pasar el tiempo angustiándola con mi tristeza.

En cualquier caso, mamá no me dio explicaciones cuando optó por dirigir sus pasos hacia una de las rutas alternas del bosque: el sendero de los troncos caídos y los enormes charcos de lodo. En definitiva, se trataba del camino más corto, al menos era así como aparentaba ser en los mapas porque, tomando en cuenta la gran cantidad de desviaciones que uno debía improvisar para esquivar los diferentes obstáculos, esta ruta "rápida" terminaba convirtiéndose en una de las más tediosas del resto de las posibles vías.

—¿Por qué caminamos en esta dirección? —le pregunté.

—Es el atajo más rápido a la ciudad, Yvonne.

«Pésimo atajo»

No creo que su elección se haya debido a una coincidencia, y con eso me refiero a que mamá tenía sus motivos para alargar aquella distancia. ¿Y te digo más? Lo cierto es que su decisión tampoco me molestaba en absoluto. Ambas necesitábamos tiempo. Por eso no me permití darle más vueltas al asunto y tan solo me limité a seguirle los pasos, adentrándonos en el bosque mientras hacíamos lo posible por asimilar lo que, hasta hacía unos días, acababa de cambiar enteramente el rumbo de nuestras vidas.

Las cosas ya no son como antes, querido diario, y estoy convencida de que jamás volverán a serlo. Por más que me exija apartar cada recuerdo de mi mente, la imagen de papá siempre regresa a mí. Había llorado durante horas, me había hecho la idea de que él se encontraba en un lugar mejor y, aun así, no conseguía sacarme ningún detalle del día 7 de la cabeza... En ocasiones parece necesario dejar de pensar, ¿no lo crees?

Las horas transcurrieron con mamá en completo silencio y tu querida narradora en una obligada huelga de mente en blanco. Sé que luchar contra uno mismo tiene la pinta de ser algo terrorífico, y quizás fue la razón por la que las manos todavía me temblaban para cuando nuestros pasos colindaron con la frontera entre el bosque y los primeros establecimientos comerciales. Entre fatigas y suspiros, nuestras pisadas nos llevaron hasta la entrada más cercana del metro subterráneo. Esperar sentadas allí dentro fue lo mismo que haber recorrido kilómetros a pie: ambas permanecimos con la boca cerrada mientras las bocinas de altavoz continuaron anunciando los nombres de las próximas paradas. Éramos dos muertas en vida, como dos chicas en medio de un pesado trayecto del cual no se puede esperar nada.

Mi secreto es inhumanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora