—¿Tienes un Joker, Yvonne?
—¿Por qué te daría mi Joker si tuviera uno? —pregunté en tono irónico.
—Porque tal vez no te gusta jugar con comodines —argumentó Lukas.
—¿A quién no le gusta jugar con comodines?
—Algunas personas odian las sorpresas —se excusó con cierta indiferencia—. Hay quienes aprecian mucho la predictibilidad y la estabilidad de las cosas que los rodean, ¿sabes? Las sorpresas, a veces, pueden provocar ansiedad.
—Lo mejor que puedo ofrecerte es un diez —dije para cerrar mi oferta.
Se encogió de hombros.
—Me conformo con eso —aceptó—. Te lo cambiaré por un ocho.
Le extendí mi diez de diamantes rojos a la par que él me regresaba un ocho de espadas negras. Solo necesitaba un nueve a fin de que mi partida fuera profesionalmente perfecta. Sin embargo, fue cuando él detenía el juego para mostrarme sus cartas que todo el esfuerzo invertido se tornó en una triste pérdida de tiempo.
«Una flor imperial»
Tengo que admitirlo: Lukas sí que es bueno para los juegos de mesa.
—No sé cómo se llama, pero creo que le dicen "flor imperial" —insinuó enseguida, inclinando hacia mí sus cinco cartas de diamantes rojos—. Es la combinación de cartas con mayor prestigio.
—Rayos... —farfullé con fastidio—, yo planeaba hacer tan solo una escalera.
Lukas se burló en voz baja después de haber inspeccionado mis naipes:
—Te faltaba un nueve para lograrlo.
Bastó con que me dedicara una media sonrisa para quedar congelada en el sitio. Tenía la certeza de que enfocar la vista en sus ojos era una pésima idea, a no ser, claro, que buscara un pase directo a los latidos descontrolados. Por eso me reprendí a mí misma y me obligué a despejar mi mente, pretendiendo que el nerviosismo aún no comenzaba a ser lo suficientemente sofocante como para hacer que me sudaran las palmas de las manos.
—Gracias por el dato, Lukas —improvisé.
Al menos contaba con una excelente manera de concederme algo de espacio: fingir que necesitaba un momento para atar los cordones de mi zapato.
—¿Cuántas veces has abrochado tus cintas? —se quejó él al mismo tiempo que reunía con esmero todas las cartas—. ¿Más de seis?
—Los nudos se deshacen —mentí.
Extendí aquella interrupción lo más que pude antes de volver a levantar la cabeza.
—Compra unas nuevas, entonces.
«Mis cordones están bien, el culpable eres tú»
—Lo haré —contesté a regañadientes, dejándolo creer en la ridícula historia de unas cintas desgastadas.
Las cosas empeoraban con el transcurso de los días: cada vez que hablaba con él me sentía extrañamente feliz, pero eso no cancelaba el hecho de que mis pensamientos internos fueran un completo desastre. No era sencillo conversar con un nudo en la garganta, mucho menos tener que inventar excusas todo el tiempo, pues incluso acciones tan simples como "escoger el asiento correcto" o "mantener la distancia apropiada" me parecían una pesadilla. ¿Y lo peor? No tenía ni la menor idea del porqué.
—Tengo una pregunta para ti, Yvonne.
Me obligué a tomar una bocanada de aire.
«No más problemas, por favor»
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Mi secreto es inhumano
Romance[Libro 1] Escribir un diario es la mejor manera de desahogarse, al menos es así como Yvonne lo cree, pues ¿de qué otra manera podría conversar con alguien sin poner en riesgo sus secretos? Durante años, su vida ha girado en torno a libros, reglas y...