- DONDE ELIZABETH CANDY MILLER SIEMPRE ha vivido con los traumas de su pasado acechándola, razón por la que su padre la acabó internando en un psiquiátrico durante algo más de un año en Italia. Cuando tiene 13 años, vuelve a vivir con sus padres y s...
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Al bajarme del tren, despidiéndome de las chicas con un "nos vemos luego", me dirigí hacia los barcos, donde un hombre, que supuse que era Hagrid por su tamaño, llamaba a los de primer año. Me acerqué a paso lento, intimidada por su altura. Me recibió con una sonrisa y esperó a que hablara.
—Hola, soy Elizabeth Miller.
—Oh, sí. Sígueme, puedes montarte en el mismo barco que yo —su sonrisa amable me tranquilizó y lo seguí.
Nos montamos y el camino fue silencioso hasta que vimos Hogwarts en frente de nosotros, lo que me hizo abrir mi boca con sorpresa. Hagrid a mi lado soltó una risa, que me hizo sonrojarme. Empezó a sacarme tema de conversación y yo le seguí. Cuando llegamos, se despidió de mí acariciando mi cabeza y se despidió de todos los de primer año, deseándoles suerte y sonriéndoles. Tragué saliva mientras el profesor Longbottom aparecía a nuestro lado. Este dio un discurso sobre las casas antes de abrir las puertas y esperré a que todos los de primer año pasasen en frente de mí antes de seguirlos.
Busqué con la mirada de Felicity, que me tranquilizó, mostrándome sus manos en un puño y con los pulgares levantados. Sonreí, nerviosa pero impaciente. Luego, esperé pacientemente hasta que todos los de primer año fueron seleccionados y empecé a caminar cuando el profesor Longbottom me presentó como nueva alumna llegando al cuarto año. No me gustaba la atención sobre mí. Siendo la única que sería sorteada pero que no era de primer año definitivamente era más atención de la que me gustaría.
Miré a Felicity, sabiendo que eso me tranquilizaría, mientras me sentaba y el profesor Longbottom me colocaba con delicadeza el sombrero. Incluso si me preparé para escucharlo en mi cabeza, no pude evitar pegar un pequeño saltito en mi sitio cuando, efectivamente, el sombrero empezó a hablar.
—¡Ah! ¡Miller! —mordí mi labio con nerviosismo—. Estaba esperando a que llegaras—. Una de los últimos herederos que quedan —mi mirada se dirigió hacia el profesor, confusa. Pero el parecía tan confundido como yo—. ¡Ah! ¿No lo sabes? ¡Tú hermano lo sabía!
