Parte decima

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Bajo el vasto cielo de Bagua, apenas los pajarillos madrugadores empezaban sus alegres gorjeos, se vieron espantados por el aterrador estruendo de dos ejércitos que desde los extremos opuestos de una verde y apacible pampa empezaban a desplegarse ...

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Bajo el vasto cielo de Bagua, apenas los pajarillos madrugadores empezaban sus alegres gorjeos, se vieron espantados por el aterrador estruendo de dos ejércitos que desde los extremos opuestos de una verde y apacible pampa empezaban a desplegarse al sonido de poderosos tambores de batalla.

Dos sendas filas de batallones de ambos bandos se formaron entonces para el choque primario y empezaron a avanzar acortando el trecho que los separaba. A una prudente distancia, ante el potente sonido de un Pututu, los batallones de las esquinas izquierda y derecha de la gran fila inca se detuvieron, solo continuando su marcha la parte del centro. Estos estaban equipados con un extraño escudo rectangular y curvado hecho de madera, recubierto con capas de cuero, lo suficientemente grande y ancho como para cubrir la mayor parte del cuerpo de los soldados. Estos avanzaban de manera ordenada y metódica, hombro con hombro como un solo bloque.

En cuanto el enemigo estuvo a su alcance, Yana Puma ordenó a sus honderos abrir fuego a discreción; los hábiles chachapoyas descargaron una verdadera lluvia de proyectiles que debería desbaratar los primeros grupos de avanzada incluso si disponían de esos ridículos escudos. Pero para su sorpresa, esto no ocurrió; los batallones incas detuvieron su paso, levantaron sus grandes escudos y los superpusieron sobre sus cabezas y en los flancos, creando una especie de "techo" protector que los cubría por todos lados. La formación testudo (tortuga) romana había sido replicada creativa y exitosamente.

Los honderos seguían lanzando piedras sin descanso, pero la formación mantenía su sólida posición defensiva sin que el fuego enemigo hiciera mella alguna. Uno de sus mejores elementos perdió entonces su efectividad; Yana Puma había querido romper las formaciones enemigas con sus honderos y destruirlos con la carga de sus guerreros.

Puesto que las hondas resultaban inútiles, habría que aplastarlos a la manera clásica; bajo su grito de guerra, los feroces chachapoyas, como jaguares al ataque, se lanzaron en pos de sus oponentes y acortaron la distancia con una velocidad extraordinaria. A su vez, bajo la directriz del sonoro pututu, las alas izquierda y derecha inca iniciaron su propia carga; estas unidades, se habían mantenido a prudencial distancia ya que armadas de forma más tradicional, habrían sido sumamente vulnerables a los proyectiles como cualquier infantería ligera, pero ahora que la lucha cuerpo a cuerpo había comenzado, era su momento de entrar en acción.

Los dos ejércitos chocaron con furia. Las lanzas, como serpientes mortíferas, buscaban hundirse en la carne. Ninan Cuyichi, había buscado cambiar con los previos entrenamientos el enfoque individualista de guerreros por una unidad de soldados que pelean como equipo a usanza de las legiones romanas. Esto estaba resultando efectivo hasta cierto punto, pero la ferocidad de sus contrapartes cerraban la brecha sin darle casi ninguna ventaja.

Los portaescudos, como Ninan Cuyuchi había bautizado a su unidad central, disolvieron su formación testudo, capitaneados por Kori Killa, seguían siendo un obstáculo formidable; como una sola pared, se plantaron firmes sin dar un paso atrás.

Imperio Inca un nuevo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora