Parte primera

371 39 3
                                    

Pachacútec, Pachacútec

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pachacútec, Pachacútec

¿tayta donde estas?

¿Por qué no respondes mi llamado?

¿Por qué me niegas tu luz? 

------------------------

Mucho tiempo atrás, con una lanza de oro plantada sobre un valle sagrado nació un imperio cuya grandeza rivalizó con las mismas estrellas que adornan el firmamento. Ahora, es solo un recuerdo, ahora solo quedan vestigios sobre piedra labrada, huellas difusas de la legendaria marcha de los ejércitos que dominaron los Andes antiguos.

Pero hubo un tiempo en que su nombre fue pronunciado con respeto, temor y furia, en una época distante donde, según dicen, los salvajes espíritus de los bosques y los dioses antiguos aún vagaban entre los hombres.

Y es a esa época dorada donde las arenas del tiempo nos llevan, a una dorada mañana en la imperial capital de Cusco, es aquí donde comienza una nueva epopeya para los herederos de Manco Cápac y Mama Ocllo. El inicio de un desconcertante efecto mariposa, cuyas consecuencias serán impredecibles, para bien o para mal.

Eran días de fiesta, el regocijo envolvía al vasto imperio de los hijos del sol. Desde los rincones más remotos de los cuatro suyos, gentes habían convergido a la capital para participar en el solemne Wawa Inti Raymi. La fiesta que cada año honraba y daba la bienvenida al sagrado Apu Inti, dándole gracias por un año de abundantes cosechas y prosperidad para los ayllus.

La celebración, ya en pleno apogeo, se había estado desarrollando durante varios días. Los asistentes, con fervorosa pasión, honraban al Apu P'unchau con danzas y cantos. Las ánforas de chicha fluían generosamente, las hojas de coca se estaban quemando en busca de auspicios favorables, y los sacerdotes ya habían ofrendado el sacrificio de cien llamas, buscando asegurar de esta manera un nuevo año de rebosante prosperidad.

Aquella mañana apenas empezaba a nacer, pero ya los poderosos nobles locales y aquellos venidos de tierras lejanas, ataviados con sus más lujosas vestimentas, deslumbraban con sus galas, luciendo ostentosos trajes adornados con exóticas plumas y ropajes brillantes con incrustaciones de oro y plata. Todos de pie, habían formando dos largas columnas que abrían un camino de honor para el gran Huayna Cápac, quien se dirigía hacia la plaza central al compás de cánticos solemnes entonados por los coros.

El Inca, que había partido muy temprano desde su palacio, se acercaba lentamente recostado en su lujosa litera. A la cabeza del cortejo avanzaba un grupo de acllas, cuya belleza singular se veía realzada por la suave fragancia de las delicadas flores que esparcían a su paso. Detrás de ellas, los pichaq, encargados de ahuyentar a los malos espíritus enviados por el supay, barrían el camino con sus escobas de paja y verbena, asegurando que la ruta de su majestad imperial estuviera impecable.

Los músicos también estaban incluidos en la marcha solemne; los sonidos que brotaban de sus instrumentos eran realmente cautivantes, y la guardia real incaica, los mejores guerreros del imperio, coronaba la majestuosidad del séquito. Finalmente, los ojos de todos pudieron contemplar al Inca, a quien acompañaban numerosos orejones de su linaje, así como sus hijos y sacerdotes. Al llegar al Haucaypata, el noble monarca descendió de su litera y se quitó las sandalias; esto simbolizaba su conexión con la tierra. Dirigió su mirada al horizonte, esperando los primeros rayos del sol. Todos los señores presentes imitaron su gesto. El fervor opresivo llenaba el ambiente. Los cánticos cesaron y el silencio reinó en el lugar.

Hasta que al fin, los primeros rayos del sol emergieron en el horizonte, los cantos de adoración volvieron a resonar con mayor fiereza. El Inca en persona dirigía con enérgico acento, todos los demás se arrodillaron y levantaron los brazos en alto en respetuoso saludo al dios que se acercaba.

Así permanecieron hasta que el sol despidió su brillo con toda su intensidad; en especial, esa mañana su resplandor se sintió cegadoramente más intenso que nunca. Huayna Cápac se incorporó entonces, los demás permanecieron en su respetuosa posición. Con ambas manos, tomó dos grandes vasos de oro, conocidos como "aquillas", llenos de chicha fuerte. El vaso de su mano derecha estaba destinado al sol, y vertió su contenido en una gran tinaja de oro, con un orificio por donde la chicha fluía, canalizándose hacia un conducto que llevaba al templo del sol. Este gesto simbolizaba que el sol había aceptado su ofrenda. Después, el Inca tomó el vaso de chicha con su mano izquierda y bebió un profundo trago. Luego compartió este néctar, ya bendecido por el sol, con sus familiares de sangre. A los demás nobles se les sirvió la misma chicha, preparada especialmente por las vírgenes del sol, pero esta bebida no había sido bendecida por el astro rey. Ese honor estaba reservado exclusivamente para la familia real.

Mientras todo esto ocurría, un muchacho, casi un adolescente, de aparente alto rango, que se encontraba muy cerca de Huayna Cápac como parte de su séquito, de repente se puso de pie, provocando conmoción en todos los presentes. Sus ojos parecían desenfocados, y miraba de un lado a otro como si hubiera perdido la cordura, mientras todo su cuerpo temblaba y se sacudía como si acabara de salir de un baño helado.

El Inca se giró con una mirada furiosa, y un terrorífico silencio se apoderó del ambiente. El adolescente, quizás comprendiendo un poco lo sucedido o tal vez por instinto al sentir la aterradora mirada de Huayna Cápac, logró frenar en algo sus espasmos. Todo esto estaba ocurriendo en cuestión de segundos.

En ese preciso momento, como una señal majestuosa, el sol, que ya se encontraba en lo alto del cielo, dejó escapar sus rayos con toda su fuerza, chocando estos sobre la plateada ropa del joven. Era simplemente el reflejo de la ropa, como un espejo que proyecta la luz solar, pero debido al ángulo y al lugar perfecto donde se encontraba el muchacho, los rayos solares cayeron sobre él de manera magnífica, dándole una apariencia divina.

En una época de grandes supersticiones, el gran Willaq Umu, el gran sacerdote, exclamó extasiado: "Ha recibido la bendición de taita Inti. Son grandes augurios. ¡Alabado sea el Auqui!". Pensaba que el joven había actuado de esa forma por la poderosa presencia del dios y se sintió maravillado.

La histeria colectiva es un fenómeno sorprendente, como una ráfaga de fuego que se propaga con rapidez. Los murmullos se extendieron entre el público presente, hasta que finalmente se escuchó un clamor unánime: "¡Viva al Auqui!" inquietando al mismísimo Huayna Cápac, pero rápidamente encontró la calma y una sonrisa se dibujó en sus labios. El muchacho era, después de todo, su heredero y el futuro de su gloria. Con estos pensamientos, se sintió satisfecho. Además, si esto era de verdad la voluntad del sol, él, como descendiente de lo divino, cumpliría esa voluntad, y si no, nunca viene mal un poco más de notoriedad para la familia imperial.

¿Y el joven? ¿Qué pasaba con él? Permaneció atónito, sintiéndose como si estuviera dentro de un sueño. Poco a poco, se dio cuenta de que todo esto era real y solo acertó a decir para sí mismo: "¿Qué rayos está pasando aquí?".


Y bien, llegaste hasta aquí?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Y bien, llegaste hasta aquí?

Imperio Inca un nuevo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora