Bajo las altas murallas de Kuelap, los ejércitos aliados del caído Yana Puma habían levantado su campamento, rodeando protectoramente a la fortaleza. Los incaicos, por su parte, permanecían en su propio campamento, a una distancia prudente, a su alrededor también acamparon las llagtas que habían decidido estar de su parte. La triste autoinmolación de YanaPuma, y la llegada de la noche, habían detenido cualquier acción hostil por el momento.
Un círculo de hombres y mujeres llenaba uno de los grandes salones de la fortaleza, alumbrados por antorchas, una acalorada discusión resonaba entre las paredes de piedra. Eran los curacas, sus consejeros y guerreros de confianza, todos de las llagtas que aun mantenían una posición bélica, también estaban presentes algunos representantes de llagtas muy alejadas, que por la distancia sus guerreros aún no habían podido llegar. Estaban reunidos en consejo para discutir qué deberían hacer ahora. La tensión era palpable.
Después de muchas vueltas a lo mismo, sin llegar a nada, Mama Quilla hastiada tomó la palabra. Su voz autoritaria y firme se alzó sobre las otras voces. Haciendo gala del prestigio y respeto que aun ostentaba entre los hombres de la neblina, había logrado tomar parte de esta importante reunión.
—¿Es que acaso quieren continuar con esta causa perdida? —recriminó—. ¿Desean acaso llevar a la extinción a nuestro linaje? Esta matanza inútil tiene que terminar ya.
—¿Por qué es una causa perdida? —replicó el señor de los Chillaos—. Estamos en igualdad de condiciones... podemos aplastarlos junto con los traidores. ¿Creen que pueden intimidarnos? ¿Piensan soportar esa afrenta? —se dirigió a sus pares tratando de elevar su moral.
—¿De verdad crees que estamos en igualdad de condiciones? Esto ya no es el pasado. Hubo un tiempo donde podíamos mirar de igual a igual al imperio, pero ya no, no así...así cada quien, por su lado, nuestra fuerza ya no es suficiente. Aun si vencen aquí, a costa de nuestra sangre, la sangre de nuestros propios parientes, vendrán más y más, una y otra vez.
—Que vengan, aquí los espero -el belicoso señor de los Chillaos era el más ferviente defensor de seguir la guerra. —Solo necesitamos un nuevo líder y...
—¿Y quién será el nuevo señor de la guerra? ¿Acaso serás tú? -le interrumpió
—¿Y por qué no? Si me nombran yo...
Entonces tomó la palabra el señor de Yalape.
—Levanto ya no seguirá con la guerra, no llevaré a mi pueblo a una muerte inútil.
—¡Cobarde! —recriminó el señor de los Chillaos.
—Mi participación ha sido tardía, tanto para uno como para otro —dijo el señor de Leimebamba—. Ahora lo lamento, quizás si hubiera actuado con más prontitud, otra sería nuestra realidad.
—¿Tú también nos traicionas?
—No es traición, sigo la voluntad de nuestro jefe de guerra. -respondió calmadamente —Lo acepto, yo al fin lo acepto como jefe de guerra, aunque ya no esté entre nosotros. Lamento no haber acudido antes a su llamado, pero al menos seguiré su última orden.
Ante la mención del noble guerrero, un profundo y respetuoso silencio invadió el ambiente, aun el impetuoso señor de los Chillaos calló sus palabras. Lo había apreciado como a un hijo y lo había seguido en la batalla desde el principio. Era en su nombre que quería seguir la guerra sin importar el costo, pero esto quizás no sea lo que él deseaba, recordó su última voluntad y el sueño que siempre le gustaba contar a cada momento, un sueño de unidad, de gloria, de paz... que ahora dormido eternamente ya nunca podría disfrutar. Con un profundo suspiro, como si un espíritu se hubiese llevado su ímpetu, volvió a su asiento sin hacer ruido.
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Imperio Inca un nuevo amanecer
Fiksi SejarahUn joven amante de la historia, tras un trágico accidente, despierta en el antiguo Tawantinsuyo como un alto miembro de la nobleza incaica, pocos años antes de la caída del imperio. Mientras se adapta a su nueva vida, se enfrenta a la posibilidad de...