Parte séptima

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que el viento te lleve lejos

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que el viento te lleve lejos

ve a casa guerrero

que ella te esta esperando

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La oscuridad como un manto de misterio e incertidumbre fue cubriéndolo todo. Los Chachapoyas tenían la sospecha de que el ejército incaico podría intentar cruzar el río en cualquier momento; imaginaban balsas improvisadas, quizás, o incluso que intentarían atravesar a nado aprovechando la neblina nocturna, pero esto era poco probable. La mayoría de los ayllus que acompañaban a Ninan Cuyuchi no conocían el nado. Las tropas de Yana Puma se mantuvieron alerta toda la noche, esperando algún ataque inesperado. Sin embargo, nada ocurrió.

Al llegar un nuevo día, las horas fueron transcurriendo lentamente, pero reinaba una tranquilidad perturbadora, lejos del bullicio de la guerra que ya se esperaba para esa hora. Era casi mediodía, y nada ocurría, lo cual ponía nerviosos a los Chachapoyas.

A medida que avanzaba la tarde, finalmente algo ocurrió. Un noble orejón de la guardia de Ninan Cuyuchi, un valeroso Hanan Cusqui ataviado con todos sus ornamentos, se acercó a la orilla del río, al alcance de los honderos. Esto despertó una chispa de curiosidad en Yana Puma, quien ordenó no lanzar los proyectiles y esperar para ver qué se proponía. Sin embargo, pidió que todos permanecieran listos y preparados por si se trataba de una distracción.

El emisario se acercó a la orilla, se agachó y tomó un sorbo de agua del río. Luego, se levantó y con una voz profunda empezó a hablar lo suficientemente alto para que lo escucharan en la otra orilla. Expresó sus palabras con el debido respeto y sinceridad, pero también con la fuerza y el poder que conllevaba ser la voz del imperio, transmitiendo el deseo de su comandante de poner fin al conflicto aquí y ahora, y encontrar una solución que beneficiara a ambas partes. Su discurso fue sumamente elocuente, abriendo las posibilidades de prosperidad y los beneficios que esta decisión podría traer.

Yana Puma, escuchó cada palabra, y vio en ellas una pálida sombra, la luz de una oportunidad para poner un alto al derramamiento de sangre y conseguir un futuro más próspero para su pueblo. Su pueblo, su gente, ellos eran lo más importante para él, soñaba con restaurar su gloria perdida, su poderío eclipsado, reunirlos una vez más como un solo puño, es por ello que le asaltó esa duda. Sin embargo, este deseo de paz fue breve, un desliz momentáneo en su voluntad. Por muy atractivas que fueran las propuestas del enemigo, su decisión estaba tomada, no había vuelta atrás. Además, no creía que el imperio fuera tan indulgente como para perdonar su rebeldía, así que no había nada más que hablar. Eligió la guerra. La ventaja estaba de su lado; no permitiría que cruzaran ese río.

Ya que las negociaciones diplomáticas fallaron, la guerra, inevitablemente, tenía que seguir su curso, solo las armas le darían la razón al ganador. Ambos lados se prepararon para el choque de sus fuerzas con una determinación renovada. El sentimiento mutuo era que la paz, al menos por el momento, era inalcanzable.

Imperio Inca un nuevo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora