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Pedro abrió sus ojos y miró el techo blanco. Estaba sentado en un cómodo y pequeño sillón negro. Sorbió su nariz mientras se incorporaba, y dio un vistazo a su alrededor. Se encontraba en un camerino espacioso, con un televisor apagado frente a él, y una mesa con golosinas y botellas de agua junto a la puerta.

Escuchó que alguien junto a él, que no estaba antes, se quedaba sin aliento. Dio un ligero salto debido a la impresión, y se encontró con Delilah sentada en el sofá.

—¿Qué demonios...? —dijo el hombre con ojos expandidos. La chica llevaba un vestido de manga larga y estampados azul, amarillo y rojo. Él se miró a sí mismo, y llevaba un traje rosa con camisa de botones blanca—. No estabas allí, y ahora lo estás...

—Magia, ¿tal vez? Ya no sé qué pensar de todo esto —habló con desánimo.

—¿Estás bien?

—Sí —tragó saliva y bajó la mirada. Para distraerse comenzó a jugar con las lentejuelas de su vestido.

—No te ves bien.

—Pero lo estoy.

—No soy creyente, pero rezo para que llegue el día en que no tenga que preguntarte dos o más veces cuando algo te ocurre —rió ligeramente.

—En ese caso —se encogió de hombros. Lo miró con ceño fruncido y mandíbula apretada—, no preguntes —sonrió con desdén.

—¡Del! —exclamó con asombro y boca entreabierta. Rió con nerviosismo.

Delilah respiró hondo y rechinó los dientes. Sus ojos se humedecían lentamente. Pedro, sin pensarlo, la rodeó con su brazo y la atrajo a sí mismo. La chica lloró en silencio, pero el hombre podía sentir su tristeza.

Todo lo que ella padecía, él lo padecía.

—Lo lamento —habló la chica luego de unos segundos de silencio. Se incorporó para ver el rostro de Pedro. La observaba con preocupación y ternura.

Delilah no podía pedir más que aquello. Sonrió a boca cerrada.

—Ya estoy acostumbrado —se encogió de hombros sin apartar la vista de ella, posando sus ojos en los labios de la chica.

—¡No digas eso! —chistó y dio un ligero golpe en el hombro de él—. No deberías estar acostumbrado. Ni de mí, ni de nadie... —dio una mirada rápida al hombre de abajo hacia arriba—. Puedes mandarme a la mierda cuando lo merezca.

—Pero no quiero hacerlo —dijo en un hilo de voz con tono risueño.

—Tienes qué, Pedro —refutó. Hizo un movimiento de cabeza y levantó sus cejas como señal de que el hombre confirmara que había entendido sus palabras. Este asintió.

—Lo haré, si tú empiezas a hablar de lo que te ocurre. Conmigo, o cualquier persona que tengas confianza.

La chica soltó un bufido y giró hacia el lado opuesto.

—Estaba por hablar con Paul sobre... Bueno, esto, pero me acobardé.

—Es normal...

—Estaba paranoico con respecto a nosotros porque sus padres se van a divorciar, y no pude... —soltó un sollozo—. Lo vi tan mal, y sabía que lo haría sentir peor...

—No eres una mala persona, Delilah —dijo en tono autoritario, sabiendo los pensamientos intrusivos que podría tener la chica. Al no recibir respuesta de ella, tomó su mejilla con delicadeza para girarla de nuevo hacia él. Concentró su atención en los ojos avellana de ella—. Mírame. Cometimos un error...

—No tienes nada que ver con Paul y yo...

—Tengo todo que ver en lo relacionado contigo —rechinó los dientes, sin poder ocultar su leve enojo—, y más en esto si siempre fui consciente que tenías pareja.

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