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Erick, como todas las mañanas, se había despertado temprano para trabajar en su oscura oficina solo iluminada por la pantalla encendida del ordenador. Leía desde su iPad un reporte sobre nuevos descubrimientos con respecto a los viajes multiversales. Ese día no tenía citas con pacientes.

Suspiró pesadamente debido al cansancio. Los sesenta recién cumplidos le afectaba cada vez más. Acomodó sus gafas que se habían deslizado un poco por su gruesa nariz, y rascó su calvicie que lucía con elegancia.

Daba un sorbo a su café caliente cuando en la imagen de inicio de su computadora Mac apareció la ventana de la aplicación de videollamadas. Se incorporó en el asiento para colocarse frente al aparato y, cuando leyó de quién se trataba, dejó con rapidez la taza sobre el posavasos y contestó.

—¡Querido! —exclamó Gustav del otro lado, con una sonrisa de alivio—. Gracias al universo estás aquí...

—Sabes que siempre estoy aquí, Gustav —dijo, mordiendo su labio para no sonreír. Notó que el hombre no estaba solo, y sintió vergüenza que él lo llamara con un adorable sobrenombre frente a los demás.

—Necesito tu ayuda.

—Siempre necesitas mi ayuda, también —habló en tono serio, pero juguetón. Soltó un pesado suspiro.

—Presumido —Gustav dedicó una mirada pícara hacia el hombre mayor, y este puso sus ojos en blanco—. Hay que encontrar a alguien de otro universo al mío.

—Seguro —tomó su libreta negra y pluma estilográfica del mismo color del gabinete de su refinado y barnizado escritorio—. Dame toda la información que tengas.

Gustav giró hacia Delilah, quien se había colocado de pie junto a él, e hizo señas que tomara asiento en el sillón individual. Había espacio para los dos. Ella, con timidez, lo hizo.

—Cariño, ella es Del —presentó Gustav.

—Hola, señor...

—Nada de señor —dijo el hombre mayor sin apartar la vista de la pluma, asegurándose que la tinta no fuera a escurrirse del tubo interior de esta. Al principio, la chica pensó que era una persona amargada por su ceño fruncido y tono de voz firme, pero le bastó con observarlo unos segundos más para darse cuenta que simplemente era su expresión regular, y que aquella voz era simplemente su forma de hablar—. Llámame Erick. ¿Podrías decirme todo lo que sabes de la persona que quieres encontrar?

Delilah asintió y tragó saliva.

—Su nombre es Pedro. Pedro Pascal. En realidad ese es su nombre artístico, pero...

—Un momento —interrumpió el hombre mayor, levantando la vista de la hoja vacía de su libreta—. ¿Pedro Pascal? ¿El actor —hizo énfasis en aquellas palabras— Pedro Pascal?

—Sí —asintió con rapidez, y se inclinó a la pantalla. Respiraba agitadamente—. ¿Sabe quién es?

Erick rió y soltó un bufido.

—La única manera de no saber quién es, es vivir debajo de una roca. Joder, está en todas partes. En internet, en los programas de televisión... —la chica miró hacia sus amigos, y estos, entre su impresión, le dedicaron un delicado gesto esperanzador—. ¿Así que es un viajero, uhm? —continuó más para sí mismo que para su interlocutora. Rechinó los dientes, pensativo—. Eso explica muchas cosas.

—¿A qué se refiere? —preguntó Delilah.

—Echa un vistazo —dijo Erick a su vez que tecleaba con rapidez, escribiendo en el buscador. Segundos después, envió links al chat con Gustav, y este los clickeó.

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