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La chica se encontró en una pequeña plaza que reconoció al instante a pesar de no haber estado allí desde hace muchos años. Miró a su alrededor, y todo se mantenía igual.

O, al menos, en su mente lo hacía.

Los bancos eran de piedra al igual que el soporte de la estatua de Miguel de Cervantes que reposaba en el medio. Los frondosos y verdes árboles rodeaban la plaza para proteger a las personas del intenso sol.

Sus ojos se encontraron con la pequeña iglesia antigua de paredes blancas. Su respiración se aceleró y corrió sin dudarlo para entrar, ignorando el caluroso clima.

Observó a todas direcciones apenas abrió las pesadas y ruidosas puertas de madera.

—Hola— dijo Pedro, girando hacia la entrada apenas escuchó la puerta abrirse. Antes estaba observando un mural de ángeles en la pared con sus manos en los bolsillos de su ligero pantalón de vestir color azul oscuro. Traía un cárdigan holgado de colores opacos con un amplio cuello en v. Se notaba que no traía nada debajo de él. Sonrió a la chica con expresión anonadada.

—¿Estás solo?— preguntó ella, aún en modo de búsqueda.

El hombre entrecerró sus ojos.

—Había personas hace un momento, pero parecían ignorarme...

—¿Viste a una mujer?— se acercó a él, mirándolo con ojos suplicantes—. Una mujer hermosa. Cabello castaño, ojos avellana y voz dulce.

Pedro quería decirle que estaba observando a aquella mujer en ese preciso momento pero, por la expresión de Delilah, sabía que no era pertinente hacer bromas o cortejarla. Por lo tanto, se limitó a negar con la cabeza.

La chica soltó un bufido, decepcionada, y tomó asiento en el banco de madera más próximo. El hombre, con actitud dudosa, la acompañó.

Delilah levantó la vista hacia el altar, donde se encontraba la mesa de mármol y un gran Jesús crucificado en la pared. Al igual que la fachada y la plaza, estaba tal cual la recordaba. Sintió calidez dentro de sí. Pedro, al no estar familiarizado con el catolicismo o religiones en sí, se mantuvo en silencio mientras movía sus dedos con ansias sobre sus muslos.

—Puedo preguntar— dijo el hombre en un susurro luego de algunos segundos—, ¿a quién estás buscando?

—A mi madre— respondió sin apartar la vista de las estructuras consagradas—, pero fue un impulso tonto. Nunca he soñado con ella, solo... pensé que esta vez por estar en este lugar... —sacudió ligeramente su cabeza y parpadeó repetidas veces para evitar llorar. Carraspeó—. Solíamos venir todos los domingos a esta capilla. Nunca me sentí cercana a la divinidad de Dios o algo parecido, pero era algo que solíamos compartir.

—Entiendo— miró a su alrededor—. Es muy hermosa. ¿Está en Madrid?

La chica asintió y respiró hondo por la nariz..

Pedro detalló el rostro de la afligida Delilah, queriendo con todas sus fuerzas arrancarle ese dolor. Se dio cuenta, además, que el carácter estricto e impaciente de la chica no era parte de su personalidad.

Se había construido con el paso del tiempo y cada vivencia desoladora.

El hombre tragó saliva, y acercó lentamente su mano a la de ella.

Delilah pensó en las veces que estuvo en aquella iglesia y cómo se limitaba a observar a su madre mientras conversaba animadamente con los demás antes y después de la misa. A pesar de que en ese momento Delilah tenía menos de diez años, había sido capaz de comprender a esa edad que su madre, incluso cuando se mostraba sonriente con los demás, no lo era feliz en realidad- Su madre nunca reprochó o trató mal a la chica por ello. En cambio, Delilah la había observado llorar a escondidas. Se dijo a sí misma que era mejor pensar en los momentos divertidos, y así lo hizo hasta que recordó...

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