Ella, (yo)

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Me presiento perdiendo la vida. 
Algo estaré salteando, no soy como deducen. Mis palabras son extrañas y mis pensamientos foscos hasta el fondo.
Siento perder la cabeza y revolotear el cielo ámbar de las mañanas. Preveo el pesar penoso y vulgar. La crueldad máxima de la maldad injustificada. El augurio de mi persona por ser quién es. Yo ya no quiero, ni ella quiere, ser.
¿De quién se trata? Mi vida, no me pertenece. Mi existencia es compartida. No es ni fue, ¿Cuándo será? Tal vez escribo por las demás, por ella por mí, las partes de lo que soy.

Hablo de mí, hablo de este cuerpo que habito, el molde que no elegí.
Presiento arrancarlo con mis uñas, desgarrarlo y romperlo, no me gusta lo que veo. Me violenta, me entristece.
Mis propias carnes me comprometen a morir por mi cuenta. A sacarme la dicha de respirar.

  Por dios, ¿Me habré vuelto loca?
No reconozco lo que veo. Me adhiero flotando, velo la alegría.
Anhelo la tregua entre ella y yo. Quiero conocerme y conocerla, aunque quiera arrancar mis ojos de sus cuencas al verla.
Yo no la odio, yo quiero quererla, pero su mera existencia incapaz de hacer lo que debería para ser, es demasiado para mi. Que, espectante, deseo que triunfe. Al menos una vez en su corta vida, porque también desea irse.

¿No da demasiada pena? No podría ni ser su amiga, no quiero ni acercarme.
No puedo ayudarla, ella no recibe.
Llora y se enoja, ríe y corre lejos. ¿Quién podría entenderla?
Pero por sobre todo, ¿Quién podría quererla? A ella, refugio del amor en un mundo lujurioso.
Ella, que no se desea ni a ella misma.
Ella veladora y verdugo de sí. Por eso no le quiero ni aprecio, nunca puede hacerlo sola.
Pretende fuerza y se derrumba. ¿Quién permanecería con ella?
Intensa, sensible y exagerada, tan infantil como un niño. 
Tan libre como un ave, más tan presa de su pena. Incorporada a todos menos a su propio ser.
Busca aprecio y se desvaloriza, ama pero no acepta, quiere pero teme, deja vivir y no vive.
 Tan angustiada de existir, realmente nunca lo eligió, pero ella pretende tan bien como una actriz. A veces, no se cuantas caras tiene.
Pero felizmente orgullosa está de que su penuria e increíble fosco de tristeza, no sea descubierto.

Porque nadie podría arreglarla, aunque convencida esté de que el amor es su antídoto.
Tan risueña del romance, del afecto que la mantienen en la dulce espera.
Aunque se haya llevado miles de decepciones, y sienta que amarla es un tormento.
Sigue sentada en el suelo paciente. ¿No da demasiada pena?

¿Por qué no dejo de avergonzarme de mí misma?

escuchan mis paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora