Vaya uno a saber...

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  La palabra sacrificio tiene diferentes alcances. Se puede sacrificar una idea por otra, un camino por otro o, en el peor de los casos, a una persona.

  Y en el medio de darle o no muerte a alguien, de dos caminos, o dos ideas, hay una decisión difícil de tomar.

  Este problema lo tenía Tomás: no saber decidir. Pero luego lo superaría.

  Una mañana cualquiera, este buen vecino, se encontró mirando las dos canillas de su cocina: la del agua caliente y la del agua fría. Su intención era hacerlo con las dos a la vez, y no podía.

-¿Hacer qué?... tortas fritas... ¿en una olla?

-Noo, estamos hablando de mirar... Y a dos canillas.

-Ahhh...Qué aburrido.

-Bueno.

-En fin.

  Si enfocaba su vista en la del agua caliente, se le complicaba hacer lo mismo, al mismo tiempo, con la del agua fría; y si miraba la de agua fría, le pasaba igual con la otra. ¡Qué problema!

  Paso a explicarles... Por ahí no se entendió. Él quería centrar su mirada en las dos a la vez, y no podía. Creo que nadie puede realizar una proeza así. Hacer foco en una y entrever la otra es algo que sí se puede, ya que una entra dentro del campo visual de la otra... Obvio. Pero mirar las dos a la vez, es otra cosa.

  Tomás era un tipo muy complejo.

  ¿Cuál es el motivo que lleva a un hombre que colecciona estampillas, en un día normal de su vida, a llevar a cabo tal experimento? La respuesta es: "no sé".

  Pasemos a otra problemática que vivió esa misma mañana. ¿Qué desayunar? Tenía Té y Café. Cualquiera de estas dos infusiones son un buen partido en cualquier mañana de cualquier individuo corriente, pero eso puede llevar a problemas a la hora de la decisión.

  Pensemos en el desayuno. Este se toma una sola vez al día, y si se opta por un camino se sacrifica el otro. Salvo que exista en este mundo alguien que desayune dos veces en una misma jornada; sería alguien muy gordo, por cierto.

  Tomás pensó un rato largo..., de hecho, salió a caminar, volviendo decidido por un té. "El té es una infusión buena, que poco mal hace".

  Pero, mientras calentaba el agua, no pudo evitar mirar el jarro de vidrio donde estaba el café, así era él. Corrió su mirada para no caer en la tentación. Es que, muy en lo profundo, parece que no estaba seguro de su elección.

  ¡Listo!, estaba poniendo el agua caliente en la taza y el saquito ya se había mojado. No había vuelta atrás, se tomaría el té, cumpliendo con lo propuesto.

  Aunque, nuevamente, tuvo un pequeño desliz al pasar por la repisa de los jarros. Abrió la tapa del café para sentir su aroma... O como se dice por acá: "olerlo un poco". En ese instante pudo sentir lo profundo de su esencia... "Un café despierta más... y luego se va de mejor humor al trabajo, que un pobre té. Con azúcar, un poco de leche. Tomado en pequeños sorbos, nada mejor".

  " Y además, un café caliente quema menos, por ejemplo... que un té... Un insatisfactorio té". Así que, luego de tomar y lavar la taza, tomó... O como se dice por acá: agarró... el miserable saquito y lo tiró con desprecio a la basura. Ese día juró no volver a tomar té.

  Y para demostrarse a sí mismo lo determinante de aquella decisión, agarró la cajita de los té y también la tiró al tacho de la basura. Nunca más iba a tomar esa infusión; se imaginaba sorprendiendo a sus amigos, contándoles aquella nueva audacia con el mismo afán que un vegano sorprende en una reunión diciendo que no come nada de carne, ni siquiera los asados de los domingos... Entonces, él, se presentaría y diría: "Muchachos, no tomo más té"

  ¡¡Que hombre!! ¡¡Cuanta determinación en una sola persona!!

  Ahora bien. Reflexionemos. ¿Qué lleva a un ser sensible como él: alguien que siempre se enfrentó a la vida y duerme en sus noches solitarias con un osito de peluche, a enroscarse tanto por un desayuno? Les va a sorprender, pero la respuesta tampoco la sé.

  El día continuaba y debía ir al trabajo. Entonces se encontró con un tercer problema. Tenía que decidir entre usar el auto o ir en bicicleta. Su trabajo le quedaba a cinco kilómetros; no era ni muy lejos como para no salir en bicicleta, ni muy cerca como para no ir en el auto. Lo pensó bastante y luego de salir y tomar un poco de aire fuera de su casa; caminar, mirar hacia abajo, patear piedritas, hablar con amigos, jugar al truco y hacer tres partidas de ajedrez con un viejito en una plaza cercana, se decidió por ir en auto.

  Minutos después, mientras manejaba, vio a un hombre que iba, felizmente, paseando en su bicicleta. Era tiempo de media estación e imaginaba el disfrute de aquel dichoso en su bicicleta. Se dijo: "Movilizarse en bici promueve el ejercicio de las piernas. Además, fortalece al corazón; el esfuerzo cardíaco es aconsejable para la potencia masculina, haciéndolo a uno un búfalo en todos los sentidos". Tomás tenía una Mountain Bike con cuadro de aleación, llantas de aluminio, y diferentes velocidades logradas con la combinación de tres platos y un piñón de ocho coronas, todo esto comandado con dos palanquitas ubicadas en un volante recto de perfecto diseño. O sea: veinticuatro posibilidades de marcha para disfrutar, yendo desde su casa hacia el trabajo. Pero la cuestión era que no había decidido eso; había dejado semejante bicicleta en su casa descansando.

  Luego de pasar al ciclista, viose sentado en su estúpido auto, que cada vez que lo usaba sentía dolor en el cuerpo. El embrague era duro y el asiento no se subía, desfavoreciendo la posición de las piernas. Al recordar que lo había comprado sin fijarse en ese detalle, se maldecía a sí mismo. Le preguntaba al todo poderoso cómo había podido ser tan ansioso de comprar uno sin esa regulación. Su padre muchas veces le había dicho que era poco listo y él, en ese momento, le daba la razón. Sabía que era un bueno para nada... Detestaba haber nacido. Incluso, si el vehículo habría tenido ese ajuste, o simplemente se colocara un almohadón en el asiento para levantar un poco el cuerpo, de manera de que la rodillas no le quedaran tan flexionadas, se encontraría con un vidrio parabrisas demasiado bajo, cortándole, este, gran parte de la visión. Era un cacharro de porquería y él lo había comprado por ser un cabeza fresca.

  Llegó al trabajo odiando su auto y odiándose a sí mismo. Entonces, naturalmente, decidió no volverlo a usar: tomó la llave de encendido y con la punta de esta dejó sin aire los neumáticos. Listo...! era la última vez que andaba en auto. Nunca más iba a ser tan débil y tan tonto de no ir al trabajo en bicicleta. Toda su vida había dejado que el encierro de la cabina le quitara el placer de sentir la brisa en su rostro y la posibilidad de hacer deporte y superarse físicamente. Insisto, ese día decidía nunca más utilizar ese cacharro y, sin importarle cómo volvería a su casa ni qué haría con el auto ahí parado, dejó los neumáticos sin presión para despedirse definitivamente de este. De esa manera continuaba su día entrando al trabajo.

  Al rato salió del lugar abriendo la puerta de salida de par en par y golpeándola contra la pared al cerrarse. Detrás se vieron algunos compañeros enojados lanzándole improperios por alguna razón desconocida. Era probable que haya tomado alguna decisión con su trabajo dentro de la fábrica; y que aquella haya sido coronada con algún acto en prejuicio permanente, o no, de alguna instalación o compañero de ahí. Su padre siempre le había dicho que, para ser hombre, era necesario tomar decisiones determinantes; que, en la vida, un masculino de verdad elige un solo camino sin arrepentirse. Aunque también le había dicho que era muy improbable que él, siendo un nabo, lograra manejarse de esa forma.

  Luego de aquella salida violenta del trabajo, miró al cielo y dijo: "Padre, si me hubieras visto bajando aquel interruptor sin el menor titubeo, aceptando las consecuencias de mis actos, como el hombre que me hiciste".

  Al llegar a su auto, recordó que los neumáticos estaban sin aire y se fastidió por eso. Entonces abrió la puerta de atrás, sacó un martillo y acertó cuatro golpes con todas sus fuerzas en el vidrio parabrisas. Ningún compañero intentó acercarse luego de presenciar aquello. Así que, Tomás, tranquilo, se fue caminando los cinco kilómetros que lo separaban de su casa.

  Ahora bien. Se preguntarán por qué un hombre así; alguien que se emociona con novelas de amor, colecciona estampitas e, incluso, llora al ver una pequeña hormiguita subiendo a un árbol y llevando una hojita en su boca, no puede decidir algo tan simple como ir en bicicleta o en auto al trabajo, o, simplemente, conformarse con alguna decisión propia. Bueno, la respuesta es sencilla: "Vaya uno a saber".

Dicotomía y otros cuentos desquiciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora