El accidente de Enzo -III-

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Jorge se agitó de hacer tantas señas -como ya les dije, estaba fuera de forma-, entonces tomó la palabra Héctor:

-Con Enzo trabajamos cinco años en el ferrocarril, ¿te acordás, Jorge?

-Sí. Cómo olvidarlo.

Héctor contó su experiencia:

Bueno. Un viernes, antes de entrar al trabajo, me lo encontré en la puerta. Estaba muy tranquilo. Y su tranquilidad suele darme mala espina... No sé. Algo tenía entre manos; algo andaba mal. 

Recuerdo que mientras caminábamos al salón donde nos juntábamos todos los empleados tuvimos una conversación iniciada por él:

-¿Cómo te sentís con el laburo, Héctor?

-Bien -respondí-. Como todo trabajo, tiene cosas buenas y cosas malas. Entre las malas: trabajar; entre las buenas: cobrar el sueldo.

Recuerdo que Enzo cambió la cara después de escuchar eso. A ese mueca yo ya lo conocía.

-Héctor... Si no te gusta, no te gusta; si te gusta, te gusta. No puede gustarte y no gustarte a la vez. Sabés que conmigo las cosas son, o no son.

-Ya sé Enzo. Pero...

-Pero nada.

-Bueno. Voy a evaluar esto que estamos hablando con más detenimiento en mi casa.

-Haceme el favor -dijo.

No estaba para contradecirlo a nuestro amigo. Algo traía ese día.

Cuando llegamos a la mesa de los compañeros, estaban todos jugando al truco por plata, siempre hacíamos lo mismo. En la mesa se jugaban varias partidas a la vez y se apostaba fuerte, sobre todo los viernes. Esa era nuestra forma de esperar al jefe.

Luego de saludar, me puse a hablar con el flaco Ricardo, cuando de súbito escuché un chasquido húmedo seguido de un golpe detrás mío. Nuestro amigo le había dado una trompada a otro que estaba hablando con él.

Cuando me di vuelta, vi al compañero tirado en el piso, agarrándose la quijada y sorprendido. Enzo le decía, entre otras cosas, que no lo vuelva a saludar. Todos dejaron de jugar y miraron la escena.

-Estás loco, viejo. ¿¡Qué te pasa!? -decía el compañero tirado en el piso.

 Dos allegados al golpeado comenzaron a increparlo. Enzo no les tenía miedo, y comenzaron los empujones. Las cosas se estaban descontrolando.

Con todas mis fuerzas pude sacarlo de ahí. Lo llevé al pasillo y le hablé:

-¿¡Qué te pasa, boludo?! ¿¡Qué te comiste que te hizo mal?!

Enzo ya estaba en sus cabales, ni siquiera se había despeinado con todo el revuelo.

-Esto es así, amigo... Como ya te dije: o está todo bien o está todo mal.

-Sí. Ya sé tu punto de vista. Todos los días me lo hacés saber -respondí indignado. Pero qué pasó recién que le diste semejante piña al chueco.

-¿Ayer qué fue?

-Jueves.

-Ayer me lo crucé a ese salame en el salón de máquinas y no me saludó.

-No entiendo. -Me tenía perplejo. ¿Hoy le pegaste porque ayer no te saludó?... Pero hoy te saludó, boludo. ¡Por ahí ayer no te vio!

-Ese gil me saluda cuando quiere, entendés. Me lo tengo que chocar para que me salude, sino se hace el que no me ve. No lo banco.

-Y pero vos qué querés, también. No le des bola y listo.

-¿No ves que me saluda de compromiso? No me gusta que me saluden así. Le hice comer los mocos para resolverle las cosas. Ahora ya no tiene que molestarse en saludarme. Las cosas están claras, se pudrió la relación del todo, y los dos lo tenemos bien en claro. Asunto acabado.

-Pero...

-Asunto acabado.

Luego de aquel día, Enzo no tuvo más problemas con el chueco, ya que lo habían echado del trabajo.

Continúa...

Dicotomía y otros cuentos desquiciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora