El príncipe Roier, atrapado en una red de obligaciones reales, se ve obligado a escapar de su reino y refugiarse en Noruega, donde sus peores enemigos acechan. Sin embargo, lo que nunca imaginó es que su destino estaba entrelazado con el líder de su...
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A pesar del nuevo temor implantado sobre su sistema, hizo exactamente lo que Cellbit tanto le pidió. Sin importar la enorme diferencia de tamaños y de fuerza, se abalanzó sobre él, soltando la antorcha.
No era para nada algo apto para un príncipe. No obstante, Cellbit había dicho que todos aquí eran iguales, ¿no?
Si Cellbit quería comportarse como un perro sarnoso, él respondería de la misma manera.
— ¡CELLBIT, SUÉLTALO! ¡LO VAS A MATAR!—gritó Philza desde el fondo resonando en la escena caótica.
Por desgracia para Philza, no había cosa alguna qué pudiera detener la pelea. Cellbit, disfrutando de su posición dominante, no perdió la oportunidad de menospreciar aún más al príncipe atrapado.
—¿Qué esperabas, pequeño príncipe? Eres solo un perro buscando pelea en el territorio equivocado.—dijo Cellbit con una risa burlona mientras apretaba con más fuerza el cuello del príncipe una vez lo tuvo entre sus manos.
Sin importar la enorme diferencia de tamaños y de fuerza, el príncipe se negó a aceptar la humillación.
Porque podría ser un omega, sí. Pero si tenía la oportunidad de pelear con un alfa para demostrarle que era suficientemente capaz, lo haría.
No importaba en qué estado mental se encontrará o cuántos golpes estuviera recibiendo del mayor; él peleó con todo lo que tenía. Patadas, golpes, y hasta encajar sus uñas con fuerza en la piel descubierta.
La lucha se volvía más intensa con cada segundo, pero Roier no se rendía. Con un esfuerzo sobrehumano, logró girar su cuerpo en un movimiento rápido y estratégico, invirtiendo las posiciones. Ahora, era él quien estaba encima, aprovechando la sorpresa de Cellbit.
En ese momento, con el corazón latiendo con fuerza y la respiración entrecortada, el príncipe deslizó una navaja cuidadosamente oculta de entre sus ropas. La hoja brilló con una peligrosa intensidad mientras la sostenía firmemente en su mano.
—¿A quién llamas perro ahora, Cellbit? —espetó, su voz cargada de determinación y desafío, mientras mantenía la navaja amenazadoramente cerca del rostro del hombre que antes lo estaba asfixiando.
Cellbit, a pesar de la sorpresa inicial, no se dejó amedrentar. Su mirada se encontró con la del contrario, y una sonrisa retorcida se formó en sus labios.
—¿Crees que una pequeña navaja cambiará algo? Estás en mi territorio.—dijo con desdén, pero la tensión en el aire era palpable.
Roier apretó los dientes con furia, pero no retrocedió. Sabía que la situación era arriesgada, pero estaba dispuesto a llegar hasta el final.
—Este perro tiene colmillos afilados, Cellbit. No subestimes a los que luchan por demostrar su valía.—respondió, manteniendo la navaja firme y su mirada desafiante. Ambos sabían que la confrontación apenas comenzaba, y el desenlace estaba lejos de ser claro.