7. EN LA LUNA LLENA

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KAHNARA CAVALIER

Ha pasado una semana desde que el híbrido salvaje arañó mi espalda y mis cicatrices sanaron de milagro, como dijo Dalma, pero lo cierto es que cuando nadie me veía, curaba mis heridas con un hechizo sanador, los primeros que le enseñan a las brujas.

Ha pasado una semana más desde el día que jure vengarme de los Eckvan de la manera más épica, y hasta ahora solo he cambiado de lugar los libros del organizado librero del Kaiat y romper las puntas de algunas de sus plumas.

A la Reina le tiré el cabello rubio “sin querer” cuando la peinaba, ganándome una bofetada de su parte.

A Ignis le he diluido sus botellas de alcohol con agua de laguna.

Pase de una venganza épica a quizás provocarle diarrea al príncipe Ignis.

Pero no todo eran malas noticias, hace una semana que no veo a Rhea y agradezco tanto a la Diosa Luna por ello. Por otra parte, no he visto a mi hermana Kassia y eso me entristece.

Además, cuando la gran Alfa de todo lo infame no está, Diana se recluye en su habitación y a mí me toca hacer tareas que Dalma me asigna, como lavar letrinas y asear establos.

Y hoy toco la última.

Rogué tanto por un par de pantalones y una camisa para limpiar los enormes establos del castillo porque mis vestidos no eran para eso, que Dalma me dio los pantalones más viejos y la camisa más desteñida, que parece hecha de musgo. Y no puedo sentirme más cómoda.

Sostengo la pala con fuerza para sacar el excremento del caballo de Diana, Beliam, era un semental completamente negro, muy serio y gruñón. Y defeca como condenado.

Salgo de los establos, deposito la caca en el basurero, y doy un enorme resoplo, y apoyo mi mentón en la punta del mango de la pala para descansar un momento.

El fuego de las enormes antorchas en este lugar era más rojo que en mi manada, casi pintaba el enorme castillo de seis torres y una gigantesca muralla que lo rodea del mismo color del cabello de sus malditos dueños.

Mis ojos viajan al balcón de Diana, tenía las cortinas abiertas, y la veo pasearse por su cuarto, en sus manos sostenía una bola negra de tamaño de un gato, pero con tres puntiagudos ojos brillantes.

Ese era Cyrias, otra especie de mascota, un demonio de los que Hayes encerró en la habitación de su hija.

Diana solo acepta que yo entre a dejar sus comidas, pero eran pocas las palabras que podía sacarles y mucho menos una sonrisa. Era como que para la pequeña princesa, Rhea fuera su todo, era su escudo contra su padre y su cuentacuentos favorita.

Dejo de observarla cuando un relincho me hace dar un salto, ruedo los ojos, tomo un enorme puñado de paja y entro al establo más grande, este lujoso lugar solo era para una yegua, una muy mimada a mi parecer.

—Ya voy, Calyst—Le digo. Le dejo la paja en su plato y voy por una manzana a su cajón de frutas frescas—Comes mejor que yo, eh.

La yegua negra con manchas blancas resopla y sacude su sedosa melena sin espacio para la humildad.

—Qué cruel es tu dueña al dejarte aquí mientras ella cabalga en otro caballo —Le digo, le doy la manzana y le acaricio el cabello.

Ella está inquieta, quiera salir a correr y sentir el aire fresco mover sus mechones, pero Rhea tiene terminantemente prohibido que alguien más cabalgue en Calyst.

—No le es fiel a su yegua, pero tampoco le gusta que la monten—Susurro y miro a Calyst.—Ya sabes lo que siente su esposa.

¿Podría poner a Calyst en contra de Rhea? Oí de gente que le susurra cosas al oído a los caballos para que se calmen, quizás yo puedo hacer lo contrario. Y entonces habré escalado un peldaño más en mi justa venganza.

The Black OrbeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora