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A lo largo de esta historia, seguramente contaré miles de errores que cometí hasta llegar a un punto sin retorno, pero si me preguntaran cuál fue el error más grande, sin duda, fue comprar aquel cuadro en aquel evento de caridad.

Me excusé a mí mismo diciendo que lo compré para contribuir a la donación y animar a otros a que hicieran lo mismo, pero sabía que eran meras excusas. Por qué la verdad es, que lo compré porque me recordaba a aquella mujer extraña de nombre Elysia.

Los días siguientes no fueron mucho mejores, así que en un ademán de dejar ir la insistencia de mi subconsciente en pensar en aquella chica, decidí volver a aquel veterinario. Usando al perro de mi hermanita como excusa.

Pensé que si volvía a verla, aunque fuera una vez más, podría volver a mi vida y dejar esto como una anécdota más. Así que aquí estaba, frente a aquel veterinario donde la vi por primera vez. No estaba seguro siquiera si la vería aquí, pero tampoco perdía nada con probar.

Sin darle más vueltas, abrí la puerta y entré al lugar, y por suerte o desgracia de la vida, allí estaba ella. En otro uniforme y con el cabello hecho un moño en lo alto de su cabeza, tuve el impulso de alargar mi mano y soltar su cabello. Se vería muchísimo mejor suelto, sin duda.

Me acerqué al mostrador, y cuando nuestras miradas se cruzaron, se volvió un manojo de nervios.

—Ho-hola, quiero decir, bienvenido.

Y de nuevo me pregunté por qué esa reacción. ¿Acaso se acordó de lo que pasó días atrás? ¿Quizás también estuvo pensando en mí como yo en ella? ¿Se le hizo tan tortuoso cómo a mí? Bueno, no nos precipitemos; se supone que vine aquí para dejar ir toda esta molesta situación.

—Hola de nuevo, no esperaba verte aquí. ¿También trabajas aquí?

Me hice el sorprendido y hablé con una voz serena y tranquila, nada que ver con cómo me sentía.

—No trabajo aquí, la tienda es de mi madre, y la ayudo de vez en cuando. —me explicó.

—Entiendo.

Se formó un silencio incómodo, que Elysia se encargó de romper.

—¿Le ocurre algo al perro?

La miré confuso, sin comprender a qué se refería, entonces señaló a Máximo, que seguía sentado obedientemente a mi lado. Mierda, me había olvidado por completo de él.

—Últimamente, tiene falta de apetito —solté lo primero que me vino a la mente.

Elysia salió del mostrador y se acercó a nosotros, agachándose hacia el perro de mi hermana y comenzando a acariciarlo.

—¿Cuál es su nombre?

—Máximo.

—Hola, Máximo, ¿Por qué no estás comiendo? Veamos qué tienes.

Su actitud de nervios y timidez de ayer y hace un momento desaparecieron por completo, y ahora era toda sonrisas y amabilidad.

—Iré a revisar, por favor, espere aquí. —demandó con amabilidad.

Hice lo que me pidió y me senté, suspirando, cerrando los ojos, preguntándome qué demonios hacía aquí. El día de hoy tenía algunas reuniones importantes y las cancelé, solo por estar aquí. ¿Deseando o esperando el qué? No tenía idea.

—Ya está.

La voz de Elysia me hizo volver a la realidad. Me levanté acercándome a ella y a Máximo.

—Todo está bien, no hay ninguna anomalía. —anunció.

—Lo cierto es que Máximo es el perro de mi hermana, pero ella no pudo venir, así que me pidió el favor. —mentí a medias y ella me regaló una sonrisa de comprensión, haciendo que empezara adorar esa sonrisa.

Mi alegría no duró mucho, pues me pregunté si le sonreía así a todo cliente que entraba aquí. Pensar en ello me hizo experimentar un ardor en mi pecho, un sentimiento extraño y muy desagradable.

—Como le dije, no hay nada extraño, y pide ver en los datos que hoy mismo tuvo su chequeo regular, ¿No es así? —deseó saber, una vez más sacándome de mis cavilaciones mentales.

Asentí con la cabeza, contemplando cómo acariciaba el pelaje de Máximo de forma mecánica, quizás para calmarlo, y nuevamente tuve un deseo extraño. Deseé poder ser aquel animal y recibir las caricias de ella. ¿En qué demonios estoy pensando? ¡No soy un animal!

—Quizás solo tenga bajo apetito o habrá algo que haya comido, o se sienta un poco estresado por algo...

Seguía hablando más y más, pero había desconectado de su charla o, mejor dicho, no podía apartar mis ojos de esos labios carnosos y rosados que se movían por cada palabra que pronunciaba, y me vi a mí mismo preguntándome si sabrían tan bien como se veían.

Todo mi cuerpo anhelaba inclinarse hacia ella y comprobarlo de antemano, las ganas de hacerlo se hacían cada vez más grandes. Nunca había sido alguien que se dejara llevar por sus emociones o impulsos, pero ahora mismo sentía que estaba al borde del límite si seguía aquí observándola.

—Así que si persiste, por favor, tráigalo y veremos otras opciones —escuché que decía y a regañadientes, levanté la mirada de sus labios hacia sus ojos.

Eran tan grandes y hermosos como recordaba, ojos ámbar y llenos de vida. Saqué mi tarjeta para pagar por la consulta cuando ella volvió a hablar.

—Esto... eh... siento una vez más lo de anoche, le estaba haciendo un favor a un amigo y...

—¿Tiendes a hacerle favores a todo el mundo? —Espeté con más brusquedad de la que pretendía, sorprendiendo a la mujer que me miró atónita, para luego agachar la cabeza.

Me sentí culpable al ver cómo su rostro se contrariaba entre la vergüenza y la tristeza. Mierda. No era propio de mi alegrarme así. Me pregunto que habrá causado la alteración.

—Ya te dije que no hacía falta que te disculparas, solo fue un accidente, le puede pasar a cualquiera —dije, esta vez con la voz más comedida.

—Lo sé, pero ese traje debió costarle una fortuna y yo...

Sin duda lo era, pero temía la sensación de que si le decía aquello solo lograría matarla de vergüenza y se echaría a llorar. No sabría cómo reaccionar si sus ojos se llenarán de lágrimas por mi causa.

—Ya te dije que todo está bien, pero si aún quieres pagármelo... —murmuré y tomé el pequeño bloc de notas que estaba sobre el mostrador.

Quizás podría aprovechar esta oportunidad. Con habilidad, escribí mi número de teléfono y nombre en ellas y se lo entregué.

—Llámame y pensaré en una forma de que me compenses por el accidente —dije entregandole el bloc, a lo que miró lo que estaba escrito y abrió los ojos como platos.

No dejé que añadiera nada más y después de pagar la sesión, tomé a Máximo y salí de aquel veterinario.

ELYSIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora