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Como mencioné anteriormente, no soy un hombre conocido por mi paciencia, y esto se agrava al no aceptar un no por respuesta, especialmente cuando se trata de algo que me interesa. Desde mi infancia, mis padres siempre me inculcaron la importancia de esforzarme por lo que deseo para alcanzar mis metas.

Aunque no fui un niño mimado, tampoco me ha faltado nada. Quizás por eso, tiendo a desear más lo que se me niega y a esforzarme aún más cuando me dicen que no puedo lograrlo.

Como podrán imaginar, mi familia, específicamente mi madre, actuó como un interrogatorio con innumerables preguntas sobre Elysia, a las cuales respondí con evasivas o de manera muy seca.

Sinceramente, no comprendía el comportamiento de mi madre. No era la primera vez que me veía con una mujer, aunque siempre le daba la excusa de que solo éramos amigas o alguna socia en algún evento.

¿Quizás su actitud se debe a que la vio en mi casa?

Lo más curioso era su insistencia en que la presentara, argumentando que parecía ser una buena chica. ¡Por el amor de Dios, ni siquiera la conoce!

No voy a negar que tiene razón, pero estaba yéndose demasiado lejos, así que decidí ponerle punto final a esto y dirigir su insistencia hacia otro lugar.

—Mamá, en lugar de estar intentando emparejarme con alguien que apenas conoces, ¿Por qué no te preocupas por tu hija, que ya tiene pareja? —solté.

—¡Aaron! —gritó mi hermana, y ambas mujeres se giraron hacia mí.

Karen me fulminaba con la mirada, pero no dejé que eso me afectara. Eso le enseñaría a no tener que ir haciendo apuestas absurdas sobre mí.

—¿Qué? ¿En serio? ¿Por qué no sabía de esto? —dijo mi madre sorprendida, volteando a su hija.

Lo siento, hermanita, pero me la debías.

—Bueno, sí... pero... —intentaba decir Karen, pero las palabras se le atoraban.

Contuve una sonrisa; esta escena no se veía todos los días. La gran Karen, segura de sí misma y que no se dejaba vencer por nadie, ahora estaba con la cara roja como un tomate y muerta de vergüenza.

Mientras veía cómo mi madre intentaba sacarle toda la energía, o mejor dicho, la información, mi móvil vibró. Era un mensaje de Nath, lo leí.


Tío, ven a sacarme de aquí o estas mujeres acabarán sacándome hasta el alma.


¿Tengo cara de chófer o qué? Fruncí el ceño molesto, pero aún así me levanté; sería una buena excusa para irme de aquí antes de que mi hermana decidiera clavarme el tenedor que estaba sosteniendo en sus manos.

Me despedí de las dos mujeres más importantes de mi vida y salí del restaurante.

Saqué el móvil y le escribí un mensaje a Nath para que me dijera dónde demonios estaba. Después de obtener la dirección, me subí al coche y manejé hasta allí. Al aparcar en la puerta, me di cuenta de que era el mismo barrio que el de Elysia, aunque obviamente la casa no era la misma.

Después de avisarle que estaba afuera en un mensaje, toqué el claxon del coche dos veces para que supiera que era yo y que se diera prisa. Si pensaba que iba a bajar del coche, lo tenía claro.

Cinco minutos después, las puertas de la casa se abrieron y vi salir no solo a mi amigo, sino a dos chicas, entre ellas estaba Layla, la amiga de Elysia, a la que dio el beso más largo y asqueroso que he visto en mi vida. Pero esto no se detuvo allí, sino que hizo lo propio con la otra chica.

¿Esto es en serio? Ya sabía lo vicioso que era este tipo, cosa que me daba igual, pero no quería tener que presenciar algo así. Volví a pitar el coche, ahora irritado. Él se separó de las chicas y se despidió, subiendo al coche minutos después.

—La próxima vez que me hagas ver algo así, te despido —le advertí, arrancando el coche, y él se echó a reír, reclinándose en el asiento.

—De verdad, amigo, tienes que dejar de ser tan amargado. Pensé que te había ido bien en la noche, ¿O es que la chica se dio cuenta de que la tenías tan pequeña que salió huyendo? —se mofó Nath.

—Recuerda que estás en mi coche —volví a advertirle, y él se echó a reír.

—Tranquilo, sé muy bien que, si es por lo último, no sería el caso. Puedo dar fe de ello —soltó y de la nada, puso su mano en mi entrepierna.

Me pilló tan desprevenido que frené en seco, haciendo que ambos fuéramos hacia adelante bruscamente.

—¿Estás loco, Aaron? ¿Acaso quieres matarnos? —me regañó.

—¡Eso debería decírtelo yo! ¿¡Qué cojones haces?! —grité, perdiendo los nervios.

—Solo fue una broma —afirmó.

¿Una broma? Apreté el volante para evitar darle un puñetazo en este mismo instante. Este tipo sabía cómo hacerme enfadar.

—Esas bromas guárdalas para quien le interese. Si lo vuelves a hacer, te dejo tirado en el primer descampado que vea —dije con voz amenazante.

—No deberías tomarte las cosas tan a pecho, eso acabará contigo —me aconsejó con tono triste.

Después de haber recuperado la calma, me dirigí hacia su casa con el objetivo de alejarme de él lo más pronto posible.

Nathanael y yo compartimos una historia desde la universidad, una etapa que, sinceramente, preferiría dejar atrás, pero al ser parte de mi vida, solo me queda aceptarla.

Este idiota que ahora estaba absorto en su móvil, como un adolescente, fue mi amigo más leal durante esos tediosos años universitarios, en los que estaba perdido y mi única búsqueda era alcanzar la ansiada plenitud, incluso quedándome sin ideas.

A día de hoy, no logro comprender la razón por la cual, siempre que bebíamos juntos, terminábamos en la cama; un hábito feo que afortunadamente desapareció con el tiempo.

Como mencioné antes, me involucré con varios hombres por curiosidad. No me identifico como gay ni bisexual, ya que tengo claro que mi atracción está exclusivamente dirigida hacia las mujeres.

Nath, sin embargo, disfrutaba molestándome al respecto. En algún momento pensé que podría gustarle, pero con el tiempo descarté esa idea y concluí que solo lo hace para fastidiarme, cosa que le sale de maravilla, debo añadir.

ELYSIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora