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Al no poder rechazar más peticiones o favores de mi madre, decidí sumergirme en el trabajo como excusa razonable para evitar ser utilizado como mula de carga o chófer.

Mi bandeja de entrada estaba repleta de mensajes de mi hermana que se quejaba de nuestra madre, tías y prima, quienes parecían arrasar con todas las tiendas que encontraban. Nunca había apreciado tanto estar abrumado de trabajo.

Opté por no responderle para no aumentar su enojo, por el bien de mi vida, mi empresa y sus empleados. Continué con mi agenda, pasando de reunión en reunión y firmando permisos.

Hacia la tarde, ya estaba exhausto y decidí que era hora de enfrentarme una vez más a mi familia.

Mientras me preparaba para salir, recibí un nuevo mensaje, un correo electrónico de mi jefe de seguridad, Ángel, con información sobre la chica pelirroja. Esto mejoró mi estado de ánimo, pero resistí la tentación de abrirlo, consciente de que no debería distraerme antes de ver a mi familia.

Al llegar a casa, me duché rápidamente y cambié a ropa más informal. Iba a ver a mi familia, no a una cena de negocios.

Listo. Conduje hasta la casa de mis padres, un lugar demasiado grande para solo tres personas, pero supongo que se ocupaban con los empleados que siempre la cuidaban.

Aparqué y me dirigí hacia la entrada. Aún antes de entrar, ya podía escuchar el bullicio que estaban generando. Menos mal que esta zona no tiene muchos vecinos.

Al llamar al timbre y abrir la puerta, fui recibido por  un niño y una niña de aspecto similar que se abalanzaron sobre mí.

—¡Tío Aaron, has venido!—gritaron al unísono, mirándome con esos brillantes ojos.

—¡Davina, Dante! ¿Cuántas veces os he dicho que no podéis abrir la puerta?

La que venía caminando como un sargento, gritando, era la mujer de mi primo, Ela. De cabello corto por los hombros, de un color castaño claro y ojos verdes.

—Pero mamá, el tío ha venido —soltó Dante animado.

En cuanto sus ojos se posaron en mí, su expresión cambió de enfado a alegría y se acercó a mí, tomando en brazos a Davina.

—Sé que extrañaron a su tío, ¿Pero acaso no ven que casi lo tiran al suelo? —los regañó.

Los niños se giraron a verme y enseguida se disculparon.

—Lo sentimos, tío Aaron.

Suspiré y esbocé una sonrisa tranquilizadora, tomando a Dante en mis brazos.

—No pasa nada, yo también los eché mucho de menos —aseguré, haciéndoles cosquillas a ambos para aliviar aquella cara de perros abandonados y luego saludé a mi prima política, adecuadamente.

—Hola, Ela, ¿Cómo has estado?

—No tan bien como tú. Pareces rejuvenecer a medida que pasan los años, como se nota que no tienes hijos —se burló ella dándome un codazo.

Solo me reí a su comentario, mientras nos adentrábamos en la casa de mi madre. Al llegar a la sala principal de estar, era la viva imagen del caos.

Mi padre y mi tío estaban teniendo una lucha de pulso, mientras mi primo y hermana animaban. No había rastro de mi madre ni mis tías por ningún lado.

Deben estar en la cocina, chismeando, seguro. Estaba pensando en huir, porque no se percataron de mi presencia, pero mi cuñada me delató.

—¡Miren quién ha venido! —gritó ella y todos se giraron hacia mí.

La miré con mala cara y ella solo me sonrió con malicia, a lo que suspiré y me apresuré a saludar. Dejé a Davina en el suelo.

Quien se levantó primero fue mi padre, que me dio un apretón de manos y un abrazo casto. Tan reacio como siempre.

—Te ves bien, hijo.

—Lo mismo digo, padre.

Mi padre, hombre de pocas palabras al igual que yo, entendíamos nuestro mutuo silencio. Mi tío siguiente, a diferencia de mi padre, me tomó del cuello, haciendo una peineta como si fuera un niño pequeño. Bueno, a sus ojos, siempre lo seré, supongo.

—Sois unos aburridos, padre e hijo —se quejó sin dejar de reír.

—También me alegra verte, Leonel —dije sarcásticamente a mi tío.

—Con esa cara nadie lo diría. Siempre te he dicho que deberías sonreír más, hombre —aconsejó separándose de mí.

—Será que de nuevo una chica le ha roto el corazón y por eso tiene esa cara. Entiéndele, papá.—Se sumó a la conversación Dylan.

Se acercó con una sonrisa burlesca que, al verle la cara, me ponía de mal humor.

—¿En serio? —dijeron mi padre y mi tío al unísono.

—No le hagas caso. No sabe de lo que habla.

—¿Quién podría estar con alguien tan aburrido como él? —salió en mi defensa mi hermana, acercándose.

Aunque no sabría decir si está de mi lado o en mi contra con ese comentario.

—Cierto, puede que esta vez, en vez de ser una, sea uno —siguió Dylan provocándome.

—¡Obviamente no! —me apresuré a decir, molesto porque se les hubiera pasado esa idea por la cabeza.

No me malinterpreten, no tengo nada en contra; es más, yo mismo tuve ciertas experiencias, pero tengo claro mi sexualidad.

—Oye, deja de comportarte como un idiota —le regañó Ela, mirándolo con mala cara.

—Eso, haz caso a tu mujer y deja de ser tan idiota —repetí.

—Venga, no os pongáis así. Solo era una broma. ¿No tenéis sentido del humor?

Le llamó otra vez la atención su mujer y todos en el salón se echaron a reír.

—Hola, Aaron —me saludó mi prima con timidez.

Movía un mechón de su cabello rojo con nerviosismo y yo me tensé, aunque intenté que no se notara mi incomodidad. La saludé con la cabeza y me forcé a mí mismo a esbozar una sonrisa, porque mi hermana me estaba fulminando con la mirada.

Uno de los grandes motivos por los que no quería venir era esta niña. Mi prima Lía. De cabello rojo y ojos verdes, tan pequeña que no cuadraba con la edad que tenía. Era la culpable de muchos accidentes y malos entendidos a lo largo de mi vida.

—¿Qué es este alboroto? —apareció mi madre acompañada de sus dos hermanas.

Al verme, las tres se lanzaron hacia mí, como si llevaran un milenio sin verme, y en ese momento maldije por haber agotado los malditos cupones. Mientras me ahogaban en besos y abrazos.

ELYSIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora