9. Cicatriz

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Yuma miraba el gato negro que se encontraba durmiendo panza arriba sobre una pequeña hamaca que -suponía- Fuma había instalado para él. Le daba gracia ver como el felino era mucho más grande, pero insistía en dormir en el minúsculo lugar. Parecía cómodo de todas formas.

Pasó sus dedos por el estómago del animal, sintiendo el suave pelaje de este y que sin querer lo despertó de un sobresalto por el contacto. Incorporándose, el gato se le quedó mirando fijamente, sus grandes ojos verdes parecían brillar en contraste con su pelaje.

"Así que es a ti quien está consintiendo ahora"

Los primeros recuerdos que estaban en su memoria se encontraba la figura de Fuma en ella, siempre tan brillante y tan ridículamente perfecto. Aun podía evocar la época en que se conocieron, tenían quizás seis o siete años, sus mamás los habían presentado una tarde de primavera. Ellas se dedicaron a tomar el té mientras dejaron a ambos niños jugar por su cuenta.

Yuma recordaba ver a Fuma de manera nerviosa, ya que siempre fue un chico introvertido, aunque pareciera lo contrario, le costaba hacer amistades al principio, pero luego no parecía callarse nunca. Al menos eso siempre decían todos de él.

Fuma por su parte siempre fue cálido, amigable, un caballero de armadura brillante. Él fue el primero en hablar y preguntarle si quería jugar a cazar insectos, Yuma por supuesto que se negó con los ojos brillantes en lágrimas, odiaba los insectos, eran lo peor y temía que el niño lo obligara a tocarlos o se riera de él.

Para su sorpresa, Fuma simplemente desistió y le pregunto si quería hacer otra cosa para que finalmente terminaran jugando a las atrapadas durante el resto de la tarde. Y esa tarde fue para ambos la primera de muchas estando juntos.

Sus madres siempre se reían de lo inseparables que era, iban de una casa a otra pasando el día juntos por lo que rápidamente se hicieron mejores amigos, y así los años pasaron, al poco tiempo se unió Jo y su amistad se fortaleció más, aunque Yuma por su parte comenzaba a experimentar algo más sutil, un sentimiento que aún no entendía del todo, pero que empezaba a teñir sus días con tonos distintos y hacía que su cuerpo no respondiera a sus órdenes. La torpeza de sus manos y pies se hacía presente cuando estaban solos, no podía dejar de tartamudear y sus mejillas siempre se encontraban calientes y rojas. Le asustaba tanto que ya no soportaba estar cerca de él, de su tacto, de su aroma.

No estaba bien. Tenía que superarlo porque él nunca estaría con alguien de su clase.

"Perdón, te desperté", le dedico una sonrisa al felino quien continuaba sin quitar su mirada del chico. "No te enojes~ no lo hice con mala intención", le mostro las palmas de sus manos para demostrarle que no era una amenaza. El gato acerco su nariz, la cual rozo la punta de los dedos de Yuma. "Ves, no te haré daño", finalmente decidiendo que no iba a acercarse más de la cuenta, el gato le dio la espalda para volver al mundo de los sueños.

"Por eso nunca me han gustado los gatos", un chillido salió de sus labios luego de que una voz tras suyo lo hiciera saltar de la silla despertando al gato negro de paso. A sus espaldas estaba uno de los cachorros, el más bajo de todos.

Tocando su pecho y con el corazón acelerado Yuma respondió, "Dioses Harua, casi me matas del susto"

"Perdón hyung"

"¿Hyung? Parece que ya te agrado ¿eh?", Yuma sonrió juguetonamente a lo que el menor simplemente rodo los ojos con una sonrisa cómplice.

"Es más sencillo llamarte así"

"¿Con lenguaje informal?"

"Para entrar más en confianza hyung", Harua se acercó a la mesa quedando frente a frente con el felino que desde que lo despertaron por segunda vez parecía no despegar sus ojos del recién llegado. "Que gato más raro, no deja de mirarme"

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