𝐗𝐈𝐗. 𝐞𝐯𝐨𝐥𝐮𝐜𝐢𝐨́𝐧

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Después de nuestra conversación, pasé el resto del día en una especie de trance. El beso en la frente y sus palabras seguían resonando en mi mente, como un eco que no podía silenciar. La calidez de sus manos en mis mejillas, la ternura de sus labios en mi piel... todo aquello me envolvía en un torbellino de emociones confusas y contradictorias.

Esa noche, mientras me preparaba para dormir, no pude evitar pensar en él. Su imagen se proyectaba en mi mente una y otra vez, como un faro que no podía ignorar. Me sentía dividida entre la necesidad de mantener la compostura y la creciente atracción que sentía hacia él. ¿Cómo podía amar a alguien de esa manera? ¿Cómo podía sentir tal devoción por alguien que, al mismo tiempo, me confundía tanto?

Pasaron los días y mi relación con Mads se volvió cada vez más tensa y compleja. Intentaba actuar con normalidad, pero cada encuentro, cada roce accidental, cada mirada prolongada, solo servía para aumentar la intensidad de mis sentimientos.

Mantuve la serenidad lo mejor que pude, entreteniéndome con el trabajo y hablando con las chicas sobre lo sucedido con Beckett. Evité ocultarles por más tiempo mi ruptura y lo mucho que lamentaba la posibilidad de incomodar las cosas en el grupo.

Ellas inmediatamente me reprocharon aquella mención, diciéndome lo inaudito que era creer que mi ruptura con Beckett haría que nos distanciáramos. Lo único que lamentaban era no haber estado allí para apoyarme y tener una reunión de chicas.

También lo lamentaban por Beckett, pues al final también era nuestro amigo y estuvo para nosotras en muchas ocasiones. Todas acordaron conversar con él y preguntarle por su estado, así como me aconsejaron hacer lo mismo. Accedí a hablarle más tarde, pues en ese momento estaba ocupada con mi trabajo en el museo, detalle que tampoco les había mencionado, pero que más adelante les pondría al tanto y con gusto aceptaron escucharme.

La mañana transcurrió con bastante naturalidad, aunque movida; me pareció muy divertida y agradable por las elocuentes e interesantes preguntas que algunos de los estudiantes me hacían durante la guía por el museo. Las respondía lo mejor posible, siempre agradeciéndome internamente por haber estudiado tanto sobre la historia de muchas de las piezas y leer sobre otras tantas durante mi estancia allí.

Continué con el recorrido, y los maestros me preguntaban con el fin de que los chicos aprendieran un poco más de información acerca de alguna de las obras de arte o esculturas del museo, las cuales contesté con gusto. Cuando otra pregunta llegó a mis oídos por parte del mismo docente, con el objetivo de ilustrar a los jóvenes a través de él, miré en su dirección para responderle por respeto y obviedad. Sin embargo, al recorrer con mis ojos a los presentes, mi mirada no pudo evitar capturar a una persona añadida.

Podría haber sido cualquiera. Pero era él. Mads había estado escuchándome desde quién sabe qué momento y yo no lo había notado por haber estado tan concentrada en explicar lo más importante de cada objeto preservado del museo. ¿Qué hacía allí? Necesitaba enfocarme.

Desvié mi mirada de él y la dirigí al maestro del fondo. Pronto respondí a su pregunta, antes de que mi cabeza decidiera olvidarla por culpa de la presencia de Mads.

—Sigamos por aquí. Estamos llegando a lo mejor del museo —continué el recorrido, fingiendo no haber sido alterada por su presencia.

Para mi suerte, nadie más hizo preguntas exceptuando una sobre el gran caballo y su jinete. Varios chicos preguntaron si era real y si despertaba como en la película "Una noche en el museo".

—Quizás, pero de ser así, nunca he podido presenciarlo —sonreí amablemente a los adolescentes, quienes se dieron codazos y emitieron sonidos emocionados y cómplices.

「𝐌𝐲 𝐃𝐚𝐝𝐝𝐲 𝐈𝐬𝐬𝐮𝐞𝐬」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora