Te tengo.

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"Jamás voy a dejar que alguien te aparte de mí y mucho menos voy a permitir que te hagan daño de nuevo, mi pequeño", al escuchar aquellas palabras, Severus sintió algo cálido instalarse en su pecho, algo en el fondo de su mente y de su corazón le decían que esa era una promesa y que no había mentira alguna en ella.

Con movimientos torpes, Minnie se quitó las lágrimas de emoción que tenía en el rostro y esbozó una sonrisa.

— Ejem... — Interrumpió Albus captando la atención de su esposa y su hijo — Me encanta verlos tan tranquilos y felices, pero... ¿Qué dicen sobre ir a desayunar? Yo recuerdo haber visto empanadas de calabaza en la mesa y...

— ¡Y tartas de maleza! ¡Sí! — Los ojitos de Severus brillaron con emoción, pero luego regresó a su habitual seriedad — Lo siento. ¿Profesora?

— ¿Sí?

— Yo... ¿Puedo desayunar con ustedes?

— Por supuesto que sí, cielo. Hice las empanadas especialmente para ti — Le dedicó una sonrisa maternal.

— ¡Gracias!

— No se diga más, vamos, que todavía nos queda un largo día por delante — Apresuró Albus de inmediato.

La casa era amplia, con paredes completamente blancas, sillones beige y cojines decorativos del mismo tono

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La casa era amplia, con paredes completamente blancas, sillones beige y cojines decorativos del mismo tono. El comedor, también blanco, estaba iluminado por un elegante candelabro de cristal Saint Mossi moderno-contemporáneo.

— ¿Profesor? — Al entrar por la chimenea, el pequeño ojinegro observó detenidamente el entorno. Portarretratos en los muebles exhibían fotos de ambos adultos juntos, y no pudo evitar preguntar — Yo, uhm... ¿Usted y la profesora...? Bueno... ¿Ustedes son...?

Minerva y Albus sonrieron ante la expresividad del niño.

— La profesora McGonagall es mi esposa, Severus.

— ¿Y esta es su casa?

Minerva reprimió el deseo de decir "ahora es tuya también, hijo" y simplemente respondió con un "así es".

¡Plop!

Monsieur Dumbledore, Madame McGonagall — Interrumpió Pitts — El desayuno está servido.

Ante la presencia del elfo doméstico, Severus se escondió detrás de Minerva por inercia.

— ¡Excelente! — Albus se detuvo un momento — Severus, ¿recuerdas a los elfos que nos sirvieron galletas en el castillo anoche?

El menor asintió sin soltar la mano de la mujer.

— Muy bien, pues me gustaría presentarte a Pitts. No le tengas miedo, pero sí respeto, ¿de acuerdo? — El elfo hizo una reverencia — Si necesitas algo y la profesora McGonagall o yo no estamos cerca para dártelo, llama a Pitts.

— Está bien...

— Muy bien. Ahora sí, ¡vamos a desayunar!

Durante el desayuno, una sensación de calma y serenidad los envolvía a cada uno

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Durante el desayuno, una sensación de calma y serenidad los envolvía a cada uno.

Por mucho tiempo, Albus ansió construir una familia junto a Minerva, la única mujer que logró cautivar su corazón a lo largo de toda su existencia. No obstante, tras varios intentos fallidos, ambos decidieron enfrentar la verdad y visitaron a un medimago en el hospital de San Mungo. Desafortunadamente, fue en ese momento cuando se enfrentaron a la amarga realidad de que sus posibilidades de concebir un hijo eran prácticamente cero. Poco a poco aquel anhelo fue quedando sepultado, pero hoy, de pronto y para bien, todo en su vida se encontraba dando un giro de 360°.

Para Severus, a diferencia de aquellos días en los que Eileen y él no tenían nada para comer y tomaban únicamente agua para no sentir hambre, de la irresponsabilidad de Tobías como padre de familia e incluso de la horrible administración de aquel orfanato que casi casi obligaba a los niños a pelear entre ellos para evitar pasar hambre el resto del día, ¡hoy degustaba una de sus comidas favoritas!, hoy no existía la necesidad de tomar y esconder un trozo de pan, ¡ni siquiera tenía a alguien masticando a su lado con la boca abierta o a cualquier otra persona con la salsa embarrada por toda la cara! No, hoy el ojinegro por fin experimentaba el placer de disfrutar de su comida.

De igual manera, Minerva no era ajena a esa apacibilidad, y es que esta era la primera comida (en días) que ingería sintiéndose genuinamente feliz y en paz. Desde que se llevaron a Severus, constantemente la atormentaban el remordimiento por haberlo permitido, la preocupación y ansiedad al no verlo regresar al castillo, el dolor de no haber hecho más para acelerar su rescate y la anticipación de que el niño la odiara al regresar a Hogwarts. Ahora, su creciente apetito no solo se debía a que su esposo había obtenido la custodia del niño (aunque este hecho influyera notablemente en su estado de ánimo), sino también a aquellos motivos más profundos que por fin sería capaz de dejar atrás.

— ¿Severus? ¿Qué sucede? — La voz de Albus la trajo de regreso a la realidad — ¿Te duele algo?

Las lágrimas caían silenciosamente por las mejillas del pequeño, y es que su mente estaba hecha un caos en ese momento. Sentía felicidad, pero también miedo de que todo fuera un sueño. Tal vez fue la empatía o aquel instinto maternal que comenzaba a aflorar en su interior, pero Minerva estaba segura de que su pequeño necesitaba entender que ahora estaba a salvo, que era amado. Dicha mujer se levantó de su asiento y se colocó de rodillas para mirar de frente a su pequeño. Con cuidado le retiró de las manos los cubiertos y con movimientos lentos para no asustarlo lo tomó entre sus brazos.

— Shhh, shh.

— Mami, lo siento... — Lloró con más fuerza el ojinegro.

Dumbledore se quedó pasmado de la emoción al escucharlo llamar "mami" a su esposa, pero se recuperó de inmediato al entender que no era momento de ser egoísta y poner su emociones por encima del estado tan vulnerable en el que se encontraba su niño.

— Mamá te tiene, bebé. Todo está bien.

— Estás en casa, pequeño. Nadie volverá a hacerte daño. — Con paciencia y amor, Albus trató también de tranquilizarlo.

A los pocos minutos, gracias a las caricias que Albus le hacía en la espalda y a los brazos protectores de Minerva que lo rodeaban, con una leve sonrisa, Severus cayó rendido ante el sueño.

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⏰ Última actualización: Jan 28 ⏰

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