Llevo mucho tiempo sirviendo a Afrodita, siendo parte de los Erotes que reparten amor por el mundo. Nunca me he quejado. La felicidad de los enamorados es la mía a la vez, y tampoco pudo negar que yo también disfruto de amantes. Todo es pasión, emociones en exceso, y lo mejor es que no me canso.
Mi función como ángel del amor es explotar el deseo entre los humanos, atravesando sus corazones con mis flechas. Aunque, no toda la corte dispone de un arco. Nuestros poderes principales son incentivar esa conexión sexual, pero solo los que tenemos flechas podemos convertir esas emociones en huracanes incontrolables. Las de oro, amor obsesivo, el más poderoso. Las de plomo, un odio angustioso, un completo repudio. ¿Y lo más divertido? Que esos sentimientos se desarrollan por la primera persona que ves tras ser atravesado.
Sin embargo, hay restricciones, y a diferencia de Eros, no puedo disparar a quien se me plazca o podría ser castigada por Afrodita. El arco es utilizado únicamente en momentos esenciales y por motivos completamente puros, evitando la discordia y la problemática. Orgullosa, puedo decir que nunca he enamorado a nadie por envidia, odio o diversión, aunque me encantaría. Suelo pasearme de noche por las calles de Pafos, entrometiéndome en aventuras prohibidas, dando ese empujoncito que necesitan algunos de vez en cuando, o cumpliendo los anhelos de jóvenes humanos.
Esta noche está siendo especialmente tranquila, me he encontrado una pareja de adolescentes que llevaban meses escribiéndose cartas. Estoy sentada en las escaleras de la entrada, con la espalda apoyada contra una columna, dibujando en mi cuaderno, cuando escucho unas risitas cercanas. Me recojo sobre mí misma para que no me vean y observo como entran al templo, van de la mano. Una reacción a su ternura se me escapa de los labios y decido seguirlos, zigzagueando entre los pilares hasta que llegan junto al altar.
—Muchas gracias por escuchar nuestras plegarias, Afrodita. —agradece el chico, arrodillándose frente a la estatua de dicha diosa. La muchacha le sigue.— Rogamos que bendigas nuestro amor.
Me es inevitable no soltar una risita. Los humanos son tan ingenuos que piensan que Afrodita es la responsable de todo siempre, cuando en este caso, he sido yo quien los ha ayudado. Dejo mi arco en el suelo junto a mí, pero mi carcaj se queda a mi espalda. Me siento cerca de ellos, a la sombra, y abrazo mis piernas mientras los veo rezar. Son demasiado adorables. Estos últimos meses otro muchacho ha estado cortejándola, pero mi pequeña aportación la ha hecho seguir su corazón en vez de la fortuna. Mis mejillas se sonrojan cuando veo como intercambian miradas de complicidad.
Una ráfaga de viento inesperada me despierta de este hechizo entre los amantes y noto que me falta algo. El arco, que había dejado en el suelo a mi lado, ya no está. Se me cierra el estómago en un instante y un escalofrío me sube por el cuello. Me giro rápidamente y veo una sombra alejarse entre las columnas, hacia fuera del templo. Por un segundo se me congela el cuerpo, siento un calor quemarme la piel. Me levanto de un salto y voy tras el misterioso individuo que me ha robado el arco del amor. Bajo las escaleras del templo de dos en dos y persigo su aroma por una calle que hace esquina.
Se escucha el eco de mis pasos rebotar contra las paredes de las casetas. Está bastante oscuro a pesar de los farolillos en las fachadas, y comienza a hacer frío, y tristeza. Por un momento siento que aquello que sea que esté persiguiendo ya no está más ahí, porque he perdido su rastro. Comienzan a pesarme las piernas y todo el cuerpo, como si una nube de amargura me abrazara hasta asfixiarme. Frente a mí se irgue una pared que conecta con las laterales, es un camino sin salida. Resoplo y me siento aún más furiosa, pero las piernas y las manos me tiemblan. Sea quien sea que ronda por aquí, es un ser demasiado poderoso.
—No sé qué clase de broma es esta, pero el robo a una deidad es motivo de castigo divino —aseguro, arrastrando las palabras.
—¿Estás segura? —Una voz tranquila irrumpe en el silencio de la noche y me doy media vuelta hacia la salida de la calle. Me irrita la poca emoción que transmite, pero algo en mi interior pide que continue hablando.
—¿Quién eres? —La oscuridad de la noche no me deja verlo y el foco de luz del farolillo frente a él no le alcanza. Está justo al umbral de la luz, evitando ser visto.
Se me acelera el corazón en una mezcla de intriga, miedo, y algo más que no logro identificar. La entidad da unos pasos hacia delante y a mí me recorre un escalofrío por la espalda cuando lo veo. Se me eriza la piel y siento las manos heladas. Es un muchacho muy singular, con un rostro hermoso de facciones marcadas y perfiladas cual estatua de marfil. Viste unas prendas de seda rojiza y va descalzo, pero sus pies no parecen querer ensuciarse. Lleva el pelo negro revuelto y una mirada apagada. A su espalda, unas enormes alas de mariposa con aspecto fuerte y robusto, de color blanco puro, que rodean un cuerpo esbelto, fuerte y a ojos de cualquiera, perfecto. Sin embargo, sus ojos entristecidos y duros de magnético celeste oscurecen su aura, creando un ambiente melancólico. De su hombro cuelga mi arco.
—¿Anteros? —pregunto en un hilo de voz tembloroso al estar frente al vengador del amor no correspondido, el hijo menor de Afrodita y Ares.
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La promesa de Anteros
FanfictionDesa es una Erote de la corte de Afrodita, quien con su arco reparte amor por el mundo. Una noche se encuentra con Anteros, el dios vengador del amor no correspondido, quien le roba el arco y pide que le dé un amante por correspondencia. Desa se nie...