Capítulo 7: El arte de su piel

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He permanecido toda la noche en vela pensando en cómo serán mis días a partir de ahora compartiendo el cuidado de Pafos con Egan. Me levanto de la cama sin ánimos y voy directa a verme en el espejo. Todo el revuelo de la visita de Afrodita me ha producido un estrés que me ha llevado a una desorganización total de mi propio hogar. El cristal donde me observo está cubierto por una ligera capa de polvo, mi reflejo camuflado por el velo de suciedad. Suspiro, desanimada por completo y me quedo quieta, mirándome a mí misma a los ojos a través de mi imagen, absolutamente sumergida en mis pensamientos.

Cuanto más me admiro más recuerdo la vida miserable que llevo arrastras. Con desgana coloco el dedo sobre el espejo y dibujo lo que deberían ser mis alas respetando mi reflejo, recordando que soy prisionera de este lugar y sus líderes egoístas. Continuo perdida y disociada cuando un gentil golpeo en la puerta perturba mi tranquilidad y me arrebata un grito interno. Voy hacia esta y tirando del pomo dejo entrar una gran cantidad de luz en el cuarto. Al otro lado, apoyado en el marco, está Egan, con una sonrisa bien grande. Los rayos de sol chocan contra su espalda creando un aura dorada a su alrededor, creando un efecto de grandeza cegadora. 

—Pensaba que eras de las aficionadas a madrugar —suelta con energía y me extiende algo envuelto en una tela beige.— Pensé en traerte un detalle, ahora que vamos a ser compis.

Le lanzo una expresión de amenaza antes de desvelar el contenido del obsequio y me sorprendo al ver que, en vez de gastarme una broma de mal gusto, me ha traído el desayuno. Se me dibuja una pequeña sonrisa inconscientemente mientras le doy un notable mordisco al pan de trigo. Ni siquiera me detengo a inspeccionar que no tenga veneno o algo del estilo. Egan me mira directamente a los ojos con un rostro de satisfacción y luego se da la vuelta, con intenciones de irse.

—¿Ya está, nada más? —pregunto apresurada antes de que se aleje aún más de mi casa.

—¿Esperabas un gran banquete? —Se gira hacia mí con los ojos entrecerrados y una expresión algo seria.

—Me refiero a que... —No sé realmente si quiero preguntar, pero lo hago igualmente— ¿Haces un gesto amable conmigo sin pedir nada a cambio?

—¿Por quién me has tomado? —pregunta el rubio con el ceño fruncido, pero rápido entiende por dónde voy y ladea la cabeza avergonzado.— Desa, lo de la fiesta, lo siento. No entendí tus sentimientos en ese momento y me ofendí mucho ante tu inesperado rechazo. Espero que no te llevaras una mala imagen de mí. Después de todo lo que hemos pasado juntos...

Lo observo con mucho cuidado. Escucho cada una de sus palabras y las analizo en busca de mensajes ocultos o segundo significados, pero parece decirlo de verdad. Antes de irse me sonríe de vuelta y yo me quedo petrificada. Comparada con su común actitud egoísta y de presumido, la conversación que acabamos de tener ha sido humilde. Ha sido honesto conmigo, o al menos ha parecido serlo. Bajo la mirada al pan de trigo entre mis manos antes de entrar en casa y cerrar la puerta.

Pasan los días y, aunque nos veamos por el templo y nos crucemos de vez en cuando, Egan no hace ademán de acercarse a mí. Cuando me ve me dirige una sonrisa cariñosa y continua con su trabajo. Sin piropos, sin comentarios condescendientes, sin actitudes de superioridad, sin acercamientos indebidos, sin... maldad. En un momento dado, me lo quedo mirando, intentando descifrar que cruza su mente en estos instantes. 

Estoy sentada junto a la estatua de Afrodita y contemplo a un chico arrodillado frente a la gran escultura de mármol. Tiene los pies juntos, la frente contra el suelo y sus ojos están tristemente llenos de lágrimas, reza entre susurros jadeantes y se queda sin aire, quebrándose la voz. Al parecer, la chica que siempre ha amado se ha comprometido con otro hombre y le pide a la diosa que la haga cambiar de opinión. Claramente, Afrodita no le ayudará, no está presente ahora mismo, nunca lo está para los humanos.

La promesa de AnterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora