2: Hassel

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El lunes llegó demasiado rápido para su gusto. En realidad, Meili disfruta mucho el ir a la universidad, pero luego de saber que perderá la audición por completo, no es que le apetezca salir de su casa y fingir que todo se encuentra de maravilla.

Esa mañana se siente particularmente molesta con la vida.

Al levantarse, lo primero que hizo fue estirar un brazo para alcanzar sus audífonos y ponérselos; al instante pudo escuchar con mayor claridad el estruendoso sonido de las gotas de lluvia que golpeaban sin piedad su ventana. Cuando quiso darse cuenta, ya se encontraba llorando de nuevo, en especial cuando su tío Owen empezó a cantar desde la cocina, como cada mañana.

—¡Meili, vas a llegar tarde de nuevo!

Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas al caer en cuenta de que, cada vez, escucha con menos intensidad los gritos de su tío.

Intenta no demorarse tanto, se baña y cambia en tiempo récord, guarda algunas cosas en el bolso y, en medio de pasos apresurados, baja las escaleras, donde Owen la espera en la mesa, con el desayuno ya listo.

—Cariño, acabo de darme cuenta de que no tenemos sombrillas.

—Buenos días para ti también.

—Piénsalo, ¿por qué nunca hemos comprado una? Nos sería muy útil para días como estos, en las noticias dijeron que lloverá todo el día —dice, mientras corta con impaciencia sus waffles. —¿Quieres que te compre una? Mañana es mi día libre.

—¿A qué viene tu repentino interés por tener una sombrilla?

—Está lloviendo.

—No me había dado cuenta, gracias por informarme, ya se me hacía raro que cayeran gotas de agua del cielo.

—¡Meili Bennet! —El tío Owen frunce el ceño, golpeando la mesa de la nada. —Ya no voy a comprarte nada, espero que quedes atrapada en un diluvio.

—Vamos... solo estaba jugando, sí quiero una sombrilla.

—Lo pensaré —contesta, fingiendo indignación. —Por cierto, no me dijiste cómo te terminó de ir en la cita médica, ¿qué dijo el doctor Méndez?

Meili por fin se digna a alzar la cabeza, encontrándose con la mirada curiosa de su tío. Owen es bastante apuesto, aunque ya es un señor cuarentón, se mantiene en forma, se pregunta por qué nunca se casó, y a veces se siente un poco culpable de ello, toda la vida del hombre se ha basado en criarla y darle siempre lo mejor, pasó tanto tiempo preocupado por ella que dejó de preocuparse por él mismo. Es por eso mismo que no puede decirle lo que dijo el doctor Méndez, aún no está preparada para darle una noticia como esa, no sabiendo que el hombre podría caer en la desesperación.

En algún momento va a tener que enterarse, solo quiero un poco más de tiempo...

—Nada nuevo, me mandó unas pastillas para los dolores de cabeza, dijo que hay que continuar con el tratamiento.

—¿Solo eso?

—Sí, pasaré el martes en la tarde a recoger las pastillas. —El hombre parece a punto de decir algo más, pero Meili se apresura a volver a hablar. —¡Tengo que irme! Nos vemos más tarde, que te vaya bien en el trabajo.

—¡Cuídate, cariño! ¡Lleva una chaqueta!

Vivir cerca de la universidad es una completa bendición, no solo porque se ahorra un montón de dinero en pasajes, sino también porque puede darse el lujo de levantarse un poquito más tarde.

En menos de quince minutos ya se encuentra ingresando a su primera clase. Metodología de la música no es de sus favoritas, pero saca todo el provecho que puede, anotando lo más importante que dice el profesor, además del trabajo de investigación que les asignan para la próxima clase. Su humor no mejoró para nada, parecía como si cada pequeña cosa le molestase un poco, cualquiera pensaría que odia su carrera o la universidad en general, pero solo se encuentra agotada, con tantas cosas en la cabeza que le pesa, y es así como sin quererlo termina recostada sobre la mesa de su escritorio, dormida.

The voices i want to hearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora