Capítulo: XII

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El tormento de los infaustos.

Fermentado, añejo. Con un sabor agrio, como una leche echada a perder. O como un vino asqueroso y barato. Paseaba invasivo por el interior de sus fosas nasales, provocándole un ligero escozor, como si deseara estornudar pero no hubiera oxígeno en aquel cuarto caliente. La fragancia lúgubre cernida entre los muros que lo aprisionaban no se asemejaba a cualquier otra que hubiera olido antes.

Miedo... ese es el olor que me pica en la nariz. Me hace sentir tembloroso, a la defensiva, como si mi cuerpo estuviera preparado para salir corriendo como un gato salvaje. Pensó. La bruma abrazaba su cuerpo friolento como el vapor en una ducha con agua caliente, en el techo había una bujía roja cuya luz escarlata bañaba trémulamente las paredes de cal y tapiz descarapelado, para Klaul se sintió extraño apreciar de nuevo un color tan intenso después de haber perdido la visión cromática y así apreciar el mundo a su alrededor tal y como era. La negrura que emergía del suelo engullía sus piernas, con un calor intenso que le hacía sudar más de lo normal.

Una corriente de aire caliente le golpeó en el rostro, el olor se intensificó.

—Huele... agrio, ácido... como si el ambiente estuviera cargado de algún amoníaco, se siente como estar encapsulado en una cámara a presión con veneno —divagó Klaul. Sus ojos escudriñaron en los alrededores, intentando penetrar en la oscuridad del encierro. Olisqueó el aire sacudiendo su pequeña naricita respingona, y frunció las cejas—. Acre, es acre.

Se paralizó unos segundos. Batió las pestañas con vacilación, sucedió algo que para nada era normal.

¿Acaso mi voz es la de una niña?

Klaul no evitó bajar la mirada hacia su cuerpo. Vestía una camiseta pegada a su torso descubierto, shorts de mezclilla con el primer botón sin abrochar, que lucían unas esbeltas y bronceadas piernas lampiñas, y unas sandalias con correas de pedrería. Bastaba solo con ver sus prominentes pechos para darse cuenta de que no estaba en el cuerpo de un niño de siete años, en su cuerpo.

Sino en el de una adolescente.

¡¿Qué jícaros pasó?! Y-yo n-no me veo así, ¡no soy una niña! ¿Habrá sido esa pócima? Tal vez él tenga razón, ¡me voy a morir!

Klaul comenzaba a hiperventilarse, miró histérico en todas las direcciones, buscando alguna salida o un resquicio de luz. Tanteó con la yema en cada una de las paredes, hasta que topó con una puerta de madera vieja, y no dudó en buscar una cerradura, pero no había más que un mecate cruzado por un estrecho agujero. Intentó patearla, derribarla, sin éxito alguno cuando la embistió.

Y entonces escuchó pasos pesados avecinándose desde el otro lado.

En un principio, Klaul no comprendió por qué el cuerpo en el que se encontraba comenzó a temblar, sentía sus niveles de adrenalina disparados hasta alcanzar la punta de sus pies. Su corazón se mecía frenético dentro de su caja torácica, un sudor frío comenzó a bajar por su espalda y sus ojos miraban suplicantes hacia la vieja tabla que cumplía el rol de una puerta.

Un momento... este no es mi sueño, no soy yo... no me está pasando a mí.

Se escuchó una voz, meliflua, dulce.

—Jimena... —un sollozo escapó de sus labios, Klaul seguía estupefacto pese a que no tenía el control sobre aquel cuerpo.

Jimena... ¿dónde he oído antes ese nombre...? ¡Claro! Es la muchacha de liturgia, la que va todos los domingos a predicar en la iglesia. Acompañada de su papa, don Ernesto... siempre me pareció raro. La imagen de Jimena surcó la mente turbada de Klaul, su largo cabello lacio, sus pechos desarrollados a su temprana edad, bajita y menuda. Le robó el corazón a más de un muchacho en el pueblo, pero su actitud taciturna y sosegada despertaba la curiosidad de sus allegados, no permitía que nadie se le acercara, caminaba casi que zurcida al amparo de su padre.

La Epifanía Del Infierno (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora