La Epifanía Del Infierno (+18)

Capítulo: X

Viaje al pasado

1934

21 de febrero, Palacio Presidencial De Nicaragua (La Loma), Tiscapa.

Se encontraba de pie en medio de un vasto salón con candelabros de oro sosteniendo en su envergadura tres altas velas cuyas lágrimas blancas resbalaban como en las mejillas de una viuda. Miró sus refinadas botas cuyo cuero recién lustrado, brillaban tanto que reflejaba el techo artesonado con un cielo de azulejos, impresos con la imagen de San Miguel y una orden de ángeles a sus pies con liras, y cinturones de oro fino bordado a la tela de seda de sus túnicas. La espada del Arcángel refulgía bajo la luz dorada, un manantial de oro caía desde la membrana de sus preciosas alas, mientras abatía al demonio corrompido, aplastado bajo el seno de su pie.

Klaul se miró en el reflejo impoluto del cristal frente a él. Vestido con un sombrero de visera verde oliva como el de los oficiales del ejército. La visera con una banda de cuero negro recién lustrado, una chaqueta de lana a juego con los pantalones y la gorra, con galones en las mangas, y dos bolsillos en el pecho.

Camisa de algodón en color blanco, con una corbata verde musgo, sin ningún patrón ni diseño especial. Un cinturón de cuero ancho cuya hebilla portaba el emblema de la Guardia Nacional, cintilaba bajo la luz mortecina de las farolas y candelabros en las paredes, portaba una bayoneta. Botas altas de cuero negro brillante que crujían en el suelo, y guantes blancos cubriendo sus manos calludas.

En lugar de sus mejillas regordetas y sus largas pestañas eclipsando el brillo de ojitos sus redondos, en la comisura de los mismos su piel agrietada dejaba ver las arrugas de un hombre de cuarenta años alrededor, líneas de expresión surcando los costados de sus labios finos y la sombra de una barba recién rasurada. Era un simple Cabo de la Guardia, alguien con un rango menor en una cena a la que había sido invitado por su gran labor y desempeño para con el ejército, –una cortina de humo–, Klaul no se reconocía a sí mismo, pese a estar seguro de ser él en carne y hueso, aquel cuerpo se sentía totalmente ajeno a su persona, como si estuviera en la memoria de alguien más, en un recuerdo.

Pero era una visión del pasado.

—Excelente disfraz, Coronel Delgadillo —enunció una voz a sus espaldas, su voz parsimoniosa escondía el atisbo de una risilla. Los pasos de unas elegantes botas de cuero avecinándose resonaron en el azulejo lustroso, que reflectaba su figura imponente como un tapiz de espejos. Como si no tuviera control sobre sí mismo, se llevó una mano al ala del sombrero, saludando a su mayor, el funesto comandante Somoza—. ¿Ya está todo listo para recibir a nuestro invitado?

—Sí, señor —respondió sin titubeos—. En un momento servirán la cena. Mis hombres están formados y listos para acatar sus órdenes, como usted lo dispuso.

Una sonrisa lobuna curvó hacia un costado los labios del cruel dictador, "El Tacho", –como le era particularmente conocido–, tenía en su mente una estratagema infalible y meticulosamente premeditada para ponerle fin a la rebelión de aquel al que llamaban, "General de Hombres Libres", y fundador del "Ejército Defensor de la Soberanía Nacional". Su ira contenida en sus adentros era el equivalente al veneno de una serpiente en su torrente sanguíneo, aquel insignificante campesino guerrillero, osado e ignorante no hacía más que estorbar en su camino y estropear sus tratos políticos.

Junto con sus hombres, planeó aquella cena memorable que pasaría a la historia, en la que pondría fin de una vez por todas a aquella estupidez a la que llamaban "revolución del pueblo".

—¿El notario ya tiene listo el documento que le pedí? —Su voz sonó como un gruñido en los oídos de Klaul, como si arrastrara consigo muchos años de tabaco y ron.