•CAPITULO DIECIOCHO: Contrato•

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En el corazón del Distrito Rojo, la zona sin ley más peligrosa de Los Tres Distritos donde los niños juegan con pistolas sin balas y el alcohol, las drogas y las armas regían el poder del más fuerte, una figura emergía de la oscuridad de un callejón.

Bañada en sangre ajena, la figura le daba la espalda a la entrada del callejón maloliente mientras terminaba de guardar todas sus armas, igual de manchadas que toda su ropa con olor a metal que iniciaba a secarse y adherirse a sus guantes y pantalón. Uno de sus dedos cubiertos con guantes negros acariciaba su barbilla por debajo de su máscara, limpiando la pequeña salpicadura rojiza que había llegado hasta ahí, fingiendo demencia con el reflejo de su anatomía dibujada en un charco de agua sucia, donde claramente todo de sí tenía manchas en distintas tonalidades de aquel color.

Un sonido a sus espaldas distrajo sus acciones, pero supuso que debían de ser aquellos niños que había visualizado a través de su escondite jugando con un revólver y un cuchillo de cocina astillado y oxidado.
Siguió con lo suyo, ahora alerta a los pasos de diferentes personas a su alrededor que en cualquier momento podían osar en girar sus cabezas hacia el interior del callejón y ver su estado actual.

En un momento, dejó de escuchar a la multitud y se detuvo de quitarse los guantes. Mantuvo su respiración en la garganta, estando a punto de soltar el aire que había inhalado, sin moverse, puesto que la sombra que cubría la poca luz del exterior destellaba haciendo notar su presencia sin querer esconderse.

—Siento interrumpir su...huída—habló el recién llegado a la escena, deteniéndose breves segundos antes de finalizar la frase para pensar en la mejor palabra posible para lo que sus ojos veían—. Hubiese llegado antes, pero el Distrito Rojo ha estado bastante...bastante ajetreado después de diferentes sucesos.

Su oído pitó.
Una bala le había rozado la oreja y se terminó incrustado en una casa cruzando el callejón. Sin embargo, ninguna de las pocas personas que transitaban a esas horas por las calles,–la mayoría estando ebria o drogada–, se detuvo a reparar en este hecho y continuaron su camino.
Estaban acostumbrados a ese tipo de cosas, puesto que era su día a día.

No se inmutó ante sus dolores de oído y se dedicó a observar al causante del disparo, el cual apuntaba el cañón humeante de su pequeña pistola directamente a su cabeza; eran separados por unos cuatro o quizás cinco metros de distancia y la mitad se debía al contenedor podrido de basura del que moscas e insectos salían y entraban.
Una pequeña sonrisa se posó sobre sus labios, confundiendo al enmascarado.

—No se moleste en presentarse—avanzó un paso, viendo el gatillo a punto de ser tirado nuevamente—, es muy conocido por estos lares, Akuma.

No se molestó en responderle.
El ahora conocido como Akuma continuaba acariciando el gatillo del arma con más firmeza, dispuesto a volver a dispararle sin opción de fallos a la cabeza.

—¿Sabe quién soy, Akuma?

Tampoco es que me interese—el rubio levantó ambas cejas, no esperando escuchar una voz mecanizada igual a la de un robot bajo esa máscara rojiza que ocultaba su identidad.

—Usted sí me interesa—dijo acariciando sus muñecas—, más de lo que imagina.

No me conoce.

•Mistress and Lady•  |‡Tokyo Revengers‡| [1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora