•CAPITULO NUEVE: Amor•

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(...)

Corrió. Sus piernas pidiendo clemencia y descanso de tanto correr, pero no se detuvo.

La respiración se le quedaba atascada en la garganta y el sudor corría por todo su rostro. Aún así no se detuvo y siguió corriendo, llamando a gritos su nombre.
Cruzó una calle y casi se estrella contra la parte trasera de un auto, siguió su camino entre pesados suspiros agitados y las piernas temblorosas y adoloridas casi le fallaron al detenerse de golpe para ver el suelo. Una mancha de sangre, sangre fresca. Estaba cerca.

— ¡Mizuki! — gritó mientras buscaba aire y se tomaba un breve descanso—. ¡Oi! ¡Mizuki, aquí estoy! ¿¡Me oyes!?

Se apartó el cabello de golpe, la quemada de su ojo izquierdo le palpitaba de tan solo pensar que estaba gravemente herida y sola en algún lugar.
Necesitaba encontrarla. Había presenciado el intercambio de palabras y golpes en el campo de batalla contra Tenjiku y ella había intervenido sin siquiera formar parte del grupo que Hanagaki Takemichi había reunido para pelear contra ellos. Presenció el momento exacto en el que sus ojos húmedos de tanto retener las lágrimas murieron luego de recibir la respuesta de Kokonoi, con quien peleó para hacerlo entrar en razón y cuyos esfuerzos fueron inútiles. Algo dentro de ella murió cuando él la traicionó.

Y quizás –literalmente– en estos momentos se esté muriendo tras perder gran cantidad de sangre.

No se había dando cuenta de por dónde iba hasta reconocer las casas y tiendas cerradas que quedaban a unas cuadras cerca de su taller a altas horas de la noche, estaba sumiso siguiendo el rastro de gotas de sangre que eran abundantes y notorios en el asfalto.

Sintió el alma volver a su cuerpo cuando la vio sentada al lado de un contenedor de basura con sus rodillas presionando su pecho y su cabello rojo cubriendo su rostro.
En el mismo lugar donde se permitieron formar lazos de amistad a pesar de las diferencias que conllevaron el unirse a una pandilla como Black Dragons.

Una pandilla que se disolvió con la derrota de Shiba Taiju y cuyo uniforme justo ahora ella vestía.

—¡Mizuki!

—¿Inupi?

Trotó hasta ella y finalmente sus piernas cedieron entre temblores y pulsaciones en sus rodillas y muslos, dejándose caer a su lado con la respiración agotada.
Mizuki había levantado la cabeza para observarlo con sus ojos dorados, pudiendo así vislumbrar algunos cortes en su rostro acompañados de sangre seca y un pequeño moretón en su mejilla que comenzaba a tomar color y notoriedad. Una pequeña parte de la cicatriz que cruzaba sus labios se había abierto y la sangre, aún fresca, se había quedado estancada en su labio inferior.

Sin duda lo más grave de todo era la navaja que tenía incrustada en el hombro, dónde la negra sangre pintaba el traje blanco de los Black Dragons y no paraba de salir. Fue cuando notó el tintado de sus manos, enrojecidas por la sangre que había estado tratando de detener sin sacar el arma blanca de su hombro.

— Maldita sea...— murmuró detallando la gravedad de la herida. Mizuki sin pronunciar palabra alguna—. ¿Te duele? Pregunta estúpida, lo siento ¿Sientes el brazo?

— Siento como si un camión me hubiera aplastado — contestó sin muchas ganas. Inui atisbó una pequeña línea rosada marcada en la piel al lado de su ojo derecho. Rastros de lágrimas que había limpiado con brusquedad —. No puedo mover el brazo y tampoco puedo sacar la navaja, creo que es mejor que me dejes morir desangrada.

•Mistress and Lady•  |‡Tokyo Revengers‡| [1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora