Despedida de una cura

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Las gotas de lluvia seguían cayendo. Laurent jadeó, manos temblantes sobre del grimorio, cerraba sus ojos pese a saber perfectamente que eso no bloquearía el sonido de llegar a sus oídos; que los gritos, chillidos y quejidos de sus compañeros, cuyos ecos eran llevados a la par de metálicos choques de armas, siempre lo alcanzarían por más enlagunados que estuviesen sus sentidos.

Los helados dedos del erudito pasan página tras página del diario de Miriel. Nada, y su expresión, aquella donde se forzaba a mantenerse calmo —calculador, racional, así como su madre— lo revelaba más al punto de que se endurecía como si el enojo fuese a atacarlo. Nada concordaba. Mientras tomaba su último aliento cuerdo, con la vista desenfocándose, unas pisadas apresuradas llegaron a su lejano lado de las ruinas.

—¡Laurent! —Owain gritó.

El cabello claro del muchacho brillaba del sudor gracias a los diminutos rayos de luz que proporcionaban a hurtadillas las grietas. Su pecho subía y bajaba, agotado, cosa que los ojos de Laurent analizaron y lamentaron una vez que volvió en sí. Bajó el arrugar de su entrecejo.

—Necesito unos minutos más —pidió—, solo unos minutos...

—Es como temimos, el techo es demasiado bajo, casi le dan a Cynthia desde entre las roturas.

—¿Han venido con ellos arqueros? —cuestionó preocupado, mas aun así, Laurent volvió a las páginas. Ignorando la ciencia, rezó que sus capacidades aumentaran de súbito para sacarle forma al teorema que le carcomía los ojos con tanta concentración, al punto que sería capaz de romper el vidrio de sus lentes con su mirada—. En ese caso, la mejor opción es la retirada de Cynthia.

—Sí, en eso está. Se llevó a Noire con ella para que la pueda cubrir en el aire.

El trabajo de ambos jóvenes se detuvo con la tensión que un cuchillo podría rebanar. Por sobre de su hombro, aún escondido por su gorro, Laurent atinó a revelar, con el silencio, que eso alteraba mucho de su situación y él estaba al tanto. Habían pasado de seis a cuatro en la defensa de una localización comprometida.

Retirada. Eso sonó en sus oídos como un irritante zumbido.

En un inicio se pensó que era alguna clase de susurro dentro de su cabeza, pero pronto Owain hizo clara su voz hacia él, la forzó incluso, al no poder encontrar las palabras; él, aquel que tanto alardeaba de la tesitura a base de su primogenitura a dos sangres heroicas.

—Solo te digo... Están saliendo de la nada, eso indica que los enemigos no nos cayeron por simplemente "explorar". No deberíamos desatender los gritos de su vigor. O están haciendo un escudriñamiento justamente...

—...O ya llegó la noticia de nuestra presencia.

—Hombre, es que ni deberíamos estar aquí —suspiró el mirmidón—. No me opongo, tú lo sabes bien, solo que...

—Si toman estas ruinas, Owain, se llevarán también el trabajo de mi madre. Cualquier pista que pudo haber dejado atrás, en vano.

Los templos han sido quemados. Los sabios, una vez obstruidos por Plegia, o que perecieron desde antes por su propio dominio del destino, todos se hallaban asesinados. En los largos viajes que su madre narró cual bitácora, la aplicada Miriel describía miles de documentos de investigaciones que completó por sí misma, hipótesis memorizadas en sus lecturas y teorías que hasta infantes serían capaces de conocer. Sin embargo, todo había sido perdido con el paso del tiempo: no se diga, incluso, de los conocimientos respecto al culto de los Grimleales, quienes murieron en masa alguna vez y gran parte de su historia se fue con ellos. Laurent había memorizado al pie de la letra las bibliotecas en el castillo de Ylisse, sí, pero no bastaba. No bastaba cuando debía seguirle el rastro a una mujer que hizo hasta lo último por conocimiento.

FIRE EMBLEM AWAKENING: FUTURE REQUIEMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora