—Cielos. El príncipe no ha dejado su habitación en todo el día, ¿no?
—Deja esas cosas ahí, Magna.
—Si pensabas que la princesa Lucina era idéntica a su padre... habría que ver a estos dos, uno a contra junto del cuadro real.
—¡Magna! ¡La colada! ¡Abajo!
—Ya voy, ya voy.
Sacando una risita, la criada no tardó mucho con el cesto. En lo relajado de su turno, la joven llegó a contoneos al lado de su, mucho más experimentada, criada de cabecilla. Esta formó una mueca por sus actitudes.
—Desde que el Venerable falleció, ya no hay descaro en este castillo.
—¡Eso no es cierto! —saltó la más joven de improviso. Pujando los labios hacia afuera en un intento lucir tierna, basto berrinche hizo cuando se restregó cual felino hacia su superiora—. Admiraba muchísimo al Venerable, ¿sabes? Un día, los propios Custodios del Venerable fueron los que salvaron a mi familia.
—No me digas.
—Sí. Había un grupo de bandidos por nuestra ruta, nos vieron cara de "más o menos", ya sabes, cuando no eres muy austero, pero te ven cara de unos goldones fáciles. Cortaron el camino y nuestros caballos casi pierden los estribos... y entonces...
—Y entonces —atajó la otra criada—, llegó el grupo del Venerable, que tenía reportes de esos malhechores, calmaron a los caballos...
—¡No seas mala!
"Magna" se quedó cabizbaja, al fin alejando el cesto de los carísimos jarrones reales que se lucían en el pasillo. Si alguien de tan pocos escrúpulos era capaz de pisar tan adentro de una zona tan importante, donde se rondaban los cuartos reales. Estaba limpio hasta en los huecos más diminutos detrás de las peanas; y es que, pese a que el reino había sufrido una baja de tal escala, la reina había dado su mayor esfuerzo para dar una luz guía en lo que serían, tal vez, los días más aterradores para Ylisse. Ella siempre fue buena haciendo a la gente sonreír. Solo gracias a tal hazaña es que dos criadas dialogan tan confiadas de la vida, llegando al punto que el silencio fue suficiente para la más novata de entre las dos retomara su charlatanería.
—Entré al castillo por el Venerable, pero él fallece...
—¡Magna!
—Perdón. Es que me desanima bastante. ¿Nunca has sentido curiosidad de lo que sería ganarte la preferencia de la corona?
—Te podrían reprender con cárcel de oírte, niña.
—Claro que no —replicó ella.
Le siguió con un pesado suspiro, manos yendo, cautelosamente, a la ventana que asomaba cercana. Se le susurró un —Acabamos de desempolvar ahí, no dejes tus huellas —sin embargo, lo ignora para continuar.
—Me hubiese encantado hacer de nana para los mellizos reales, ¡no sé! Ser Tita Magna. Sin embargo, la princesa mayor se la pasa entrenando, es básicamente la ahijada por excelencia de Sir Frederick...
Sus ojos se tornan hacia esa puerta que se veía levemente desviada. De un imponente diseño de madera pintada de aperlado blanco, la criada relajó su mirada con algo de decepción.
—Y el príncipe se la pasa huyendo del ojo público. ¿Qué clase de príncipe es demasiado tímido? Las cordialidades que saca son todas como medio t-t-t-t-tardadas...
—¡Dioses Benditos, me pregunto cómo no se te cae la cara de vergüenza! —exclamó. Un zapatazo resuena por el pasillo desde el pie de la cabecilla—. ¿No es que Su Alteza apenas cruza los seis?
—Solo digo. Es una lástima. Viendo su carita, supondrías que sería la siguiente encarnación de Su Majestad el Venerable. Al menos es tierno.
Lo que ambas criadas desconocían —tal vez por la costumbre, pues Ínigo no abría la puerta. Cielos, menos aún cuando eran los cuchicheos de una charla ajena, pues la sola idea de insertarse e inmediatamente jalar las miradas, porque eso siempre pasa, lo dejaba mortificado— es que, en el pequeño hueco de entrada al amplio cuarto del príncipe, éste se retenía con unos dedos temblantes. Tenía una mano a medio empujar de la puerta mientras que la otra se mantenía en el marco. Ambas de ellas perdieron el agarre mientras más oía esas risitas y comentarios irónicos.
No tenían malicia pues no estaban dichos a su cara. Solo se trataba de alguien que no se podría distraer a menos de jugar un poco respecto a su jornada; pero era tan, tan difícil de ignorar para el pequeño príncipe, comentarios así para un niño no eran solo una burla, sino una declaración de incompetencia. Él trató de no sollozar (y lo logró del impacto), su mirada perdida en cierto cuadro que encaraba sus aposentos, uno muy viejo que antes estaba más expuesto, no obstante, ahora era un tesoro privado de él y su familia.
Un cuadro de tres figuras, de bastas diferentes alturas, pero solo compartían el que todos tenían una mirada llena de ilusión yendo al frente. Una adolescente rubia, que ya portaba sobre su cabeza los condecorados adornos que solo una ceremonia sacra y vista por todo el reino podría otorgarle, además que llevaba amabilidad tanto en sus ojos como en su cuerpo, que cargaba con extremo cuidado a una bebé de similar cabello rubio, este un poco más alborotado. Parecía querer resguardarla de la realidad con su pequeño cuerpo. La tercera figura estaba al otro lado, se trataba de un niño de cabellera azul añil (¿índigo?) cuyo adorable atuendo no quedaba a su gesto. Este no se aferraba a la figura de autoridad con la necesidad de una bebé, como el claro ejemplo de la hermana menor ilustrada en el cuadro, no; él lucía un mohín serio mientras atoraba su mano en la toga a su lado, pero una firme posición con el pulgar antepuesto a la tela. El ahínco de un pequeño soldado en proteger lo que tiene.
Él nunca podría...
(Lucina una vez le explicó cosas que no entendió por sí mismo).
—Padre me habló de esto. La tía Lissa, la tía Emmeryn y él.
—¿Padre te contó? —él se sorprendió.
—Sí. Lo recuerdo vívidamente. Estoy segura que tú también te hubieras enterado si lo hubieras esperado después de esa junta.
—¡No creo! Era pequeñín, apenas y me acuerdo de todo eso.
—No, seguro recuerdas que nuestra Madre te llevó a visitar los pueblos por los que hizo gira —en su tiempo, omitió ella.
—Pues porque fue traumático. ¡Me acariciaron las mejillas sin parar, Luci!
—Eso no se lo deseo a nadie. De todas formas, te cuento lo que padre me explicó.
(La tía Emmeryn tuvo que acostumbrarse a ese tipo de cordialidades. Había cuadros reales con los difuntos reyes, sin embargo, ella deseaba ilustrar una imagen que no trajera caos al corazón de los Ylissenses, mas también quería darle un recuerdo fresco a la tía Lissa y al joven Chrom de su familia).
—Padre no deseaba retratarse. En el fondo entendía, pero al mismo tiempo, no. Más que nada, pensaba que no había tiempo para eso. Si alcanzas a ver, la tía Emmeryn tiene una cicatriz en el cuadro...
La figura del niño era tal como verse en un espejo. La tía Lissa a menudo lo llevaba a él y Owain de la mano por allí, pese a que estos últimos años ya había dejado de hacer el comentario, nunca faltaban los incesantes pestañeos en lo que la princesa intercambiaba vistazos entre la figura de Ínigo y la retratada de su padre.
En efecto, era su copia carbón... en lo físico, tal vez. Rogó en silencio a que sus voces se acabaran, a que su madre llegase a sonreírle y le distrajera con uno de sus bellos bailes, o simplemente que le llegara de manera divina el valor para elevar su voz y negarse. Pese a eso, ahí seguía el niño, con estática en la mente y una respiración retenida.
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FIRE EMBLEM AWAKENING: FUTURE REQUIEM
FanfictionUn mundo que pese a todos sus esfuerzos, fue condenado a la ruina. Historias sobre el mundo antes del salto en el tiempo.