Introducción

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Espero que estarás dispuesto a reconocer públicamente, en cuanto te lo requiera, que me urgiste persistente y frecuentemente para que publicara un deslavazado e incorrecto relato de mis viajes.

Viajes de Gulliver. Jonathan Swift.

Las historias corrientes suelen comenzar por el principio; después ocurren cosas; luego ocurren más cosas y al acabar las cosas hay un final. Sencillo. Pero el mío no es un relato común, pues quiero hablaros —nada menos— de aquel sorprendente periodo de mi vida en el que fui una nauta del tiempo. Y lo haré con gran esfuerzo, aunque me resulte difícil. Siendo un extraordinario viaje en el tiempo, lo comenzaremos en algún momento de la historia; la verdad es que no estoy segura de dónde está el inicio y dónde está el final, pero sí os diré que en algún momento del relato conseguiremos llegar al principio y ocurrirán cosas en algún orden; y al final, el relato acabará, pero será nuevamente el principio, aunque de alguna otra manera.

Se piensa erróneamente en el tiempo como si los momentos estuvieran dispuestos en una recta en la que, dados dos sucesos, siempre es posible saber cuál ocurrió antes y cuál ocurrió después. Pero no es así. En verdad los momentos se organizan como los granos de arena de todos los desiertos de todo el Multiverso; y no son más que un océano turbulento y promiscuo de instantes ordenados parcialmente por los entrelazamientos cuánticos en el que presente, pasado y futuro a menudo se confunden... Me empieza a doler la cabeza.

Lo importante del galimatías espacio-temporal es retener en la mente una única y gran idea. Todos los nautas que viajan en el tiempo rumbo al pasado profundo lo saben: llega el momento en el que, de un modo inevitable, aparece un muro casi impenetrable, una gran barrera a partir de la cual no es fácil ni seguro continuar. Sí, hay un principio del tiempo, una gran explosión, un descomunal cataclismo de magnitud insuperable llamado Big Bang.

Para un nauta viajando hacia el pasado, acercarse al Big Bang es como para un navegante tener a sotavento unos arrecifes con el mar enfurecido. Peligro, mucho peligro. Porque en ese momento puede ocurrir cualquier fenómeno que puedas imaginar, por extraño que sea. Desde —lo más probable— morir fulminado, hasta quedarte cerrado en un bucle temporal eterno en el que tu vida pasa a ser como una repetición infinita o —aun peor— lo que me ocurrió a mí, cuando una tunelización cuántica produjo resultados que nadie hubiera podido sospechar.

No sé. Lo confieso: en estas cuestiones del tiempo siempre he sido algo torpe. Pero vamos allá, armémonos de valor y coraje —pues va a hacer falta— y no perdamos el tiempo, que dicen valer tanto como el oro, y debe ser verdad.

Más allá del Big BangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora