El abismo

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—¡Los otros dioses! ¡Los otros dioses! ¡Los dioses de los infiernos exteriores que custodian a los débiles dioses de la tierra!... ¡Aparta los ojos!... ¡Retrocede!... ¡No mires!... ¡No mires!... La venganza de las profundidades infinitas... Ese maldito, ese condenado abismo... ¡Dioses misericordiosos de la tierra, estoy cayendo dentro del cielo!

Los otros dioses. H.P. Lovecraft.

Pocos días después del fallecimiento de Glip, nuevamente el robot entró en el barracón. Un nuevo evento:

EVENTO EN MASCARÓN II. SÍGANME.

Los seis que quedábamos, seguimos al infame robot. Esta vez nos acompañó más allá del gran portal que daba a las galerías con los raíles. Las vagonetas mineras estaban paradas como en el evento anterior, pero la diferencia era que ahora iban vacías. No contenían el codiciado mascarón.

El robot siguió la línea de hierro hasta alcanzar en el suelo una estructura circular muy grande, como un agujero de más de diez metros de diámetro en el que los raíles se sumergían para desaparecer en la negrura del abismo circular. Me asomé al agujero para intentar adivinar su fondo, pero no era posible.

—¿Qué es esto, Aloses?

—Es el sitio donde vamos a morir. Aquí es por donde las vagonetas entran desde Mascarón II. El ascensor conecta con la superficie del planeta, un lugar al que ni siquiera los robots se atreven a viajar, pues es peligroso incluso para ellos.

VÍSTANSE LOS TRAJES ESPACIALES AQUÍ.
CONTINÚEN SOLOS.
SIGAN POR EL AGUJERO ESPACIAL HASTA LA SUPERFICIE DEL PLANETA.
ALLÍ RECIBIRÁN NUEVAS INDICACIONES.

—No —dijo Aloses—. Yo no bajaré a la superficie de ese planeta venenoso. Las arenas de sus desiertos son ricas en el dorado mascarón. No sobreviviremos. Me niego. Soy un ser libre y me niego.

Los ojos grandes y negros del ser azulantino eran ahora un poco más grandes y más negros. Apretó los puños. Parecía furioso. Había perdido el control. Se revolvió desafiante, quedándose parado frente al robot.

OBEDEZCAN O MORIRÁN.

—No soy tu esclavo, despreciable máquina Eloi. Aloses puede perder la vida, pero no la libertad. Y yo elijo no bajar. No hay honor en esta forma de muerte. No quiero morir como un esclavo... Prefiero morir con dignidad. Prepárate.

—Aloses —dije, interponiéndome entre él y el robot—. No hay honor en enfrentarse a una muerte cierta. No tienes ninguna posibilidad frente a esta máquina. Te necesitaremos allí abajo. No nos dejes solos, amigo. Ayúdanos.

Aloses me miró fijamente. Sus ojos estallaban de indignación. Había llegado al límite. No podía más:

—No. Respeta mi decisión. Ya he elegido.

Comprendí que tenía derecho a pedirlo. Me hice a un lado, momento que el guerrero espacial aprovechó para abalanzarse sobre el robot metálico con toda su furia, aunque empleando sus manos como única arma. Fue rápido. En apenas una décima de segundo, la cabeza de Aloses separada de su cuerpo rodaba por el suelo tiñiéndolo con su sangre azul.

OBEDEZCAN O MORIRÁN.

Los demás, alcanzamos los trajes espaciales que permanecían a un lado del abismo. No había opción. Los cinco que quedábamos fuimos ubicados cada uno en una vagoneta distinta. Después, los cubículos comenzaron a moverse por los raíles para precipitarse en el abismo negro. Sentí como si un millón de estrellas estallaran en mi mente. Sin dejar de estar vinculados al camino de acero caímos sobre el planeta de color rojizo. Era como un extraño ascensor en el espacio con el que los Eloi transportaban el mascarón.

Más allá del Big BangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora