Eloi

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Asimismo han descubierto dos estrellas menores o «satélites» que giran alrededor de Marte, de los cuales, uno traza la órbita más corta que dista exactamente tres diámetros del centro del planeta principal; el otro, cinco diámetros.

Viajes de Gulliver. Jonathan Swift, ciento cincuenta años antes del descubrimiento de Deimos y Fobos.

El planeta terrestre se llamaba Eloi —aunque en ese momento nosotros no lo sabíamos—. Observando con el telescopio se mostraba intensamente rojizo, con su superficie cubierta de lo que parecían dunas. Octavio aseguraba que era inhóspito y desértico y que apenas contenía agua; pero Samsa, siempre escéptico, no estaba de acuerdo a la vista de los hielos polares. Octavio, por supuesto, se sentía muy ofendido cuando se cuestionaban sus análisis, pues sabía de sobra que los casquetes de los polos no estaban compuestos de hielos de agua sino de nieve carbónica.

Dos lunas blancas habitables de un tamaño mediano se ubicaban en órbitas bajas. Atmósferas tenues y una corteza de hielo de agua. Podía identificarse algún pequeño lago aquí y allá. Eran habitables, pero no parecían habitadas.

Más alejado del planeta que las dos lunas, podía divisarse un impecable anillo, grande, muy similar al de Saturno, que le confería al rojizo planeta un encanto especial. Era extraño, no obstante, contemplar un anillo de ese tamaño orbitando en torno a un planeta mediano.

El acercamiento al planeta Eloi enseguida comenzó a desvelar aspectos muy interesantes. Alejadas unos veinte millones de kilómetros, ya se divisaban las primeras estructuras artificiales: depósitos de combustible inmensos, de miles de kilómetros. Tenía sentido. Independientemente de los propelentes que emplearan, siempre es conveniente tenerlos muy alejados del planeta. Esto no era como mi añorada y entrañable Tierra. Sin duda, esta civilización del sol naranja —o de los Eloi, si preferís llamarla así—, había alcanzado un nivel de desarrollo mucho mayor.

—Octavio, ¿cómo sabes que son depósitos de combustible?

Lo sé, y basta con eso, Rebeca. ¿No es suficiente con mi palabra? Es muy ofensiva su actitud de cuestionar continuamente mis apreciaciones. Por favor, no vuelva a hacerlo, se lo ruego.

En nuestro acercamiento a este planeta de avanzada civilización, las siguientes estructuras encontradas eran una serie de naves muy grandes, de diversos tamaños, pero muy estilizadas, fusiformes.

Es el puerto militar. Causa admiración contemplar el porte de los navíos de la armada. Desde aquí puedo divisar tres imponentes portadrones, escoltados por tres cruceros y una veintena de barcos de menor tonelaje como destructores, fragatas y corbetas.

Y nadie nos hacía ni caso. Nosotros seguíamos avanzando. A unos cinco millones de kilómetros de altura sobre el planeta, pasamos no muy lejos de otras instalaciones portuarias, pero estas de carácter comercial y de pasajeros. Cerca de esas estructuras era posible admirar los colosales astilleros en los que las naves se construían y se reparaban en medio de un frenesí de obreros robóticos.

Después, a unos doscientos mil kilómetros sobre el planeta, el enorme anillo lucía majestuoso...

Se habrán dado ya cuenta de que el anillo es artificial, ¿verdad? Con el planeta inhabitable, es obvio que la vida nació en sus lunas blancas. Sin embargo, el inmenso desarrollo tecnológico alcanzado ha desplazado la población hacia el Espacio. En su mayoría, estos seres viven en el anillo artificial, pues las lunas, en su tiempo cuna de la civilización, hoy están abandonadas y son meras suministradoras de materias primas, es decir, recursos mineros.

—El desarrollo tecnológico ha sido tal que las lunas se les quedaron pequeñas.

Sí, Rebeca. Eso es.

A medida que nos acercábamos al anillo, éste se mostraba más y más grande en el ventanal del puente de mando. Lentamente, seguíamos acortando distancias hasta que algo —o alguien— se interpuso. Era una pequeña nave. Metálica, ágil, estilizada. Militar. Comenzó a emitir con profusión, inundándonos con una jerigonza electromagnética.

—Contacto. Octavio, ¿podrías traducir el mensaje?

Nada más sencillo. Es señal de holovídeo.

Enseguida, Octavio mostró un holograma tridimensional con las imágenes que nos llegaban desde lo que Octavio denominó nave-patrulla. Se contemplaba a un extraordinario ser. Parecía un crustáceo, aunque no lo era realmente. Achaparrado, con un evidente exoesqueleto de color grisáceo, a cada lado surgían cuatro patas; ocho, en total. Con dos pinzas delanteras, una era más grande que la otra y la agitaba sin cesar, de un modo muy amenazante... Tenía pinta de tener malas pulgas, quiero decir, de estar con un humor de mil demonios. Inquieto, se movía de un lado al otro. ¿Quién sabía cuántas leyes del espacio habíamos violado en nuestro acercamiento al anillo? Tenía lo que podían ser dos ojos pequeños en la parte delantera del caparazón, frontales. Lo curioso era que, entre esos dos ojos, una boquita no dejaba de emitir sonidos ¿Estaba hablando? ¿Era esa su forma de comunicarse?

—¡Qué bicho tan raro! —exclamé—. Octavio, ¿puedes traducir lo que dice?

Sí, y es muy fácil. Un lenguaje articulado de forma muy original. ¡Hum! Compleja sintaxis. Les encantaría entender cómo declinan los adjetivos...

—Muy bien, Octavio. ¿Qué diablos dice el cangrejo?

Prefiero no traducir el mensaje, si no les importa. Les aseguro que no les gustaría oírlo. En su mayoría son insultos. Tampoco podría culparle, pues lleva toda la razón en sus apreciaciones.

—¿Qué dice, Octavio?

En resumen: estamos detenidos.

Más allá del Big BangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora