Tempus Fugit

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Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus.
[Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo].

Geórgicas. Virgilio.

Volvimos a la sala de reuniones para continuar la charla «informal». Mancebo tenía cerrada la dotación. Samsa y yo, dos desgraciados, habíamos sido los elegidos para la gloria. Pero quedaban cuestiones importantes que el científico, situado nuevamente en el estrado, abordó sin dilación:

—Aún no hemos hablado del diseño de la nave del tiempo. Será una nave espacial habitable por dos nautas, de unos doscientos metros de eslora y unos doscientos metros de manga. Tendrá forma circular y la capacidad de crear una burbuja de espacio-tiempo que la envuelva y que la permita viajar hacia el pasado...

—Tendrás todos los materiales que necesites para construirla —comentó César—. Te lo garantizo, José María.

Antes de que Mancebo pudiera darle las gracias, le hice una pregunta sobre un asunto que me inquietaba mucho más.

—¿Cómo será el motor? —inquirí—. No me digas que tendrá un motor químico de hidrocarburos como la Nellie, mi nave actual en La Guardia. Estoy segura de que se necesita algo mucho más poderoso para viajar en el tiempo.

—Sí, necesitaremos algo mucho más potente para crear una enorme burbuja de espacio-tiempo. Las dos naves que han cruzado el agujero de gusano, tanto la que nos trajo aquí a nosotros, como la que llegó con Juan Argento, llevaban unos reactores nucleares que actualmente se encuentran en buen estado y aún les queda combustible. Los utilizaremos, sin embargo, aun con esos motores tan poderosos no será suficiente.

—Estamos en un aprieto —dije—. La tarsiana es una civilización que no conoce la energía nuclear. Sólo dispone de motores químicos. ¿De dónde podremos obtener la descomunal cantidad de energía necesaria para curvar el espacio-tiempo.

Mancebo sonrió. Es obvio que el científico había meditado detenidamente sobre el asunto y tenía algo en mente. Conociéndole, sería algo sorprendente.

—Este sistema planetario es curioso —dijo Mancebo sin abandonar la sonrisa—. Sí, sí lo es. La única luz que lo ilumina es la del quásar, porque es un sistema sin sol, sin una estrella que le aporte calor. Como sabéis, hace algunos millones de años sí hubo una gran estrella en este sistema que, al morir, nos dejó un bonito agujero negro. «El corazón de las tinieblas», se llama. ¿Qué os parece como fuente de energía? ¿Es suficientemente grande para vosotros?

—En principio es una fuente de energía casi ilimitada —comentó Alicia—. Pero, ¿cómo se puede obtener energía de semejante abismo cósmico?

—Nuestro motor de gravedad será mucho más potente que ningún otro motor químico o nuclear concebido por la mente humana o la mente insectil —dijo Mancebo mirando a Samsa, cuyas antenas no dejaban de vibrar de pura emoción—. Será una máquina poderosísima, que obtendrá la energía de las propias entrañas del agujero negro. Fascinante, ¿verdad?

—Sí, fenomenal —dije con escepticismo—. ¿Cómo obtienes energía de un agujero negro?

—Nada más sencillo —volvió a sonreír el científico, que estaba disfrutando el momento—. Dejamos caer sobre el abismo cósmico diez mil millones de toneladas de hidrógeno...

—Bien, puedo gestionarlo —asintió César sin pestañear.

—Mis estimaciones son que aproximadamente la mitad de materia será engullida por la bestia cósmica, pero —y ésto era lo interesante— el resto de la materia se transformará en energía.

—¿Energía? —pregunté tontamente.

—Sí, se generarán dos chorros de materia por los polos del agujero negro acelerados a velocidades relativistas....

—Muy bien —dije—, ¿cómo obtienes energía de un chorro de materia a velocidades relativistas?

—Dejas en uno de los polos del abismo una turbina magnetohidrodinámica. Ya sabes, como las que se emplean en los reactores nucleares de fusión, pero mucho más grandes. Necesitaré una cantidad elevada de electroimanes superconductores, pero nada imposible.

—Sí, no es imposible —dijo César—. Los tendrás. Envíame las especificaciones técnicas cuando puedas.

Se produjo un silencio en la sala de conferencias del laboratorio. Estábamos intentando asimilar que íbamos a construir el motor más potente jamás concebido. Pero Mancebo quería seguir ultimando los detalles:

—Y bien, ¿qué nombre le ponemos a la nave? —preguntó con satisfacción.

—DeLorean, ¡eh! —dijo César con una sonrisa burlona.

—¿DeLorean? —respondió Mancebo, visiblemente contrariado—. ¡Qué nombre tan ridículo! ¿De dónde lo has sacado?

—Anacronópete —siseó el insecto tarsiano con un mover de antenas.

—¿Stella Maris? —pregunté con sorna.

—No, en serio —se defendió Mancebo, claramente desbordado por nuestra creatividad—. Pensemos sólo en nombres sugerentes. Un buen nombre es importante, en cierto modo supone toda una declaración de principios. Es algo que debe ser tomado en serio, nunca a la ligera, pues define el espíritu de toda una empresa... ¡Ah, esperad! Me viene uno muy adecuado: Tempus Fugit. ¿Qué os parece?

Se le notaba mucho. Puro teatro. Clarísimamente, no se le acababa de ocurrir ahora. Es seguro que llevaba semanas pensando semejante nombrecillo pedante. Así que, como no me gustaba el teatrillo que estaba  montando, decidí fastidiarle un poco:

—No termina de convencerme —le dije mirándole fijamente a los ojos, desafiándole. Enseguida, se puso colorado de pura rabia.

—¿Y por qué? ¿No es acaso un nombre elegante? Es el tipo de nombre que define el carácter de una aventura y te impulsa para llevarla hasta el final, hasta el éxito absoluto...

—De verdad, no lo veo —insistí sin pestañear. Su cara rojiza parecía la de una olla a punto de explotar. Finalmente, estalló, resoplando con la fuerza del sifón de un cefalópodo europano. Era muy gracioso.

—La máquina la he inventado yo y yo le pondré el nombre que quiera... Tempus Fugit. Está decidido.

¿Acaso importaba el nombre de la nave? Después de todo, cualquier máquina con cualquier nombre era buena para morir, también una con ese nombrecito pretencioso. Solté una sonora carcajada, se le veía muy enfadado. Yo iba a morir en ese artefacto, pero me daba lo mismo. Mis ojos se humedecieron por el ataque de risa. El doctor Mancebo estaba tan cómico... Desde la muerte de Juan Argento, llevaba tiempo sin reírme así. El duelo y la tristeza pasaban y comenzaban a ser sustituidas por esa emoción inefable y positiva que siempre antecede a una nueva aventura arriesgada.

Más allá del Big BangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora