Cuando salía la más rutilante estrella, la que de modo especial anuncia la luz de la Aurora, hija de la mañana, entonces la nave, surcadora del ponto, llegó a la isla.
Odisea. Homero.
Aquella noche dormí en mi nave. Antes de acostarme en el saco de dormir, me enfundé un mono espacial. Había vivido mis aventuras en Eloi completamente desnuda, y no me importaba estando entre esos crustáceos, pero cerca de Gerardo toda precaución era poca. Además, la Tempus Fugit era un pedazito del sistema solar, yo era la capitana de la nave y había que guardar las maneras y cumplir los reglamentos.
Reponer los consumibles en la nave no fue caro, pero limpiar el reactor nuclear y dejarlo a punto me costó más piedrecitas de lo esperado. A la semana ya estaba todo preparado. La principal dificultad estuvo en encontrar una fuente de energía adecuada. La última vez que habíamos activado la burbuja de espacio-tiempo lo habíamos hecho empleando la fuerza arrolladora de un agujero negro; pero aquí, en este extraño universo, eran muy escasos.
Claro, esto no era mayor problema en una civilización avanzada en la que abundaba la antimateria; más ahora, ya que la inminencia de los acuerdos de paz había abaratado su coste drásticamente. Aun así, fue muy caro. Comprar un motor, los depósitos electrostáticos para contener la antimateria, incorporarlo en el disco de la Tempus Fugit no fue ni mucho menos sencillo, pero al final fue posible.
Así que, con el dinero ya escaso, sin mucha ceremonia y algún pequeño soborno más, la Tempus Fugit abandonó discretamente el anillo Eloi. Al gobierno de la nave desde el puente, pude comprobar que el asiento en el que en otro tiempo se acomodaba Samsa, ahora había sido ocupado por Juan Argento. Su imagen era enormemente verosímil, nítida. Me sonreía. No hablaba. Yo no sabía si él era real o un producto de mi imaginación. Intenté acariciar su cara, pero mi mano lo atravesaba como si fuera un holograma. Quizá este universo era un universo de seres fantasmales; o bien las extrañas leyes de la física, que tanto habían afectado a Octavio, también producían su efecto sobre mi cerebro, aunque de forma distinta. Es posible que me hicieran alucinar en momentos con mucha tensión, y ver imágenes que realmente no existían. También se me ocurrió pensar —y fue un pensamiento muy agradable— que este universo activaba determinadas zonas de mi encéfalo humano —un mundo aún no conocido— y me permitía detectar a Juan. Quizá él estaba conmigo y me acompañaba siempre, pero este universo activaba las capacidades que me permitían verlo.
La Tempus Fugit se hacía al espacio alejándose majestuosa del anillo orbital de aquel planeta. Yo no tenía ni idea de las regulaciones y las leyes de la navegación de este sistema planetario. Seamos claros: la majestuosidad duró poco. A la media hora teníamos una nave patrulla persiguiéndonos. Sus mensajes comenzaron a fastidiarnos enseguida:
—Están detenidos. Reduzcan la velocidad inmediatamente. ¿Es imposible que respeten las normas de circulación? ¡Ni que fuera una mascota la que va a los mandos!
No frené, claro. No tenía ningún interés en que me detuvieran y volver a repetir el internamiento en un centro de refugiados y sufrir otra vez todo aquello. Así que le dije a Gerardo que apretase:
—Gerardo, avante toda.
Cuando ya los teníamos encima, Gerardo activó la máquina, la nave comenzó a rotar moderadamente y nos envolvió la burbuja espacio-temporal. Al salir del campo de visión de la policía Eloi, ante su asombro, iniciábamos el viaje en el tiempo. Volvíamos a casa.
Una nueva diferencia en las leyes físicas. Dentro de la burbuja espacio-temporal en este universo del otro lado, el viaje en el tiempo iba hacia el futuro. Esta vez, en la dirección correcta, nos dirigíamos otra vez hacia el Big Bang, el futuro del universo y el pasado de mi vida.
Nuevamente habría que cruzar el Big Bang. No estaba tan nerviosa como en mi primera vez. No obstante, perseveraba una leve inquietud dentro de mí. En el mundo de la gravedad cuántica nada es seguro. Las leyes de las probabilidades de los saltos cuánticos podrían producir un resultado inesperado y terrible. Pero miré a mi lado y me sentí confortada, pues Juan Argento, el único hombre al que he amado, estaba allí. Permanecía, de alguna manera, a mi lado en ese momento.
Al salir de este universo, nunca más volví a ver su espectro. Pero lo importante era que el Juan Argento real, el de verdad, el que yo buscaba, estaba cada vez más cerca. Lo presentía. Volvería a verlo vivo. Me invadió una intensa emoción. Tuve que obligarme a tener paciencia. Después de todo, volver a tenerle delante en carne y hueso era tan sólo una mera cuestión de tiempo.
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Más allá del Big Bang
Science FictionQuinta ¡y última! aventura del espacio protagonizada por Rebeca, mi heroína favorita. Viaja en este libro a ¡nada menos! que el Big Bang...