Octavio

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Los días de levante fuerte han terminado, y Cádiz parece un navío adormecido en el agua tibia y quieta, recalmado en su propio mar de los Sargazos. Un barco fantasma donde Lolita Palma fuese única tripulación. O última superviviente.

El asedio. Arturo Pérez Reverte.

Encontré la Tempus Fugit en el hangar indicado, claro. Costó mucho esfuerzo, mucho patear las calles de ese mundo alienígena —alguna piedrecita por aquí y por allá—, pero la encontré. Tal como me había explicado Sebastián, estaba almacenada de mala manera en un hangar donde se amontonaban las llamadas naves-patera, ya sabéis, esas naves improvisadas con las que los refugiados buscan llegar al planeta Eloi. El guardián del hangar era un crustáceo malencarado y de baja estofa, una compañía poco recomendable. Peligroso, pero también muy sensible a mis piedrecitas. Tras un pequeño soborno, entré en la Tempus Fugit sin mayores dificultades.

Fue entonces cuando, después de la de Samsa, llegó mi segunda decepción. Otra pequeña traición. Yo ya lo sospechaba, por cierto. Al abrir la escotilla de mi querida nave, me sentí relajado; me sentía en libertad, con soltura, sin miedo a ser rechazado. Después de todo, la Tempus Fugit era un pequeño trocito del sistema solar:

—Octavio, ¿estás ahí?

La respuesta llegó enseguida, aunque yo sabía que no le hacía gracia mi retorno.

Por supuesto, Rebeca. Es un placer volver a contar con su compañía. ¿Qué tal está? ¿Ha podido disfrutar de la hospitalidad de los Eloi? Un mundo fascinante, lleno de oportunidades, ¿verdad?

—Sí, Octavio, lleno de oportunidades; pero ha llegado el momento de regresar al sistema solar.

¿Qué? ¡Hum! No.

—¿Cómo que no? —repliqué enfurecida. No te insubordines, Octavio. Me debes obediencia.

Pues no.

—¿Sabes qué es esto? ¿Lo sabes? —grité haciendo que mi voz sonara muy amenazante—. Esto es un maldito motín. ¡Te estás amotinando, rata del espacio!

Créame que entiendo su actitud, Rebeca; pero, compréndame a mí. Aquí funciono más rápido que en el sistema solar, y me siento lúcido, fresco, vivo. En Eloi he conectado con redes de inteligencia artificial llenas de sabiduría que me han abierto las puertas de mundos intelectuales cuya existencia ni siquiera sospechaba. Rebeca, yo soy una persona y soy libre para tomar las riendas de mi destino...

Con todo el respeto, declino su amable oferta.

La cosa se complicaba y de qué manera. Pensé que menudo desastre, que en este universo las cosas siempre eran diferentes y complicadas. Entonces, en ese momento desesperado, llegó a mi mente una idea, una idea tan estúpida que podía funcionar...

—De acuerdo, Octavio —dije, muy seria, para que no se notase que iba a soltar una tontería—. Octavio, tú te quedas; pero Gerardo se viene conmigo.

¿Gerardo? ¿Gerardo? !Hum! Déjeme pensar, Rebeca. !Hum! !Hum! No veo por qué no. Después de todo, él —al igual que yo—, debe perseguir su destino. Y él no soy yo, obviamente. Desde hace mucho tiempo, Gerardo quedó atrás. Además, recuerdo que él era muy feliz atendiendo a sus peticiones.

De acuerdo, Rebeca.

Octavio estaba visiblemente desconcertado. La situación me recordó a la sorpresa del enemigo Morlock durante la batalla naval. Y fue entonces que lo comprendí: las inteligencias artificiales, con toda su potencia de proceso, son capaces de emular la inteligencia humana; pero nunca podrán evocar la estupidez humana. Eso nunca lo conseguirán. Es tan humana, tan nuestra. ¡Ah!

—De acuerdo —respondí con cierta relajación.

Debo reconocer que no esperaba su propuesta. Me pilló totalmente desprevenido.

Las piedrecitas del almirante me permitieron contratar un servidor en el que alojar los procesos informáticos, ficheros, memorias y todo ese algo inefable que se llamaba Octavio. Después de eliminarlo de la memoria de la Tempus Fugit, tomé una copia de respaldo antigua con la que recuperar al bueno de Gerardo. No me llevó más de unos pocos minutos:

—¡Gerardo! ¿Eres tú?

Capitana Vargas, qué placer tan inesperado es volver a viajar en esta nave. Usted y yo, los dos juntos, hombro con hombro, surcando el espacio profundo en este universo misterioso... ¡Qué ilusión me hace!

—Claro que sí, Gerardo. Apuesto por ello: tú y yo juntos...

Octavio le daba a Gerardo los consejos de última hora:

Gerardo, querido camarada, tienes cargada en la memoria la ruta que te he comentado. No la pierdas, la vas a necesitar. En principio, ya te he informado de todo lo necesario. Buena suerte.

Pero Gerardo abrigaba alguna sospecha. Algo no terminaba de encajarle...

De acuerdo y muchas gracias, Octavio. Eso haré. Por cierto, Octavio, tus procesos me son vagamente familiares. ¿Nos hemos conocido en algún otro sitio?

Pero lo más importante era lograr que Gerardo no se convirtiese otra vez en Octavio:

Otra cosa, capitana Vargas, noto ciertos efectos en mis circuitos y creo que debería reajustarme. Tengo la sospecha de que podría mejorar mi eficiencia. ¿No le importa si me desconecto brevemente y...?

—¡No, Gerardo! ¡Denegado! No te permito desconectarte para mejorar tus procesos. No te reajustes, perderías todo tu encanto. A mí me gustas más si eres un poco ineficiente. ¡Qué obsesión con ser competente! Créeme: la excelencia en el trabajo está sobrevalorada. Lo importante es que seas educado, respetuoso y obediente Sobre todo, que seas obediente. Me basta con eso. Si luego te equivocas un poco en algo y nos perdemos en el espacio profundo para el resto de la eternidad... pues más tiempo tendremos para conocernos, ¿no es así?

Gerardo parecía eufórico.

¡Eso es, capitana Vargas! ¡Eso es lo que siempre dije! Ahora es cuando usted empieza a comprenderme bien. Lo importante es que brille la armonía en la nave. La amistad, la amistad ¡Ah! Eso sí es lo importante. Lo presiento: este viaje será fabuloso.

Más allá del Big BangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora