II. Celia

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[Dos años atrás]

Esta ciudad se extiende como un gigantesco laberinto de hormigón y cristal, es una percepción que acreciente desde aquí: el piso número 30 de la Torre Vitea. Si miro hacia abajo, encontraré diminutas figuras que se agitan entre las calles: personas. Sé, por el reloj que marca las siete de la tarde, que se dirigen a sus hogares. El tráfico se vuelve caótico a esta hora, y la muchedumbre no se disipa hasta que la noche se hace profunda. Tienen prisa por llegar, algunos son padres o madres de familia, otros son hijos, otros hermanos, y por ello deben apresurarse para alcanzar la hora de la cena y convivencia familiar. El resto, esperaremos a que todos esos puntos se desvanezcan, liberen las calles y podamos irnos tranquilos a nuestras casas. O quizá decidamos pasar la noche en la oficina, para ahorrarnos el tiempo de ir y venir. Todo depende de la cantidad de trabajo.

Hoy es uno de esos días en los que el sillón y las mantas de este lugar parecen una mejor opción que mi cama. Mi escritorio aún está lleno de papeles que reclaman mi atención, y mi computadora está encendida con la bandeja del correo a punto de reventar. Dirijo una rápida mirada a mi bolso, en él tengo un conjunto de ropa cómoda que me servirá para pasar la noche. Eso es todo lo que necesito. Sonrío, orgullosa aún de haber decidido rentar esta oficina y no ninguna de las otras que me mostró la agente de bienes raíces. Después de todo, solo esta tenía un baño completo, donde puedo tomar una ducha rápida de ser necesario. Así, me ahorro el tiempo de traslado en los días más pesados.

—Las reviso ahora o luego —suspiro y toco con la yema de los dedos las dos carpetas que aún tengo pendientes. Suena un golpe en la puerta, seguido de la voz de Richard preguntando si puede entrar—. Ahora —susurro, y agarro una carpeta apenas un instante antes de que él entre—. ¿Sabes, Richard? Cuando alguien toca la puerta, suele esperar a que se le indique que puede pasar.

—Buenas noches a ti también —dice, cerrando la puerta tras de sí. Me dedica una sonrisa cómplice y me tiende un café humeante—. Necesitas energía —se acerca al escritorio, y hace una mueca al ver el montón de papeles que lo cubren.

—La cafeína no da energía, sino ansiedad —replico.

—Eso es un mito.

—No para mí —contesto, pero acepto el café con una sonrisa de agradecimiento.

Richard se apoya con suavidad en el escritorio, junto a mí.

—¿Te irás a casa esta noche? —pregunta.

—Sí —miento. Lo hago sin pensar, por costumbre más que por voluntad. No me siento cómoda con la idea de que sepa que pasaré la noche sola en la oficina. No es que desconfíe de él, al contrario, es un hombre respetuoso y amable. Pero como bien dicen, es mejor prevenir que lamentar—. Solo que más tarde de lo que me gustaría.

𝐅𝐮𝐢𝐦𝐨𝐬 𝐭𝐨𝐝𝐨 || ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora