IV. Celia

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Cuando uno se pierde a sí mismo, aprende a pensar con emociones.

La voz que tenemos en la cabeza no nos habla con la frecuencia de antes, y en su ausencia, lo hacen los sentimientos. Creo que a eso se refieren las personas cuando dicen que hay silencio dentro de ellas, pero al mismo tiempo mucho ruido, porque no hay nada más fuerte que el sentir. Ya no hay algo diciendo "esto está mal", sino una ola helada de incertidumbre que oprime el vientre. El cuerpo es el que se comienza a comunicar contigo, y cuando has pasado toda una vida ignorándolo, te sientes como un intruso. Un intruso en tu propia vida.

Mi voz interior desapareció el día del accidente y hasta ahora no ha vuelto. Con el tiempo me acostumbré a esta nueva forma de comprenderme a mí misma; lo que quiero y no quiero, o lo que necesito o no necesito, ya no es tan claro como antes, así que debo redoblar esfuerzos. Incluso Enzo, quien vivió conmigo durante más de un año, tiene problemas para adaptarse a mi nueva forma de ser. Hacemos lo mejor que podemos, pero sigue sin ser suficiente. Así que, tras algunos días de echar a perder las cosas, estoy aprendiendo a reconocer que mi nueva voz ya no tiene sonido alguno.

La primera vez en la que sentí aquella voz silenciosa, fue en el hospital, el día en que me dieron el alta. Me puse un vestido corto, ceñido al cuerpo, de color blanco con estampados agresivos, muy femenino pero nada elegante. Mi madre lo había rescatado de entre la ropa vieja que dejé cuando me fui del país; sentía que me asfixiaba, aunque en su momento no entendía por qué. Lo supe dos días después, es decir, hoy, cuando decidí mirar en mi armario y vestirme con la ropa que usaba a diario. Mi guardarropa se divide en prendas formales, compuestas por vestidos elegantes o trajes, y prendas cómodas y casuales, que evocan aquella moda etérea de hace unos años.

La mujer del reflejo lleva una falda negra larga, con una abertura en el costado que deja entrever una porción del muslo izquierdo. Luce un saco corto, que llega a la cintura y realza sus curvas, con botones grandes dorados. Y adorna su cuello con un collar de perlas blancas y un lazo de seda blanca hecho un moño. A diferencia del día en que desperté en el hospital, hoy mi cuerpo no me exige que me cambie de ropa. Hoy siento estas prendas como una extensión de mi piel, como algo que ya es parte de mí. Y aún así... hay algo que no termina de encajar.

—Parece demasiado —murmullo—. ¿Estás seguro de que así es como me visto normalmente?

Enzo está en la habitación conmigo, se ha acomodado en el poco espacio que quedó libre en la cama, que está repleta de ropa. Asiente y me mira con un brillo que no comprendo del todo, pero que se asemeja al orgullo. Creo que piensa que me parezco un poco más a su esposa que hace unos minutos.

—En un día de oficina, sí —responde, saca su celular del bolsillo—. Pero los días de grabación usas pantalón, ya sabés, porque suelen ser días movidos —se pone de pie y me muestra una foto. La imagen me deja en blanco—. Ahí lo usaste por primera vez, estabas orgullosa porque el conjunto lo armaste vos sola con prendas que nada tenían que ver entre sí.

𝐅𝐮𝐢𝐦𝐨𝐬 𝐭𝐨𝐝𝐨 || ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora