VI. Enzo

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Lucio nunca fue afín a los roedores, al verlos huía despavorido y se refugiaba en las faldas de su madre. Hoy, hay mucha suciedad, y por lo tanto, muchos invitados no deseados. Los mira curioso. Uno de los ratones, el más pequeño, está en los huesos. Lucio lo observa, repara especialmente en las costillas marcadas, pensando en el parecido que tiene ahora su cuerpo con el de ese pequeño animal.

Así que, por primera vez, en vez de asustarse se acerca con lentitud y le ofrece un pedazo de comida.

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En un día normal entraría a mi oficina con un café humeante en la mano, colgaría mi campera en el perchero caoba y mi celular en el escritorio. Me acomodaría en el sillón del rincón y pasaría los primeros minutos leyendo mi agenda. Me sumergiría en las notas meticulosas sobre el personaje que interpreto y aguardaría, paciente y tranquilo, a que me llamen para ensayar.

Pero hoy, el día se desmarca de la rutina.

He entrado presuroso, mis palmas sudorosas traicionan mi compostura habitual. Se me ha derramado el café en la alfombra y me he deshecho en una carcajada espontánea; he olvidado el celular en casa pero no me ha importado.  Mi agenda es un mar de letras incomprensibles, que danzan y se transforman en la imagen de una mujer pelirroja de ojos marrones brillantes, que me miran con una melodía de lluvia como sonata de fondo.

Estoy hecho un lío, y sin embargo, el mundo pocas veces me pareció tan suave y dulce. Esteban tenía razón, he retrocedido en el tiempo y las sensaciones se avivan, tan palpables como antaño.

—Es la sonrisa más grande que te he visto en meses —dice Ginna.

Su presencia me toma por sorpresa, así que me sobresalto, lo que provoca en ella una sonrisa tímida. Mi mirada se desliza hacía abajo por inercia, en búsqueda de Alan, quien usualmente está con ella. Sin embargo, hoy no es el caso, así que vuelvo a mirarla a los ojos y le devuelvo la sonrisa mientras me pongo en pie, relegando la agenda a un segundo plano.

—¿Qué opinas? —inquiere.

—¿Acerca de qué?

—De mi atuendo...

Solo entonces me fijo en el vestido, verde esmeralda, que tiene puesto; es extraño, creo que es la primera vez que usa un vestido en el laburo. Me encojo de hombros.

—La moda no es mi fuerte, mi opinión no te va a servir de mucho —sonrío y me dirijo a mi escritorio. Me percato de que, sin querer, pude haber sonado maleducado. Así que me aclaro la garganta y decido agregar—: Pero sí, te queda bien.

𝐅𝐮𝐢𝐦𝐨𝐬 𝐭𝐨𝐝𝐨 || ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora